Economía del desarrollo


LEGER-Constructeurs

Leger, Les constructeurs

Aunque este blog es para hablar de cooperación, a veces hay que mirar hacia el norte para intentar entender qué pasará en los países pobres y de ingresos medios dentro de veinte años. O simplemente nos miramos el ombligo quienes escribimos desde el norte por lo preocupante que es todo lo que está pasando. Es sabido que el capitalismo aprovecha las crisis para apretar las tuercas a lo que queda de la clase trabajadora, y hoy en día así sigue ocurriendo. El problema es que no nos damos cuenta de que este cambio es estructural y el mundo que viene va a ser muy distinto del precedente, sobre todo por una razón: quién se queda con el aumento de la productividad y dónde van los puestos de trabajo perdidos.
He leído  el librito The Race Against the Machine, How the Digital Revolution is Accelerating Innovation, Driving Productivity, and Irreversibly Transforming Employment and the Economy, de Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee. Este trabajo lo ha pagado el MIT, por lo que el diagnóstico es muy preocupante, pero el pronóstico es optimista (el MIT no puede ser tecnoescéptico).

Para Brynjolfsson y McAffee, estamos ante un cambio estructural en el que los puestos de trabajo que se destruyen por el aumento de la productividad (el avance tecnológico) ya no se reponen suficientemente rápido en otras áreas de la economía. Jeremy Rifkin ya llamó esto en 1995 «el fin del trabajo» (quizá algo exagerado como es él, pero los dos del MIT tienen más argumentos veinte años después para confirmarlo. B. y M. argumentan que la duplicación de la capacidad de los ordenadores -y más aún el software- conseguirá que las máquinas hagan cosas hasta ahora impensables, destruyendo cada vez más puestos de trabajo. Cada vez más, las ganancias en productividad se las ha quedado el capital y no el trabajo (es decir, los ricos dueños de las fábricas, no la clase obrera).

Las conclusiones son: los puestos de trabajo que la automatización ha destruido ya no se están recuperando y el paro estructural es más difícil de combatir. Las soluciones que proponen no son soluciones, porque dependen de la buena voluntad de los dueños del capital. Las recetas son las habituales: más formación, más emprendedores, más innovación… pero eso no va a sustituir los puestos de cajera perdidos en los supermercados.

En este artículo de Robert Skidelsky la propuesta es reducir el tiempo de trabajo para repartir el poco que queda. Pero esto es lo mismo que decirles a los dueños del capital que tendrán que renunciar a parte de sus ganancias para mantener puestos de trabajo. No lo harán si no se sienten amenazados. Quizá la clave está en una frase cada vez más popular a medida que la crisis avanza: la crisis acabará cuando el miedo cambie de bando. ¿Llegará a ocurrir?

Arthur Cecil Pigou

Con esa especial habilidad que tienen los economistas para nombrar lo obvio y hacerse famosos, Pigou y Dalton enunciaron el principio según el cual cualquier transferencia de dinero de un rico a un pobre disminuye la desigualdad. De tan evidente, resulta sorprendente que en nuestras decisiones diarias tengamos a estos señores tan poco presentes.

La crisis económica que sufren los países del norte del Mediterráneo es el primer paso de una serie de consecuencias naturales que nos llevan a lo que Hans-Peter Martin definió como la sociedad 20/80, en la que un 20% de la población retendría los buenos salarios, mientras que el 80% restante malviviría con trabajos de mierda entretenidos con fútbol y televisión basura. Algo bastante parecido al camino que llevamos en algunos países ex-ricos, como España, Grecia y Portugal.

La globalización que nos lleva a esto en algunos países es la misma que está reduciendo la pobreza en países como China o Vietnam. Es, simplemente, una transmisión de puestos de trabajo y consumo. Es una nivelación por debajo de los salarios, pero la desigualdad aumenta tanto aquí como allá. Los ricos son más ricos en todo el mundo, mientras que los salarios industriales de los pobres van convergiendo. ¿Se puede hacer algo?

Ahí entran los tanques: el lema de Pepe Esquinas, tu carro de la compra es tu carro de combate. El consumo es una de las mejores armas con las que contamos, aunque no la única. Usémosla bien.

Reparte tu gasto. No compres todos los productos made in China, pero no dejes de comprar todo lo hecho en China. La nivelación es inevitable: los países pobres tienen derecho a prosperar, pero el hundimiento de las clases medias de aquí no será bueno para la democracia: el fascismo espera agazapado y ya triunfa en Grecia y Hungría.

