Agricultura en general


Diálogo de sordos (tomado de innpulsos.com)

Como saben si han leído este blog en algún momento, el tema del modelo agropecuario es un asunto recurrente.

Las discusiones suelen tener el tono que sale en la ilustración. Como ejemplo, aunque con un año de antigüedad (lo cual no importa dado que nada cambia) está el discurso de Graziano, el director de la FAO, en el encuentro sobre inversión privada en la agricultura, y la respuesta de la Vía Campesina y otras organizaciones, que no se andan con chiquitas.

El tema es viejo: el papel del agronegocio en la agricultura y la inversión en el sector privado. La importancia que tiene el tamaño de la explotación y la productividad en la alimentación del mundo.

Esta vez adjunto este gráfico que creo que ayuda mucho a hacerse una idea de en qué espacio nos movemos cuando hablamos de los distintos modelos. Es de un artículo del IFPRI titulado Patterns of Growth and Structural Transformation in Africa, Trends and Lessons for Future Development Strategies (muy recomendable):

Transformación estructural

Si queremos que la agricultura sirva de verdad para reducir la pobreza, todos estaremos de acuerdo en que no puede quedarse, en los países pobres, en su estado actual. Es decir, de acuerdo con el gráfico, ahí donde he colocado los circulitos rojos: con  porcentajes altos de población activa y porcentaje alto del PIB, y una producción por trabajador y un valor total del PIB agrícola bajos.

La agricultura en los países ricos es la de la derecha: se dedica poca gente, representa un porcentaje bajo del PIB, pero es muy productiva y el valor de la producción es más alto que en los países pobres, donde hay mucha más gente dedicada a la agricultura.

Evolucionar de un modelo como el de los círculos a los cuadrados dejando a la mayoría de pobres rurales por el camino no es una buena solución. Es el modelo latinoamericano de la soja y el maíz, muy mecanizado, pero que deja al margen a los pequeños productores. Este modelo económico no ha sido capaz de ni de incorporar a la mayoría de la población a la industria o los servicios, ni de dotar a los campesinos que no se mueven a las ciudades de medios de producción agrícola adecuados.

Está claro (y espero que en esto esté de acuerdo todo el mundo) que hay que moverse hacia la derecha del gráfico. Esto significa intensificar la producción y mecanizarla. Pero quizá habría que quedarse por la mitad del gráfico (donde están las XXX), con agricultores más productivos que antes, pero menos que en los países ricos, mientras otros sectores de la economía no tiren de la población hacia las ciudades ofreciéndoles trabajos de verdad. Y lo más importante y difícil: moviendo a todos los agricultores hacia las XXX a la vez, sin dejar a nadie rezagado.

Démosles a los pobres nuestras sobras. Dibujo J.S. Aguilar

Démosles a los pobres nuestras sobras. Dibujo J.S. Aguilar

Tanta tontería con el desperdicio de comida (food waste) sólo podía terminar así. En este artículo ya me quejaba de que quienes hablan tanto de que el desperdicio de comida sea un problema transmiten varias ideas equivocadas. La principal de ellas es que el problema es de distribución (ojo, de comida, no de ingresos). Es decir, que si sobra comida en el norte entonces en el sur pasan hambre. Quien piensa esto es que no entiende el funcionamiento de la agricultura (cuya principal característica es la variabilidad de la producción estacional) y entiende todavía menos la pobreza, cuya solución no pasa por enviar comida (fuera de las emergencias, y aún así con cuidado). En la idea del desperdicio como problema hay aciertos: que evitarlo ahorra insumos agrícolas. Esto es cierto. Pero no es lo que la mayoría de la gente capta cuando se expone el problema.

Como consecuencia, lo que tenía que pasar ha acabado pasando. Owen Barder, del excelente Centre for Global Development, denuncia que el Reino Unido va a empezar un programa piloto para llevar las sobras británicas a África. Que lástima, uno que creía que la profesionalidad del DFID era a  prueba de políticos, y que entendían algo básico en cooperación: que el hambre no se debe (generalmente, aunque a veces sí) a la falta de comida sino a no poder comprarla.

Actualización: sólo un mes después (y gracias a Josep Ferrer, que me avisa), me doy cuenta de que el 1 de abril es el día de los inocentes, y ese es el día en que Owen Barder escribió esto. Pero como sigo pensando lo mismo sobre el desperdicio, ahí lo dejo, para solaz y esparcimiento de los raros lectores de este blog. (Gracias, Josep).

Keynes: es más difícil erradicar ideas viejas que introducirlas nuevas

Decía Keynes que es más difícil deshacernos de las ideas viejas que introducir ideas nuevas. Tenía toda la razón. Hay una idea que ha llegado hace poco, pero que se ha enraizado tanto que hará falta maquinaria intelectual pesada para desarraigarla. La idea es que los mercados locales son lo máximo y que nos servirán para erradicar la pobreza.

En alguna ocasión ya he hablado de este tema (aquí). Hace unos días di una clase en una maestría en Madrid, y vi con desolación la casi unanimidad de la que gozaba la idea de la excelencia de los mercados locales, y lo difícil que me resultaba convencerles de que no era correcta. Mi argumento era, según mi punto de vista, claro, muy sencillo: si en las áreas rurales vive más gente en el campo que en los pueblos, hay más gente produciendo lo mismo que bocas comiendo. Y como la capacidad de comer tiene un límite, el mercado se satura enseguida. Esto se conoce como la ley de Engel, y es una de las tres básicas de la agricultura.

