Cambio climático


Aprovecho ahora que nadie estará escuchando para airear otro de los líos en que se ha metido la cooperación. Todo es culpa de una palabra: la resiliencia.

Esta palabra lleva en danza muchos años, empezó trabajando en el campo de la psicología, describiendo la capacidad humana de reponerse de traumas, luego encontró empleo en la ingeniería, en la resistencia de materiales, y luego pasó por la ecología y finalmente encontró un puesto fijo en la cooperación. En todos los campos, es la capacidad para reponerse de algo y volver al estado habitual.

En el mundo del desarrollo, ha sido muy útil para explicar cómo la gente se repone de los desastres y qué hace para que las cosas vuelvan más o menos a la normalidad. Se supone que si entendemos esto podemos saber mejor qué hacer. Hasta aquí, bien. Pero luego han venido los abusos, se ha sometido a la palabra a esfuerzos excesivos y ha terminado deformándose. En otras palabras, ha perdido la resiliencia.

Hay cientos de documentos, declaraciones de donantes y de ONG, llamadas al cambio, todos a una: hay que alcanzar al resiliencia. En inglés, hay que construir resiliencia. La mayoría no van más allá. Poner los detalles está resultando muy difícil.

¿Cuál ha sido el problema? Confundir el objetivo con el medio para alcanzarlo. La resiliencia, la capacidad de que la gente se recupere de los desastres, es el objetivo deseado por todo el mundo que trabaja en cooperación en ambientes donde hay riesgo de desastre, especialmente después de casos como el Sahel o el cuerno de África, donde las crisis alimentarias se repiten año sí año no. Los donantes son los primeros en hartarse: para no tener que apoquinar cada año (siempre tarde y a regañadientes), piden una solución: hay que alcanzar la resiliencia.

El único debate tiene que ser qué hay que hacer para alcanzarla. La multiplicación de artículos diciendo que hay que alcanzarla es inútil y un ejercicio de pereza intelectual.En un documento se haría bien en mencionarla una sola vez, al principio, y dedicar el resto a discutir qué vamos a hacer para conseguirlo. Lo que no hay que hacer es invocar una palabra como si eso fuera la solución  (para que no se me acuse de incumplir mi propia recomendación con este artículo, informo que estamos trabajando un documento sobre reservas alimentarias que saldrá en su debido momento: hacia la resiliencia, por medio de los detalles).

Hoy empieza la campaña más grande de la historia de Oxfam. Se llama CRECE, y se llevará a cabo en 45 países los próximos cuatro años. ¿Qué pretende esta campaña? Arreglar un sistema alimentario que no funciona. Estos son algunos de los titulares:

  • La población mundial alcanzará los 9 mil millones en 2050 ¿habrá suficientes alimentos para todos?
  • Más de 4 mil millones de personas vivirán en países con escasez crónica de #agua antes de 2050.
  • 4 de cada 5 personas no tiene acceso a protección social alguna.
  • El 40% del maíz de EEUU acaba en tanques de gasolina, no en estómagos.
  • 3 firmas agroalimentarias (Cargill, Bunge y ADM) controlan el 90% del comercio de cereales.
  • La agricultura es responsable del 30% de emisiones de gases contaminantes ¿Cómo podemos cultivar lo suficiente de manera sostenible?
  • Darle a las mujeres el mismo acceso a recursos agrícolas que a los hombres podría incrementar sus cosechas un 30%
  • La cantidad de tierra cultivable por persona es 50% menor desde 1960. La población aumenta, ¿cómo nos alimentaremos?

Lo mejor es leer aquí el magnífico informe que se ha preparado, visitar el blog 3.500 millones, donde Gonzalo Fanjul lo explica más claro que el agua, o ir a la página de Intermón Oxfam.

El Salvador, 1994.