Esto implica que algunas de las cosas que comprarás serán más caras. No importa: E.F. Schumacher dijo una vez que eligiéramos si queríamos morir económicamente o preferíamos vivir costándonos algo más.

Compra productos de comercio justo. Gasta menos en teléfonía móvil y en gasolina, y más en servicios que los autónomos proveen. ¿No tenías pendiente hacer reformas en casa? Si tu puesto de trabajo no peligra -poca gente puede decirlo- es el momento de hacerlas. Pon parte de tu dinero, si tu hipoteca no te permite ponerlo todo, en una cooperativa de crédito.  Todo esto no es mucho, pero es algo. Seguramente se te ocurre algo más para evitar que tu dinero vaya a los que ya son muy ricos.Pigou y Dalton hubieran estado orgullosos de ti.

Como la mayoría de lectores de este blog viene de América, les cuento que hay una conocidísima estación de metro en Madrid que se llamaba Sol. Ahora se llama Sol más el nombre de un teléfono coreano que me niego a pronunciar. En muchos países se vive ahora una pasión por vender el alma a las multinacionales equivalente a la ola de privatizaciones de los años ochenta, y España está en esa línea. Pero sobre todo la Gran Bretaña, con ese corifeo de la adoración a las multinacionales que es Cameron. Lean este artículo de George Monbiot para saber qué pasa allí.

¿Qué tiene que ver esto con el mundo de la cooperación? Hace un par de meses estuve en un encuentro en el que se habló del papel del sector privado en los proyectos de desarrollo económico, especialmente esos llamados de comercialización y agroindustria, y que otros más a la moda llaman de cadena de valor.

Hubo un debate considerable entre dos sectores: aquellos que confiaban en que se podía llegar a acuerdos con las empresas privadas  -compradoras de materias primas, sobre todo- para que trataran con justicia a los productores, y aquellos que pensaban no sólo que eso es imposible, sino que además todo lo que tuviera que ver con colaboración con empresas olía a azufre o a cosas peores.

Los primeros pensaban que es posible influir en las empresas para que cambien sus prácticas. Los segundos que las empresas sólo quieren un lavado de cara y que de eso trata la Responsabilidad Social Corporativa. ¿Existe la buena voluntad?

Aquellos que confían en las empresas no es casualidad que vengan de la tradición anglosajona: la búsqueda de lucro  es visto por el protestantismo como algo querido por Dios, por lo que no hay que desconfiar de las intenciones empresariales. Quien tiene éxito es que ha sido bendecido por Dios, por lo que merece admiración y no rencor. Weber lo explicó en su ética protestante y el espíritu del capitalismo. Esta postura es ingenua, salta a la vista.

En cambio, los que las detestan vienen del mundo católico sección de izquierdas (en ambos casos me refiero a cultura, no a religión: esta última está mucho más incorporada en nuestra manera de ser de lo que pensamos). Tomás de Aquino dijo que aprovecharse de la escasez o de la necesidad del comprador es un robo (eso es lo que este sector piensa que hacen las empresas en su mayoría). El maestro de Tomás,  Alberto Magno, fue más allá y dijo que todo rico es injusto o heredero de lo injusto. Marx vino muchos años después, pero esta rama del catolicismo ya había expresado su desagrado por los empresarios. Pero esta postura también es ingenua: pensar que es posible desconectarse del mundo económico real y aspirar a subir el nivel de vida de los pobres sin que estos se relacionen de una forma u otra con el empresariado.

¿Qué postura deberíamos tomar? Como de costumbre, una intermedia. En el artículo que les decía de Monbiot este recomienda la desconfianza como norma: el control democrático se basa en ella. Desconfiar es pedir cuentas. Para los más alérgicos a tratar con empresas, les recomiendo una actitud que es una variación de la frase de un fascista que estuvo al servicio del dictador Franco, Agustín de Foxá. A este le afeaban que criticara a los estadounidenses a la vez que les pedía ayuda económica. Foxá contestó: “También nos gusta el jamón y no nos tratamos con los cerdos”. Mejor sentémonos a la mesa con los cerdos (metafóricamente hablando), pero eso sí, con una profunda desconfianza.