En los proyectos de cooperación nos ocurre a veces que tenemos una visión limitada de a quién le están yendo bien las cosas. Si construimos un mercado local y una minoría de gente que trabaja con el proyecto tiene acceso a vender, no pensamos en la proporción de gente que queda fuera. De ahí que nuestra forma de pensar debería ser algo Kantiana: actuemos como si las soluciones que propusiéramos fueran de uso universal. Si lo que proponemos no puede funcionar para todo el mundo, entonces reconozcamos que es una solución parcial y que necesitamos pensar en otra cosa para quienes quedan fuera.

El otro aspecto sobre los mercados que padece el mismo problema es la venta directa. Igualmente, la venta directa producción-consumo tiene una capacidad muy limitada por razones logísticas elementales: no es posible que cada productor venda a cada consumidor porque no se puede organizar así un mercado de millones de habitantes: no hay sitio ni programación posible. ¿Cuál es nuestro problema? Que no sabemos -y yo el primero- cómo se puede convertir en justo el intercambio de productos agrarios, que está sujeto a variación de precios y cantidades, y diferencias de productividad muy grandes entre unos productores y otros. Quizá por esto también decía Keynes que hay dos clases de economistas: los que no tienen ni idea, y los que no saben ni eso. Pero esto no nos tiene que dejar tranquilos pensando que tenemos soluciones que realmente son estéticas, pero incompletas.

En la loable lucha por un planeta más sostenible y sin pobreza no todas las soluciones aportadas con buena voluntad van a funcionar. De hecho, uno de los grandes problemas de nuestro sector (ONG para el desarrollo y ecologistas) es que erramos el tiro con frecuencia porque consideramos certeras las soluciones sólo porque muestran un escándalo -el hambre, la destrucción del medio- que compartimos todos. Pero compartir el escándalo no significa compartir las soluciones, que pueden ser mucho más complicadas.

Últimamente se habla mucho de Despilfarro (Waste, en inglés), de Tristram Stuart, autor de un libro de historia del vegetarianismo. El libro es grueso, pero para quien esté interesado puede ver reseñas (como esta) y entrevistas (como esta), suficientemente informativas como para poder hacerse una opinión.

Lo primero que me llama la atención son afirmaciones en estos enlaces de arriba como «»Calculé que si recogiera toda la comida despilfarrada en Gran Bretaña en un solo día, podría ofrecer una comida a 60 millones de personas». «Deberíamos conseguir que los excedentes de comida fresca y comestible llegaran a las personas hambrientas, y a la vez eliminar los excedentes innecesarios que estamos creando».

La primera frase muestra una ignorancia supina de cómo funciona el hambre: es un problema económico y político que no se soluciona repartiendo comida: el 80% de la gente que pasa hambre son productores de comida. No queremos repartirles comida, queremos que la produzcan. La segunda parece ignorar dos de las características de la agricultura, que son la variabilidad de la producción, y que los productos son perecederos.

Y hay cosas que creo que confunde:

Residuos con excedentes:

Se tratan de forma intercambiable en muchas partes del texto, cuando no son lo mismo. Una cosa es lo que tiras después de usar, y otra que sobre producción cuando la cosecha ha sido mayor de lo esperado. La fruta es perecedera, no es raro que haya que tirarla. Se produce mucha más de la que se come y se distribuye, pero si no se vendiera, se quedaría en el árbol y se desperdiciaría igual (como de hecho muchas veces ocurre). La cantidad de comida que se produce varía porque así son las cosechas: a veces buenas y a veces malas. Si son buenas, el exceso de comida es un problema para todo el mundo. Y no puedes repartir la que sobra: millones de agricultores se han arruinado por recibir los excedentes de otros países, tanto ricos como pobres.

El todo con la parte: 

Stuart expone como un problema que un agricultor produzca un 25% más de lo justo para asegurar el contrato con una empresa que le compra, pero luego establece como razonable que un sistema alimentario tenga un 30% de holgura (con lo cual, siguiendo la ley de los grandes números, todos los agricultores deberían producir un 30% más que el consumo esperado.

Los sistemas alimentarios tienen que funcionar holgados. Las escaseces (lo que él critica es que siempre  haya que tener alimentos disponibles en las tiendas) tienen dos efectos: pierdes el cliente, y suben los precios. Precisamente el problema que hay ahora con los precios de los cereales en gran parte está causado porque el margen de holgura (las reservas) es demasiado escaso.

Cosas en las que sí estoy de acuerdo:

  • En general, acierta con que hay un problema de exceso de producción disponible para la venta, pero yerra con las soluciones, que no pasan por repartir lo que sobra, porque es inviable hacerlo a gran escala (sobre todo, con lo perecedero), y sería económicamente contraproducente.
  • Es cierto que si tiramos menos se producirá menos. Es poco probable que sea fácil hacerlo. Es una falacia parcial que si consumes menos el sistema va a desperdiciar menos. Es cierto si tiras menos comida de la que has comprado. Esto animo a hacerlo a todo el mundo. Pero hay que distinguir entre la comida que se tira porque no se come en casa, de la que tienen que tirar los distribuidores porque tiene que haberla disponible en el mercado. Es probable, pero habría que demostrarlo, que si consumimos menos los distribuidores ajusten las cantidades.
  • Es un problema enorme que la comida, especialmente el grano, se pierda en los países pobres antes de la distribución. Eso hay que solucionarlo sin duda alguna.
  • Todo lo que se pueda repartir gratuitamente tiene que hacerse, pero sólo a quienes lo necesitan. El problema es aquí lo que en inglés se dice «targeting», y es caro y complicado: decidir a quién le das. Hay que hacerlo, de todos modos, pero esto se va a llevar una cantidad ínfima. Si distribuyes más de la cuenta, los que se resienten son el productor y el distribuidor (y su supervivencia también es necesaria para el sistema). Cuando las reservas de grano en los países pobres han repartido comida indiscriminadamente, en algunos casos han desaparecido los intermediarios, y el problema del hambre se ha agravado en vez de mejorar.
  • Desechar por razones cosméticas (patatas con ojos, manzanas feas) es una tontería cuando el defecto es mínimo (pero es difícil poner la frontera, aunque claramente ahora es una exageración tirar una zanahoria porque está torcida).