Ahora que en estos días nos jugamos, una vez más, el futuro del mundo en las negociaciones sobre el cambio climático (en Cancún, esta vez), aprovecho para tratar un asunto bastante concreto, pero ya se sabe que el diablo está en los detalles. Imagínense que gracias a la enorme presión internacional por parte de pueblos ricos y pobres del mundo, los enviados de los mandamases del mundo reunidos en Cancún aprueban un generoso fondo verde y se dispone de un dineral. Supongamos que gran parte de este dinero es para mitigación (es decir, disminuir la cantidad de CO2 en la atmósfera) y que se hace por la vía de pagar por sembrar árboles, o por dejar de deforestar (esto se conoce como REDD+, del que aquí va un manual bien didáctico de cómo funciona). Esto sería un pago por servicios ambientales, más conocido por sus siglas en inglés, PES.

Pues bien, cuando se trata de ponerlo manos a la obra, es cuando hay que empezar a pensar cómo vamos a hacerlo para que el sistema funcione, y cuando sea posible, sea dinero que llegue a la agricultura familiar  (lo necesitan más). En este informe de Sven Wunder (Payment for environmental services: some nuts and bolts) se recoge muy acertadamente lo complicado que es este asunto: ¿es un mercado? (lo que enfrenta muchas resistencias ideológicas) ¿es una compensación? ¿Por qué se compensa, por el costo de oportunidad que tendría usar el terreno en otra cosa más productiva y menos ecológica? ¿Hay que buscar la eficiencia, o la justicia? ¿ A quién pagar? ¿A todo el mundo por igual en una comunidad, a quienes hagan un trabajo de conservación? ¿Quienes no tienen tierras -y además tituladas- no cobran? Los PES son anteriores al REDD+, y éste tiene mucho que aprender de los PES.

Hay otra pregunta que hay que hacerse: las comunidades con las que trabajamos desde hace años llevan todo este  tiempo haciendo labores de conservación sin cobrar por ello. ¿Cómo les explicas ahora que podrían estar cobrando por lo que hacen? En mis últimos dos viajes a Etiopía y Burkina los directores de dos contrapartes preferían no plantear a la gente la posibilidad de cobrar por lo que antes hacían gratis, por convencimiento. Pensaban en el peligro real de que después adopten buenas prácticas sólo si cobran por hacerlo. Como ven, muchos detalles, y bastante diabólicos. Quede claro que soy un ardiente defensor de los PES, aunque sea complicado.

El problema de España -aunque sé que este blog también tiene algún lector ocasional en América- es que cuando la actualidad no la dictan  los partidos políticos lo hacen los de fútbol. A esto se ha añadido que wikichismes ha mostrado las partes pudendas de la diplomacia gringa justo en estos días -ya es mala pata-, de manera que no se habla de otra cosa que de lo poco diplomáticos que son los diplomáticos en privado.

Pero mientras tanto ocurren cosas que son más importantes y de las que casi no se habla. En Cancún tenemos la Conferencia de las Partes sobre cambio climático. En estos días nos jugamos mucho sobre cómo los países pobres podrán financiar la adaptación al cambio climático, especialmente de la agricultura. El País le ha dedicado al cambio climático un artículo de opinión y una nota semioculta en Sociedad. Le Monde, en cambio, le dedicó tres páginas completas el sábado. Prioridades son prioridades.

Para no escribir lo ya escrito, todo lo que debe saber sobre Cancún está mucho mejor dicho de lo que yo lo haría en Ideas (irreverentes) contra la pobreza.

El humo de los incendios oculta el sol

Vengo de Bolivia, decía. Tenía un viaje previsto a la Amazonía (departamento de Pando), pero fue imposible llegar debido al humo, que mantenía los aeropuertos cerrados, igual que en Rusia este verano. El humo procedía de miles de incendios, producidos por los campesinos y ganaderos que buscan preparar la tierra para la estación de lluvias. Los bolivianos lo padecían con aparente fatalismo, como si la cosa no tuviera solución. Algunas señales grandilocuentes del gobierno, como la amenaza de expropiar a los que queman, pero con pocas probabilidades de que se lleven a cabo.