Duelo a garrotazos, de Goya

Duelo a garrotazos, de Goya

Antes de la crisis económica, una de las ideas que tenía sobre la diferencia entre países ricos y pobres es que los países ricos eran aquellos que podían mantener a sus propios políticos y empresarios corruptos (o temerarios, con el mismo resultado) sin que su economía se resintiera demasiado. Después de la crisis, veo que la corrupción en España ha tenido un papel considerable en el aumento del gasto público y ha contribuido a que los números se hayan hecho insostenibles, con lo cual la teoría quedado invalidada. Los países que han sorteado la crisis, como Alemania, o los que disimulan que la tienen haciendo ver que no va con ellos, como la Gran Bretaña, se han apresurado a sacar aquello de los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España, pero también «cerdos» en inglés) como queriendo decir que no tenemos remedio. ¿Lo tenemos?

Lo primero es ver si tenemos parte de culpa. Para mi, la tenemos, porque los gobernantes que tenemos los hemos elegido. Luego viene saber si  ser como somos es una explicación de por qué los países mediterráneos hemos acabado en este agujero (más la católica Irlanda, lo que sólo agrava la sospecha del componente religioso y hace que Max Weber se revuelva de regocijo en su tumba).

Una parte tiene que ver con cómo se organiza el Estado. La otra, de la que voy a hablar, es  cómo somos como sociedad, que no es más que el efecto que tiene la suma de cada manera de ser individual, y cuyo resultado es el comportamiento de todo de un país. Si fuéramos todos como son los daneses, España sería como Dinamarca. Una analogía podría ser preguntarse por qué ganan la liga siempre los mismos: ¿tiene que ver con los entrenadores, o con la calidad de los jugadores? Ambos, evidentemente, pero Guardiola con los jugadores del Alcoyano no estaría donde está. Entonces, la composición de individuos importa en una sociedad.

Entonces, ¿somos los católicos meditarráneos peores para la economía? En 1955, los antropólogos gringos Edward C. Banfield y Laura Fasano se fueron pasar un año a un pueblo del sur de Italia y escribieron un librito titulado «Las bases morales de las sociedades atrasadas» (en inglés). Si alguien tiene interés en echarle un vistazo, es muy interesante, especialmente a partir de la página 85. Resumen en 17 puntos su explicación de por qué Montegrano (nombre ficticio) era rematadamente pobre.  Todo se fundamenta en una hipótesis: el comportamiento de las personas se basa en maximizar la ventaja material a corto plazo de la familia nuclear, y asumir que los demás harán lo mismo.  Aquí hay una muestra:

  1. Sólo se apoyará a un grupo o asociación si es para beneficio propio.
  2. El bien público es cosa de funcionarios. Si un ciudadano no funcionario demuestra interés público, algo raro pasa.
  3. Nadie supervisará el trabajo de los funcionarios, sólo otros funcionarios.
  4. La gente ignorará la ley cuando no tenga razones para esperar un castigo.
  5. Los funcionarios aceptarán sobornos. Pero si no los aceptan, la sociedad pensará igualmente que los acepta.
  6. Los más débiles preferirán un regimen político de mando dura.
  7. Cualquiera que diga que se inspira en el bien público será considerado un farsante.
  8. No habrá ninguna relación entre la ideología abstracta  y el comportamiento concreto.
  9. El interés a corto plazo  guiará el voto por encima del interés público o de clase.

Y así hasta los 17 puntos. En 60 años muchas cosas han cambiado, y no todas las regiones ni países PIGS ni los que han sufrido su colonización son iguales. Pero, visto lo que está pasando en Valencia y Mallorca, ¿a que nos queda un ramalazo?

Hay una intuición que mucha gente tiene y con la que estoy muy de acuerdo, y es que todo esto del pánico de los mercados no son más que tonterías. Si uno sustituye mercados por capital, o por ricos, se acercará más a la verdad. Y no tienen miedo, son codiciosos, y están felices con lo que está pasando porque se están hinchando de ganar dinero. Nada los va a tranquilizar, porque no quieren tranquilidad. Con la tranquilidad los especuladores no ganan dinero. Y en esta entrevista de la BBC, un candoroso especulador (la BBC ya ha dicho que la entrevista es auténtica) deja claro qué contentos están, y quién manda en el mundo: Goldman Sachs. Dice que él sueña con recesiones como esta. ¿Quién irá a por ellos?