¿Consiste la propuesta en ajustar más la producción del sistema? Es posible hasta cierto punto, pero ciertamente no será tan grande como afirma el autor. Qué difícil, separar el grano de la paja entre todas las buenas voluntades que intentan arreglar el mundo, pero algunas propuestas hay que desecharlas, aunque sea paradójico en este caso.

Hoy empieza la campaña más grande de la historia de Oxfam. Se llama CRECE, y se llevará a cabo en 45 países los próximos cuatro años. ¿Qué pretende esta campaña? Arreglar un sistema alimentario que no funciona. Estos son algunos de los titulares:

  • La población mundial alcanzará los 9 mil millones en 2050 ¿habrá suficientes alimentos para todos?
  • Más de 4 mil millones de personas vivirán en países con escasez crónica de #agua antes de 2050.
  • 4 de cada 5 personas no tiene acceso a protección social alguna.
  • El 40% del maíz de EEUU acaba en tanques de gasolina, no en estómagos.
  • 3 firmas agroalimentarias (Cargill, Bunge y ADM) controlan el 90% del comercio de cereales.
  • La agricultura es responsable del 30% de emisiones de gases contaminantes ¿Cómo podemos cultivar lo suficiente de manera sostenible?
  • Darle a las mujeres el mismo acceso a recursos agrícolas que a los hombres podría incrementar sus cosechas un 30%
  • La cantidad de tierra cultivable por persona es 50% menor desde 1960. La población aumenta, ¿cómo nos alimentaremos?

Lo mejor es leer aquí el magnífico informe que se ha preparado, visitar el blog 3.500 millones, donde Gonzalo Fanjul lo explica más claro que el agua, o ir a la página de Intermón Oxfam.

En 1974, después de la fuerte crisis de precios alimentarios del año anterior, la Conferencia Mundial sobre Alimentación hizo las siguientes recomendaciones: mejorar la producción de alimentos, establecer un fondo de emergencia para ayuda alimentaria, un sistema de información sobre granos básicos, mejores políticas de almacenamiento de granos, y reducir las barreras comerciales. Aunque vista la situación de precios disparados parece que no se ha hecho nada desde entonces, no es así. Se han hecho muchas cosas: hay sistemas de información, el Programa Mundial de Alimentos atiende a millones de personas, las barreras comerciales son mucho menores ahora que hace cuarenta años… pero no es suficiente. Habrá que hacer más, si no queremos pasar de los mil millones de hambrientos a los mil doscientos.

Qué hace falta:

– Aumentar las reservas. ¿Por qué, en los últimos cuarenta años, es la medida menos tomada? Porque mantener reservas es caro. Hay que circularlas (es decir, vender el grano viejo y comprar nuevo), lo que produce distorsiones en el mercado. A corto plazo reduce las existencias en el mercado, con lo que hay que hacerlo cuando no hay emergencia, no ahora. Pero sin reservas vamos mal, cuando la producción está por debajo de la demanda en siete de los diez últimos años, según Alex Evans en el recomendable Feeding the nine billion.

– Mejorar el sistema de información. Ya hay varios en funcionamiento, pero fallan entre otras cosas porque nadie sabe cuáles son las reservas de China (excepto los chinos), por lo que hay incertidumbre sobre cuánto puede aumentar la demanda china. Basta ella sola para desestabilizar el mercado mundial si la cosecha les va mal.

– Promover la capacidad de las comunidades para mantener sus propias reservas. Esto implica proveerles de capital de trabajo, crédito, tecnología y seguros climáticos, además de evitar que los precios se desplomen cuando sea el momento de que las organizaciones campesinas saquen el grano al mercado.

– Y algo que no se ha probado: en caso de crisis, parar el consumo de grano para biocombustibles, y reducir la fabricación de piensos. Lo primero es difícil, porque los picos de precios de alimentos suelen coincidir con picos de precios de petróleo. ¿Quién se atreve a tomar tal decisión política, parar la fabricación de alcohol cuando más rentable es?

– Luego hay que crear confianza en el sistema alimentario mundial: el grano no se va a acabar, la situación no es tan grave a estas alturas. Es el pánico lo que la agrava. Hay que evitar que los países exportadores dejen de exportar. Hay que poner dinero a disposición de los países importadores (el Banco Mundial dice que ya lo ha hecho).

Y sobre todo hay que producir más. Los precios altos son una oportunidad para los productores pobres si cuentan con el apoyo necesario.

Todavía podría seguir con otras medidas que ha propuesto gente que sabe del tema. Lo extraordinario es que hay bastante consenso en lo que hay que hacer. Lo que propone el banco mundial es bastante razonable; varios países del G20 (Francia, Gran Bretaña) están por la labor y Francia lo quiere tratar en su próxima presidencia del G20. ¿Y si se apuran un poquito, para sacarnos de este sinvivir? Mil  millones de personas podrían agradecerlo mucho.

En artículos anteriores (sobre todo en este) salió el tema del poco aprecio que tienen los gobiernos de los países pobres por la agricultura familiar. Es entendible que prefieran las grandes empresas: es más fácil cobrarles impuestos, porque perseguir a unas docenas de éstas cuesta menos que hacer pagar a miles de agricultores. Convencer a los gobiernos de que la agricultura familiar tiene muchos beneficios para la economía es un trabajo difícil: reducir la pobreza, favorecer la demanda interna y conservar el medio ambiente, son todos logros de poco lucimiento en las estadísticas nacionales pibcentristas.

