Los comentarios de Pepe, Fabio y Ripley sobre los luditas me han dado mucho que pensar (¡gracias!).
Es fácil oponerse a cosas. Los que lo hacen con mayor entusiasmo forman una tribu aparte del ludismo, la de los “mopongo” – en palabras de Ripley- , por su tendencia a decir “mopongo a esto” o “mopongo a lo otro”. Lo difícil es proponer soluciones que no sean luditas (oponerse a cualquier mejora técnica), ni sean destructoras del ambiente o la cultura de la comunidad. Entre el monocultivo de soja transgénica y la agricultura de cero insumos externos hay muchos mundos posibles. Encontrar el punto exacto que permita a la gente vivir bien de la agricultura y prosperar sin ser dañinos es nuestro trabajo.
He podido observar desde hace mucho tiempo que que la mayoría de los luditas proceden de las ciudades y no han trabajado en la agricultura. Tienen una idea romántica de la agroecología y creen que la agricultura se limita a la horticultura, sin pensar si se adapta al cultivo de arroz o de patatas. Nos pierde la estética, por eso nos gustan tanto los cuadros como el que ilustra este artículo.
Óscar Basoberry, ex-director de CIPCA (de Bolivia) y gran conocedor del campo, se quejaba amargamente en una presentación a la que asistí de que hoy en día, quienes trabajan en cooperación y han estudiado ingeniería no saben distinguir una sembradora de un arado. Hemos abandonado casi completamente la promoción de la mecanización. Eso sí, todos y todas saben hacer lombricompost.
¿Por quién empezamos? Me preocupan más las personas a quienes afectamos. Así como exigimos el principio de precaución a los transgénicos, nos lo tenemos que aplicar a lo que hacemos. Si vamos a disminuir el uso de fertilizantes, midamos cómo nos va y cómo vamos a sustituirlos. Si proponemos otras semillas, verifiquemos que son más productivas. Nos jugamos la comida de personas que en ocasiones se fía más de nuestras propuestas de lo que deberían. La ciencia nos puede ayudar. El problema es que son legión en la cooperación quienes no confían en ella –característica de luditas-, ni entienden sus reglas. Desconfiamos de la economía y de la agronomía (excepto la agroecología). Nos negamos a hacer números para verificar nuestras hipótesis, si es que las tenemos. Odiamos el reduccionismo científico, pero nos instalamos en el reduccionismo de las soluciones.
Para continuar con la reflexión ofrezco este interesante artículo de Nour-Eddine Sellamna, que se pregunta si cosas como estas nos pasan porque somos posmodernos. Queda para el debate.