La cosa es complicada. Entre la comunidad de oenegés bienpensantes, es una herejía hablar a favor del fuego. Pero la gente no quema por gusto, ni por costumbre, sino por necesidad. En España, si uno habla con los viejos del lugar, oye las historias de las quemas controladas para limpiar el bosque y hacer rebrotar los pastos. Como esto ya no se hace, tenemos grandes incendios. Pero como no es conveniente hablar de oídas, porque no lo hace nadie en el mundo de la cooperación, vayamos a las pruebas (científicas, cómo no) y veamos pros y contras. La fuente es una de las biblias del manejo de pastos, Tropical grassland husbandry, libro caro y que se encuentra ya sólo de segunda mano, pero muy bueno.

Para empezar, hablamos de la quema de pastizales, no hablamos del método de tumba y quema de bosques para conseguir más tierra cultivable o más pasto. Esto es lo que dice el libro:

A favor de la quema:

  1. Control de arbustos en los pastos: hay menos arbustos donde se quema que donde no se quema.
  2. Eliminar las partes leñosas y fibrosas que no se comerá el ganado.
  3. Obtener una composición de especies más deseable: algunas especies deseadas por los ganaderos (Panicum maximum, Hyparrenia rufa, y Andropogon gayanus) responden bien a las quemas y se hacen dominantes.
  4. Estimula el crecimiento fuera de estación y mejora la calidad de la hierba.
  5. Controla la mosca tse-tse (en África).

En cambio, uno de los factores tradicionalmente a favor, el efecto fertilizante de las cenizas, es falso, pues estos minerales hubieran llegado igualmente al suelo con la descomposición de la materia orgánica.

En contra de la quema:

  1. Reduce las reservas alimenticias de la planta disponibles para el crecimiento.
  2. Deja el suelo desnudo a merced de la erosión.
  3. Hay pérdida de nitrógeno orgánico, carbono almacenado en la tierra y materia orgánica.
  4. Las quemas descontroladas queman los bosques.

Al final, es una cuestión técnica: si los campesinos queman para ahorrar mano de obra, que necesitarían en grandes cantidades para controlar los arbustos, ¿qué soluciones se les pueden ofrecer para que no tengan que quemar, o lo hagan menos, o de forma controlada? Crowder y Chedda, los autores del libro, opinan que con quemar cada tres o cuatro años ya está bien. Hay que quemar bastante antes, no justo antes, de la temporada de lluvias, pero no demasiado pronto, porque las reservas alimenticias tienen que estar ya en las raíces, no en las hojas. El resto de métodos de control, implican mecanización (fuera del alcance de la mayoría) o mano de obra (lo mismo).

Prohibirlo es posible, pero poco realista. No talar el bosque para que no haya ganadería, nos remite a artículos anteriores sobre el control del territorio: sólo el Estado capaz de hacerlo lo conseguirá. Al final, sería la mejor solución, pero igualmente es difícil. En otro artículo les hablo de cómo en Bolivia los indígenas están logrando controlar la tierra.

¿Culpable o menos culpable?

En estas últimas semanas ha continuado el juicio a la ganadería como fuente de gases de efecto invernadero, con nuevas pruebas aportadas por la acusación y la defensa. Antes de decidir si nos volvemos todos vegetarianos, debemos sopesar la aportación que tienen tan sufridos animales en el total de emisión de metano. El IPCC, muy atribulado últimamente, ha tenido que reconocer que los cálculos que hicieron en su estudio Livestock’s long shadow, que atribuían un 18% del total de gases de efecto invernadero, no estaban bien calculadas, y que podían ser menores.