En el Perú, una campaña en la que participa Oxfam ha conseguido formar una alianza entre la riquísima gastronomía peruana y los campesinos que la hacen posible. Una feria gastronómica, Mistura, ha logrado que la urbanita Lima mire más allá de sus arrabales y vea que hay una agricultura familiar, que sin apoyo público produce cientos de variedades de granos, frutas y hortalizas. Pero mejor miren el video, es más ilustrativo.

 

Modelo agropecuario

Todo se ha dicho ya, pero como nadie escucha hay que volver a repetirlo
André Gide

No es el viejo truco de decir «oh, qué duro y difícil es describir un modelo» y luego decir:»he aquí el modelo» (ver lamento anterior sobre el modelo agropecuario aquí). Se trata sólo proveer de algunos criterios (como acertadamente sugería JAHT), lo cual está muy lejos de tener un modelo. Y como  escribir estos criterios  es tedioso y mi pereza es legendaria, acudo a la poco elegante costumbre, pero ahorradora de trabajo, de citarse a uno mismo. Esto lo escribí para un encuentro en FRIDE hace ya un tiempito. Habla de cosas que habría que hacer. Entre los defensores de estas ideas (las fuentes están entre paréntesis) están algunos de los cocos más denostados por la progresía del desarrollo. Como creo que lo que dicen en este caso (no siempre) es razonable, yo lo suscribo:

Revisando las propuestas de DFID (2005), FSM* (2005) SIDA (2005), OCDE (2006), Banco Mundial (2007), se puede encontrar un alto grado de coincidencia, a la que se suma el Plan Director de la AECID, en que los Estados deberían trabajar para garantizar los siguientes puntos mediante sus políticas nacionales:
–    Establecer un marco institucional que favorezca a la pequeña agricultura, a través de políticas focalizadas hacia ella (DFID), innovaciones institucionales (BM), con un papel coordinador del Estado (FSM, AECID). La política macroeconómica no debe estar sesgada (impuestos a la producción a pequeña escala, o poca inversión en ésta, o tipos de cambio sobrevaluados).
–    Favorecer el acceso de la pequeña agricultura al mercado (BM), incorporándola a las cadenas de valor. En Intermon Oxfam pensamos que el acceso tiene que darse tanto a los mercados locales como a los más lejanos.
–    Reducir las fluctuaciones de precios (DFID, FSM). –    La mayoría está de acuerdo en la importancia de facilitar el acceso a insumos para la producción (DFID, OCDE, BM), pero pocos lo proponen a precios subsidiados (FSM).
–    Disminuir los costes de transporte mediante la construcción de carreteras. Invertir en infraestructuras de riego y almacenaje.
–    Proveer crédito (DFID, BM, FSM, OCDE). – Asegurar el acceso de la población pobre agricultora a los recursos naturales
(OCDE, DFID), tierra y agua.
–    Hacer los sistemas agrícolas más sostenibles ambientalmente (BM) y enfrentar el cambio climático (DFID, AECID).
–    Proveer información de mercado (DFID).
– Aportar las mejoras tecnológicas (DFID, BM, OCDE, FSM, AECID) mediante investigación y extensión. Esto incluye poner a disposición semillas de calidad adaptadas al medio.
– Fomentar la agregación de valor mediante la transformación de la producción (OCDE).
–    Aumentar las capacidades de las asociaciones de agricultores y agricultoras (OCDE, FSM).
–    Defender los derechos laborales de los trabajadores agrícolas.
Las políticas agrarias nacionales tienen un alcance insuficiente en dos aspectos:
–    Ante un entorno económico internacional que no les favorece. Es un papel de la comunidad internacional reducir las distorsiones comerciales que perjudican a los países pobres (apoyado por DFID, OCDE, BM y AECID)
–    Por mucho que mejoren las posibilidades de la agricultura, no tiene sentido ni hay posibilidades para el desarrollo si un 80% de la población se dedica a ella. A mediano y largo plazo, la diversificación a otros sectores será necesaria, y por ello trabajar en el empleo rural no agrícola es una prioridad (OCDE y BM). La migración es una realidad, y las mujeres deben soportar quedar al cargo de los hogares.

* Con FSM (Future of Small Farms) nos referimos a un encuentro entre el IFPRI, ODI y el Imperial College que en 2005 publicó el documento homónimo, que ha sido un referente importante en los últimos años.

Dado que la mayor parte de la gente tiene trabajos con sueldos fijos o produce o vende mercancías cuyo precio varía poco, la montaña rusa en la que viven agricultores y ganaderos es difícil de entender para la mayoría urbana. Hace poco estuve en Burkina Faso, y varias organizaciones campesinas estaban preocupadas -siempre lo están- por los precios bajos que les producen pérdidas periódicamente. Su aspiración es un precio mínimo, pero pasar del deseo a la práctica es caro y difícil, lo que no quiere decir que no haya que intentarlo.

Los precios mínimos tienen muchas veces como efecto secundario la sobreproducción (recordemos la montaña de mantequilla de la UE en los setenta y ochenta, hasta que las cuotas la redujeron), y entonces hay que retirar producto del mercado o dejar de producirlo, si no es imposible mantener los precios. En los países pobres los precios bajos eran -antes de la última crisis- un problema mayor que los altos, y los gobiernos no intervenían porque prefieren mantener satisfecha a la población urbana. En los países ricos sí se interviene. Algunas de estas medidas son de difícil comprensión para el público, como cuando se entierran toneladas de fruta («¿no podría darse a los pobres?») o los ganaderos cobran por no producir carne. Sin embargo, tienen su lógica: mantener el precio es la prioridad absoluta. Pero para que vean qué fácil es hacer chiste del asunto, vean aquí la carta (en inglés) que recibió David Milliband -el laborista derrotado por su hermano Ed- cuando era ministro de agricultura. Es muy divertida, aunque algo demagógica.