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Estos días se habla en España de incluir en la Constitución un artículo que prohíba el déficit público. Tamaña barbaridad -prohibir la política económica de izquierdas aunque la gente vote por ella- se hace a petición de los alemanes, algo cansados de pagar por derroches ajenos. En este didáctico video, de la magnífica organización británica RSA (ilustración para el siglo XXI), el economista checo Tomáš Sedláček (no intente pronunciarlo con todas sus tildes y vírgulas, puede ser peligroso para las cuerdas vocales) explica claramente los entresijos del déficit, utilizando un ejemplo que ya salió en este blog para hablar de reservas de cereales: el caso de José, consultor del faraón de Egipto. Por lo visto, esta historia da para mucho. El caso es que no es que el déficit sea malo o bueno: es que hay que ahorrar cuando van bien dadas, y hay que tener déficit cuando van mal dadas. Lo que no se puede es tener déficit siempre. Ah, pero qué difícil de entender es esto para los políticos. Prueben ustedes, vean el video y juzguen si es tan difícil.

Para que no nos quiten la posibilidad de elegir tener déficit cuando haga falta (que no es lo mismo que tenerlo siempre), pide que la modificación de la Constitución sea sometida a referéndum aquí. Ya hay más de cien mil peticiones.

Esta semana muchas ONG han andado alborotadas por la edición del informe del Banco Mundial sobre acaparamiento de tierras, que en inglés tiene por título Protecting land rights is key to successful large-scale land acquisitions. En él, el Banco Mundial reconoce la violación de derechos humanos que han representado estas entregas de tierras a fondos de inversión, fondos soberanos o empresas multinacionales, y dice que mejor respetar los derechos humanos -no expulsar a la gente, sino pagarles bien para que se vayan- para que las adquisiciones sean un éxito y además sean viables.

Como no podía ser de otra manera, nos oponemos a este planteamiento. Nuestro trabajo (difícil) consiste en argumentar por qué es mejor que estas adquisiciones no se permitan. Tenemos que convencer a los políticos que las van a autorizar de que es mejor invertir en la agricultura familiar, en vez de permitir su expulsión. Convencerles no va a ser fácil, sobre todo por este gráfico que aparece en el informe del Banco:

Comparación de la productividad entre cuatro tipos de propiedad agrícola en IndonesiaEste gráfico muestra claramente algo de lo que ya hablé en la entrada ¿Alimentarán los campesinos al mundo?.  La respuesta es «depende», por supuesto. Pero lo que no podemos decir es que lo harán siempre de forma más eficaz. El gráfico muestra que el rendimiento de la inversión es menor cuando la hace sólo la familia campesina. Es cuando ésta gana más dinero. Si se asocia con la multinacional, el rendimiento de la inversión sube al doble, pero la familia gana la mitad. Si en vez de esto le alquilan la tierra a la empresa, todavía ganan menos. Y en el cuarto caso, en el que la empresa se queda la tierra, todo es para ella.

Obsérvese que en los tres últimos casos el Estado ingresa impuestos en abundancia, cosa que no hace con la familia campesina (que suelen moverse en la economía informal). Y ahí viene la elección difícil que tiene que hacer la clase política: si quieren beneficiar al campesino, perderán en crecimiento de la economía. Ya lo dijo Alain de Janvry en Agriculture for development: New paradigm and options for success:

This implies that social choices must be made in weighting the various development outcomes of agriculture. Small farms may be preferred over (or in association with) large farms not only on efficiency grounds (if an inverse relation exists between total factor productivity and farm size), but also because they allow autonomous income generation by the rural poor, even if at the cost of a growth trade-off.4 Technologies that create employment in agriculture and in agribusiness may be preferred over labor-saving technological changes as the labor market becomes an increasingly important instrument through which productivity gains in agriculture are translated into welfare gains for rural populations. Agro-ecological approaches may be preferred when negative externalities in chemical-based farming cannot be internalized, even if at the cost of yield and risk trade-offs, and even if they are more demanding in public assistance to achieve a productivity revolution for Sub-Saharan Africa. Particularly in the world of international development agencies, we have too long wished for a world where win-wins dominate the outcome set, in part to avoid protracted political debates (as for example in the growth-equity debate, see Banerjee, Deaton, Lustig, and Rogoff, 2006). But win-wins have to be recognized as the exception more than the rule. Trade-offs in the process of agricultural growth thus require making difficult social choices, expectedly based on solid information and democratic participation to establish priorities, requiring a set of institutions and practices that typically need to be reinforced in developing countries.

Atención a las últimas frases: estamos acostumbrados a que lo que proponemos son soluciones win-win, en las que todo el mundo gana. Pensemos en vez de esto que habrá que elegir entre dos opciones, una con mayor crecimiento, y otra con mayor disminución de la pobreza, o no convenceremos a los políticos, que pueden ver nuestras soluciones como ingenuas.