Pero esto ha venido después de un estudio para World Watch de dos ex-asesores del Banco Mundial (que hayan trabajado para el banco ni quita ni pone validez a sus cálculos, hay de todo en esta santa casa). Lo que los señores Robert Goodland y Jeff Anhang dicen pone las crines de punta: que la suma de gases producidos por animales de pelo y pluma supera el 51% del total. Que después de que estos señores suelten tamaña cifra, la FAO diga que no está segura del 18% y que podría ser menos, crea algo de desconcierto.

Las prisas no han ayudado a que la información producida sea fiable o definitiva. Tampoco tendría por qué serlo. En un recomendable reportaje de la Columbia Journalism Review sobre  las críticas a la FAO por sus cálculos, Mitloehner, el autor de las críticas, reconoce que los cálculos son un buen primer intento, y que hay que seguir afinando, pero agradece el esfuerzo. Estamos tratando asuntos nuevos y muy complicados, pero debemos asegurarnos bien antes de tomar decisiones sobre los medios de vida de los millones de pequeños agricultores. Cómo producir de forma sostenible tiene que ser la primera preocupación.

Despiece_vaca_espanol

La pobre vaca ha pasado de ser aquel animal loado en las escuelas primarias –era una de las redacciones clásicas, como se puede ver en las tiras de Mafalda– a ser uno de los muchos culpables del cambio climático. Me cuesta ser imparcial, porque hace mucho tiempo trabajé de veterinario y les tengo cariño, pero la gravedad del problema del efecto invernadero obliga a hablar de ellas.

En 2006, la FAO y un consorcio de ministerios de cooperación de varios países encargaron un estudio sobre el impacto ambiental del ganado vacuno, llamado Livestock’s long shadow. Es un análisis muy completo, con muchos datos, pero basado en los efectos dañinos, y no pone apenas como contrapeso lo que aportan (para los efectos beneficiosos, me remito a las redacciones de nuestra infancia).
En el informe se muestra que degradan la tierra, aumentan el cambio climático y la contaminación del aire, acaban con el agua y la contaminan, y producen la pérdida de biodiversidad. Confieso que nunca había visto a la vaca como un ser tan monstruoso. Sin embargo, hay algo en esta demonización que me recuerda al caso de los transgénicos, es decir, que quizá, o nos estamos equivocando de enemigo, o no estamos afinando mucho en el objetivo.

La cuestión es grave porque mucha gente vive de ellas. Puede ser cierto que representan, según el informe, un 18% de las emisiones (entre dióxido de carbono, metano y óxido nitroso), aunque a diferencia del aire acondicionado, que nos sirve para nuestra mayor comodidad,  se crían para producir carne y leche, y de  paso producen abono. Pero hay muchas vacas, y quizá son demasiadas. En Australia, hay un 50% más de vacas que de gente. En la India, hay una por hectárea cultivable.
Degradan la tierra, allí donde hay sobrepastoreo (en África, con más frecuencia). Se deforesta para conseguir pastos, allá donde el Estado no tiene control sobre el territorio (el mismo caso de la soja). Contamina el agua, allí donde hay grandes concentraciones de ganado (es más el caso de los países ricos). Y la producción de metano, según este estudio, es cuatro veces mayor cuando consumen hierba que cuando consumen pienso. Lástima: sería más ecológico si fuera al revés; esto me lleva a pensar en que se llegará a prohibir la coliflor y los garbanzos en la alimentación humana.

Al final, la cuestión clave en el cambio climático es de qué vamos a prescindir, y quién lo hará. Si vamos a suprimir  parte del ganado, ¿de cuánto se trata? ¿de cuál,  de las vacas de la India, que son sagradas? ¿De las alimentadas con pienso –que deforesta-, o con hierba –que produce metano-? ¿De las vacas de los ganaderos ricos, o de las vacas de los pobres que sirven para tirar del arado? No es fácil, en un mundo donde la trazabilidad está tan poco extendida, y donde es tan difícil saber de dónde es la vaca que te comes.