Cada año en mi organización (Oxfam) se habla de que hay que definir el modelo agropecuario que queremos. Cuando surge la pregunta paso algunos días malos. Contesto con evasivas, finjo que estoy leyendo un estudio interesantísimo o que tengo trabajos urgentes. Mi mujer me conoce y se preocupa y en esos días me prepara sopas con hierbas que dice que son buenas para la melancolía.

Me pongo así porque sé que no es fácil decir qué queremos. Sé que volverán las eternas discusiones sobre qué es la agricultura familiar, qué significa ser un pequeño productor (nada que ver con la estatura ni el sexo), si la agricultura familiar o la agroecología alimentarán al mundo o si vamos a necesitar los transgénicos o vamos a prohibirlos. Luego entraremos en la producción para la alimentación local o la exportación. Pedirnos que definamos el modelo agropecuario es como pedirle a la izquierda que diga qué economía es posible en un mundo globalizado. Ahí es nada. Nos salen documentos llenos de pies de página, excepciones, matices y aclaraciones.

Detrás de todo esto está la necesidad que tiene la izquierda de juzgar lo que es bueno. La derecha no juzga lo bueno, sino que evalúa lo útil y mira si es posible técnicamente, sin preocuparse mucho por lo que pase después. Nosotros, que sí nos preocupamos por estas consecuencias sobre personas y medio ambiente, estamos obligados a elucubrar qué puede pasar si elegimos un modelo u otro, más o menos fertilizantes, más mecanización o menos, biocombustibles sí o no. No es nada fácil. Si la sopa contra la melancolía hace su efecto, quizá vaya a resumir algunos puntos sobre qué puede ser bueno pedir, concretamente.

Steve Wiggins es un académico muy respetado en el campo del desarrollo agrícola. En el video habla de lo que habría que hacer para  acabar con el hambre que padecen mil millones de personas. Habría que hacer tres cosas: mantener el crecimiento de la producción de cereales a un ritmo mayor que el de la población (bastaría un 2% anual), reducir la pobreza mediante el desarrollo agrícola, y complementar los dos anteriores con salud,  educación y agua potable.

No parece muy difícil de hacer: como dice en el video, es menos complicado que la tecnología espacial. El reto, dice en Wiggins en este artículo, será alimentar a 2.200 millones de personas más en 2050.

Hay gente que piensa en otras soluciones más peregrinas, como esta de vertical farming: construir edificios altos dentro de las ciudades donde se cultiven hortalizas. En 2050,  el 80% de la población será urbana. Es difícil saber cómo será el mundo dentro de cuarenta años, pero lo que no parece tener en cuenta el Dr. Despommier es que esos dos mil millones adicionales estarán principalmente en países que hoy son pobres. Cuesta imaginar que un rascacielos-invernadero pueda ser rentable, ni en Mali ni en Nueva York. En la web no he encontrado ningún estudio de rentabilidad, quizá estén en el libro. Y tampoco habla de cómo van a vivir quienes ahora viven de la agricultura en los países pobres. Me parece mejor la propuesta de Wiggins.

Roya del trigo al microscopio

La duda no es una condición placentera pero la certeza es absurda.

Voltaire

Una de las debilidades de mi carácter que me dificulta ser de izquierdas es mi propensión a la duda. Si la derecha tiende al cinismo, la izquierda tiende a la posesión de la verdad con superioridad moral incluida. En la izquierda siempre hemos visto los matices como enemigos, lo que ha tenido como efecto secundario una subdivisión en capillitas hasta el infinito, porque claro, cómo van a convivir en un mismo movimiento dos matices distintos… La derecha entiende que para conseguir sus objetivos no es necesario ser amigos, basta tener intereses.

Esto viene a cuento de las posiciones habituales sobre transgénicos de ecologistas y altermundialistas. Sin duda para mi, me considero más cercano a estos movimientos que a la gran empresa, de la que desconfío absolutamente. Pero, ay, mis matices.

Las discusiones sobre transgénicos están que hierven desde la aprobación de la UE de varios de éstos. Avaaz está haciendo una campaña de recogida de firmas que está ya cerca de alcanzar el millón. El problema, como siempre, es que no distinguimos la herramienta del producto. Es como si por no gustarnos unos zapatos quisiéramos prohibir el martillo con que los fabrican, cuando en realidad quien nos cae mal es el zapatero.

En The Economist hay una historia muy ilustradora sobre el problema. Cuando el CIMMYT descubrió el gen Sr31 que confería resistencia a la roya del trigo (wheat rust), millones de personas se salvaron de la malnutrición al conseguir introducirlo en variedades de todo el mundo, con métodos tradicionales de cruce. ¿Qué hubiera podido pasar hoy en día? Veamos estas posibilidades:

  • Que el CIMMYT hubiera encontrado el mismo gen, y lo hubiera introducido en las restantes variedades mediante OGM a una velocidad récord (puesto que es mucho más sencillo).
  • Que quien hubiera encontrado el gen hubiera sido Monsanto, y lo hubiera vendido a precio de oro en cada variedad en la que se hubiera introducido.

No le veo ningún problema a la primera opción, pero sí a la segunda. Entonces, el problema de los OGM, ¿es la empresa que lo hace, o es la técnica? ¿Por qué vamos a estar en contra de los transgénicos públicos? Da miedo lo que pueden hacer las multinacionales (uno de los errores de la derecha es que piensa que lo que técnicamente puede hacerse, debe hacerse. Pensamiento muy americano), sobre todo cuando se apropian de genes que han cuidado durante siglos campesinos centroamericanos. Pero, ¿y si el gen lo han aislado y desarrollado ellos? ¿Por qué no lo van a poder introducir dentro de semillas terminator, que no lo van a traspasar a otras variedades? Porque, dicen, si Monsanto tiene el monopolio, creará dependencia de los campesinos. Quizá se trata de que el Estado garantice la conservación de las variedades, y que estén a libre disposición…

Muchas dudas. Por cierto, la roya vuelve, ha sido capaz de vencer al gen Sr31. Ahora hay que buscar otra solución antes de que se extienda. ¿Quién llegará antes, y por qué medios?

(gracias a Teresa y José Antonio por la esclarecedora discusión sobre el tema. Esclarecedora, aunque persistan las dudas).

Esta semana muchas ONG han andado alborotadas por la edición del informe del Banco Mundial sobre acaparamiento de tierras, que en inglés tiene por título Protecting land rights is key to successful large-scale land acquisitions. En él, el Banco Mundial reconoce la violación de derechos humanos que han representado estas entregas de tierras a fondos de inversión, fondos soberanos o empresas multinacionales, y dice que mejor respetar los derechos humanos -no expulsar a la gente, sino pagarles bien para que se vayan- para que las adquisiciones sean un éxito y además sean viables.

Como no podía ser de otra manera, nos oponemos a este planteamiento. Nuestro trabajo (difícil) consiste en argumentar por qué es mejor que estas adquisiciones no se permitan. Tenemos que convencer a los políticos que las van a autorizar de que es mejor invertir en la agricultura familiar, en vez de permitir su expulsión. Convencerles no va a ser fácil, sobre todo por este gráfico que aparece en el informe del Banco:

Comparación de la productividad entre cuatro tipos de propiedad agrícola en IndonesiaEste gráfico muestra claramente algo de lo que ya hablé en la entrada ¿Alimentarán los campesinos al mundo?.  La respuesta es «depende», por supuesto. Pero lo que no podemos decir es que lo harán siempre de forma más eficaz. El gráfico muestra que el rendimiento de la inversión es menor cuando la hace sólo la familia campesina. Es cuando ésta gana más dinero. Si se asocia con la multinacional, el rendimiento de la inversión sube al doble, pero la familia gana la mitad. Si en vez de esto le alquilan la tierra a la empresa, todavía ganan menos. Y en el cuarto caso, en el que la empresa se queda la tierra, todo es para ella.

Obsérvese que en los tres últimos casos el Estado ingresa impuestos en abundancia, cosa que no hace con la familia campesina (que suelen moverse en la economía informal). Y ahí viene la elección difícil que tiene que hacer la clase política: si quieren beneficiar al campesino, perderán en crecimiento de la economía. Ya lo dijo Alain de Janvry en Agriculture for development: New paradigm and options for success:

This implies that social choices must be made in weighting the various development outcomes of agriculture. Small farms may be preferred over (or in association with) large farms not only on efficiency grounds (if an inverse relation exists between total factor productivity and farm size), but also because they allow autonomous income generation by the rural poor, even if at the cost of a growth trade-off.4 Technologies that create employment in agriculture and in agribusiness may be preferred over labor-saving technological changes as the labor market becomes an increasingly important instrument through which productivity gains in agriculture are translated into welfare gains for rural populations. Agro-ecological approaches may be preferred when negative externalities in chemical-based farming cannot be internalized, even if at the cost of yield and risk trade-offs, and even if they are more demanding in public assistance to achieve a productivity revolution for Sub-Saharan Africa. Particularly in the world of international development agencies, we have too long wished for a world where win-wins dominate the outcome set, in part to avoid protracted political debates (as for example in the growth-equity debate, see Banerjee, Deaton, Lustig, and Rogoff, 2006). But win-wins have to be recognized as the exception more than the rule. Trade-offs in the process of agricultural growth thus require making difficult social choices, expectedly based on solid information and democratic participation to establish priorities, requiring a set of institutions and practices that typically need to be reinforced in developing countries.

Atención a las últimas frases: estamos acostumbrados a que lo que proponemos son soluciones win-win, en las que todo el mundo gana. Pensemos en vez de esto que habrá que elegir entre dos opciones, una con mayor crecimiento, y otra con mayor disminución de la pobreza, o no convenceremos a los políticos, que pueden ver nuestras soluciones como ingenuas.

PS: esta es la opinión de GRAIN sobre el estudio.

Y otra opinión de peso: Ian Scoones, del IDS, en la página del TNI

En este artículo hablaba de que la futura escasez de fósforo hace tiempo que ha arrancado la carrera por acapararlo. Ahora parece que está ocurriendo lo mismo con el potasio. Tanto el potasio como el fósforo son componentes necesarios de los fertilizantes. En 2008, en plena crisis de precios de la comida, el potasio ya tuvo una fuerte subida del 132% en un año en algunos contratos, como muestra este artículo del Asia Times .

Ahora este artículo de Le Monde (pdf) habla de los movimientos en el mercado: los australiano-británicos de Río Tinto invierten en la empresa rusa Uralkali, mientras que los australiano-británicos de BHP Billiton lo hacen en los canadienses de Potash. Los rusos y bielorrusos controlan el 45% del mercado, mientras que Canadá el 20% (pero con el 50% de las reservas). Como ven, entre pocos anda el juego. Ni China, ni India ni Brasil tienen reservas, y dependen de las importaciones de Canadá y Rusia, por eso China invierte 1.200 millones de dólares en el Congo. Equilibrios delicados en el sistema alimentario mundial, empresas que se sitúan lo mejor que pueden para cuando los recursos sean escasos, o parezca que lo son.

El precio del trigo se ha disparado últimamente, dicen que debido a la sequía y los incendios en Rusia, y al decreto de prohibición de exportaciones que vino a continuación. Mucha gente se pregunta ya si habrá otra crisis como la de 2008. No parece que vaya a ser otra crisis de escasez: las reservas no están tan bajas. El problema es que las subidas de precios del grano (llamados «los alimentos» en este nuestro mundo de ONG) se producen como profecías autocumplidas: basta anunciarlas para que ocurran o se agraven. Enseguida los avispados fondos de inversión empiezan a comprar futuros esperando hacer caja con esto, y ahí empieza todo. Si falta o no falta comida, poco importa a estos fondos. Es el pánico el que los mueve. Esta vez, al menos, el precio del petróleo no está tan alto (hasta que la mano negra empiece a moverlo) y la crisis económica hace que el consumo de carne se mantenga bajo. No tendría por qué ocurrir lo de 2008. Pero los designios de los mercados son insondables…

Hay que recordar que al calor de la última crisis salieron muchas propuestas para controlar estos desaguisados: regular la venta de futuros para que no se puedan utililizar para especular, prohibir las restricciones a las exportaciones (la nefasta medida que ha tomado Rusia), reservas virtuales para combatir la especulación,  reservas reales regionales… pero se ha hecho demasiado poco. Seguimos en manos del fatalismo: si es lo que los mercados dicen…

Mientras, ya hay disturbios en Mozambique y Bangladesh. En Bolivia, de donde vengo, hay una supuesta escasez de azúcar. Los comerciantes de estos países sólo esperan las noticias en los periódicos («Suben los precios de los alimentos») para esconder los sacos en la trastienda, y vuelta a empezar con el estraperlo, como hace dos años. La especulación no se hace sólo en la Bolsa de Chicago, también se da en la tienda de la esquina.

Dibujo de Juan Salvador

Disculpen este artículo porque lleva jerga. Lo siento,  pero hay cosas que ya no sé escribir si no están en jerga.

En estas dos semanas he estado en dos encuentros muy distintos para hablar de los mismos problemas. Uno, un seminario en Barcelona para hablar de variabilidad de precios, organizado por el IPC y el ICTSD. Otro, en Bruselas organizado por el CSA (belga) y el IATP (gringo) y Oxfam Bélgica.

El tema de los dos encuentros estaba relacionado con la crisis alimentaria de 2008. En el primero (IPC), se habló de la volatilidad de precios. En el segundo, si las reservas de grano pueden contribuir a evitar la volatilidad y a garantizar la seguridad alimentaria. En ambos casos había gente de la academia, responsables del Banco Mundial y la OMC (en el IPC) y del Comité de Seguridad Alimentaria de la FAO (en el segundo), además de mucha otra gente de postín en ambos.

En algunos casos, lo que se decía en uno y otro sitio sonaba parecido:

  • Las reservas nacionales y regionales es más probable que funcionen que las internacionales.
  • La competición entre comida y biocombustibles será un problema debido a que ambas usan recursos, y éstos son limitados. Incluso cuando se desarrollen biocombustibles de segunda generación.
  • La inelasticidad de la demanda es el problema que se debe enfrentar (explico más de esto otro día, es largo. Si alguien tiene prisa, aquí en la wikipedia lo explican mucho mejor de lo que yo podré.).

Pero en otros casos, sonaba muy diferente:

  • El IPC, el WTO y BM defendieron en Barcelona el libre comercio (con matices, pero ufanos al fin de que existiera tal cosa, y mejor tocarlo lo menos posible). En Bruselas todo el mundo defendió la necesidad de protección frente al dúmping, y el hincapié en que los países pudieran usar las medidas que consideraran necesario era mucho mayor.
  • En el IPC se defendió la necesidad de una cierta volatilidad, porque da señales a los mercados. Les dice cuándo hay que producir más, vía precios altos. Carl Haussman (de Bunge) dijo que culpar a los futuros de la especulación era matar al mensajero (Bunge  es una gran multinacional que se ha forrado durante la crisis). En Bruselas se hablo de mantener la volatilidad mínima (sólo lo necesario para incentivar comercio y el almacenaje).
  • En el IPC se tenía gran confianza en el sector privado ( las PPP, Public Private Partnership). En Bruselas, escasa confianza en que el sector privado no quisiera más que ganar dinero con la volatilidad, que al final es lo que suele pasar.

En el fondo, subyace una creencia. En el encuentro del IPC, las safety nets fueron las palabras mágicas. Targeting (que las medidas vayan sólo a quienes las necesitan) fueron las otras. Pero eran medidas ex-post, es decir, arreglar el desastre cuando ya se ha producido. Salvar a los supervivientes del naufragio, pero dejar libre el tráfico de barcos aunque choquen entre ellos.

En Bruselas, la idea era otra. Que es posible que los pequeños productores puedan ser autosuficientes, si se ponen las medidas necesarias, la mayoría públicas.

¿Dónde está la cuestión? Los de Barcelona no se acababan de creer que esto de la promoción de los pequeños agricultores funcione. Esto se puede deber a que durante los setenta y ochenta ya se probaron muchas de las soluciones de las que hablamos hoy, y muchas fracasaron. Nuestro reto (de quienes trabajamos en cooperación)  es demostrar (y así lo intentamos con nuestros programas) que las soluciones que proponemos son viables en las condiciones actuales. Pero de ahí a convencer a los políticos de los países pobres de que hay que intentarlo, y que es posible conseguirlo, hay un trecho.  Si no convencemos a los políticos de esto, las safety nets continuarán siendo la solución más financiada. Parches.

Si alguien quiere profundizar en el tema, que visite los enlaces de arriba. Hay presentaciones interesantes en ambos encuentros.

Turgot

Junto con Engel y King (de los que hablé en otros artículos), Turgot forma la tríada de razones por las que la agricultura es distinta de los demás sectores.
Turgot fue un economista francés de la escuela de los
fisiócratas, aquellos que decían que la riqueza de un país se basa en la producción de bienes, especialmente de la agricultura. Los fisiócratas se encontrarían bastante perdidos en el mundo económico actual, de capitalismo financiero virtual, donde los bienes reales apenas tienen importancia relativa. Pobres, si levantaran la cabeza. Pero no dejarían de decir que la crisis actual es producto de no haberles hecho caso a ellos, que defendían la economía real (con esto no quiero decir que haya que volver a la agricultura como sector principal, por supuesto, pero sí que la riqueza tiene que ser real y no virtual).

Una gran aportación de Turgot fue la ley de rendimientos decrecientes (aunque luego otros como Malthus y Ricardo también hablaron de eso).

La ley de Turgot o de los rendimientos decrecientes expresa que, dados los factores de producción tierra, capital y trabajo (todo lo que necesitamos para la agricultura), al mantenerse fijo el factor tierra, el aumento de los otros capital y trabajo producirá un incremento de rendimiento limitado, llegando a un punto en que, de aplicarse en mayor cantidad, el rendimiento decrecerá en lugar de aumentar.

Veamos un ejemplo: si tenemos una hectárea de cultivo de maíz y aplicamos 200 kg de fertilizante y la mano de obra de dos personas, obtendremos un rendimiento determinado. Si a esta misma superficie le aplicamos 2.000 kg de fertilizante y el trabajo de veinte personas, el rendimiento no aumentará proporcionalmente, y lo más probable es que disminuya y económicamente será desastroso.

La forma que tendría una curva que relacione la inversión con el producto obtenido tendría más o menos esta forma:

Obsérvese como la producción (en el trazo grueso) disminuye aunque aumenten los insumos (capital y trabajo).

La tecnología tiene mucha importancia en esta ley: es el factor que nos permitirá que el uso de los dos variables, capital y trabajo, sea óptimo. Si las semillas rinden 3.000 kg por hectárea no es lo mismo que si rinden sólo 500.  Es por eso que la tecnología tiene tan extremados defensores en la agricultura (los que defienden los transgénicos a muerte, y los que se les oponen igual): porque de ella depende obtener la mejor combinación de capital y trabajo. Aún así, la tecnología tendrá un máximo. Nunca se obtendrán 100 Tm de trigo por hectárea, por mucho capital, trabajo (hoy en día, poco por la mecanización) y tecnología que metamos.

La diferencia con la industria es que en esta última el factor limitante no es la tierra, es el capital. Si una fábrica tiene pocas máquinas, poner más trabajadores sólo servirá para que hagan cola delante de las máquinas para usarlas. Pero con poner más capital, los rendimientos aumentan mucho más de lo que lo harían en la agricultura.

¿Alimentarán los campesinos al mundo? (dibujo J.S. Aguilar)

En mi trabajo surge muchas veces esta discusión: para alimentar a 9000 millones de personas en 2050, ¿qué papel tendrán los pequeños productores, pobres, en zonas rurales y muchas veces marginales? Hay dos visiones opuestas, y una matizada, que como siempre es la que tiene menos predicamento, pero creo que la más acertada.

Una es que, si les dejan y apoyan, podrán hacerlo. Cuidan mejor el medio ambiente que la agricultura industrial (aunque no siempre), son más productivos en el uso de la mano de obra, y obtienen mejores rendimientos en superficies pequeñas. La otra visión es que sólo la agricultura industrial, que es mucho más eficiente (más productiva si se tiene en cuenta el uso de todos los factores, sobre todo por la economía de escala) podrá producir alimentos suficientes. Vía campesina contra Monsanto.

En mi opinión, poner sobre los productores pobres la responsabilidad de alimentar el mundo no es correcto. No es cierto que sean más eficientes: cuando se empezaron a contabilizar los costes de transacción (todos aquellos costes no físicos, de negociación, búsqueda de información sobre mercados y cumplimiento de contratos) se vio que las granjas mayores tienen más ventajas.

Hazell lo resume muy bien en este documento, The Future of small farms for poverty reduction and growth : las granjas pequeñas tienen ventaja en el conocimiento del medio local, la productividad y motivación de la mano de obra, y en asegurar la subsistencia. Las grandes tienen ventaja en mano de obra cualificada, conocimiento del mercado y técnico en general, compra de insumos, financiación, trazabilidad y aseguramiento de la calidad, y manejo del riesgo.

Dado que es bastante improbable que podamos defender que los pequeños productores alimentarán mejor al mundo, cambiemos de argumento: pueden contribuir (no hacerlo solos), pueden cuidar mejor el medio ambiente (si se les paga por ello), y debemos hacerlo no porque vayan a producir más, sino porque así vamos a reducir la pobreza, lo cual no es un objetivo desdeñable. No seamos utilitaristas diciendo que el futuro de nuestra comida está en sus manos.

Alain de Janvry lo dice en este recomendable artículo: Agriculture for development: new paradigm and options for success:

Small farms may be preferred over (or in association with) large farms not only on efficiency grounds (if an inverse relation exists between total factor productivity and farm size), but also because they allow autonomous income generation by the rural poor, even if at the cost of a growth trade-off.

Es decir, pueden que ofrezcan menos crecimiento que las grandes. Pero puede ser necesario para favorecer la inclusión social porque los pobres rurales no tienen otra opción más que dedicarse a la agricultura, dado que el mercado laboral no los absorberá.