PS: esta es la opinión de GRAIN sobre el estudio.

Y otra opinión de peso: Ian Scoones, del IDS, en la página del TNI

Ya saben que me gustan los refranes, aunque sean antiecológicos. Este también es centroamericano, y se refiere a la necesaria adecuación entre el tamaño del problema y el tamaño de la solución. El problema del que hablo es el hambre.

García Lorca dijo: «El día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad.«

Hacerlo es posible, sólo tienen que decidirlo los gobiernos, para tomar el dinero de donde está (el sector financiero), y ponerlo donde debe estar, solucionando el hambre en el mundo. Hasta aquí, poco debate (al menos entre quienes estamos en el sector, los banqueros no opinan igual).

Cuando consigamos que el G8 (o el G20, así como va cambiando el mundo) tome las decisiones pertinentes, pasaremos de la falta de dinero a la necesidad de definir las soluciones. Definir qué queremos es posible: el nivel de conocimientos actuales sobre la pobreza, la agricultura y las políticas públicas necesarias es grande.

Lo que tenemos aquí es un problema de ejecución (que desde las ONG que tratamos estos temas tenemos que afrontar más pronto que tarde). Por un lado, los políticos que nos escucharán, o escucharán a las contrapartes con las que trabajamos en el sur, quieren soluciones fáciles de aplicar (lo comentó hace poco Nicolás Bricas, del CIRAD, en el encuentro de Bruselas que comentaba hace tres artículos).

Cuesta poco decir: necesitamos reservas físicas regionales, reservas virtuales contra la especulación, medidas comerciales flexibles que aprovechen el espacio de Doha, pero un político pensará: ¿no basta con una donación? No quieren complicarse la vida, y es normal. Y ahí entramos en un tema insuficientemente discutido en la lucha contra el hambre: mucha de la culpa del WC (Washington Consensus, no piensen en otras siglas sanitario-escatológicas) estaba en la incapacidad de los estados para ejecutar políticas públicas. ¿Cómo pondremos a los estados en forma? ¿Cómo evitaremos la corrupción?

Quien haya entrado alguna vez en una institución pública en un país pobre no habrá podido evitar una sensación de espanto primero y de desolación después, seguida de una alarmante falta de optimismo sobre las posibilidades de que el grupo de funcionarios/as que tenemos a la vista pueda solucionar algo, sea lo que sea. Debo decir que estas experiencias las he tenido en América Latina, siempre. Algunas veces también me ha pasado en España, pero menos, gracias a que el sueldo es a veces -no siempre- un buen incentivo.

Conclusión: debemos meter en la agenda cuanto antes el tema de la mejora de las capacidades estatales para ejecutar las políticas públicas. Serán los Estados del sur los que tiren la pedrada al sapo, y la piedra será grande, difícil de manejar, y cara, como para no errar el tiro.

Lo bueno de bloguear es que permite hablar al peso de la lengua (magnífica expresión centroamericana que significa sin pensárselo mucho). Ahí van algunas ideas relacionadas con la crisis económica, el siempre tan buscado  «modelo de desarrollo», el incremento de la productividad y el decrecimiento. No soy economista, por lo que quizá cualquiera con más números y letras puede rebatirme. Estamos aquí para aprender.

El decrecimiento es una corriente basada en la necesidad de disminuir el consum y  la producción controlada y racional, permitiendo respetar el clima, los ecosistemas y la gente. Sus motivos son sobre todo ecológicos. Como en todo movimiento, hay defensores y detractores (véase la crítica de Matthew Lockwood, vía Gonzalo).Lo que no he visto, ha sido que este movimiento del decrecimiento se base en una disminución de la productividad, no de la producción,  por motivos económicos, no ecológicos.

Batallita: Cuando trabajaba como veterinario hace veinte años, había familias que vivían de la ganadería con diez vacas lecheras. Una reconversión del sector consiguió retirar a los que menos vacas tenían -los menos productivos- y a los cuatro años te encontrabas con que la explotación más pequeña tenía treinta o cuarenta vacas. Los que lo dejaron, se jubilaron o se fueron al sector turístico. Si hoy alguien quisiera invertir en ganado lechero, tendría que ser una explotación con cientos de vacas. Esto es una mejora de la productividad, y es buena para la creación de riqueza. Pero no es buena cuando una parte del personal se queda rezagado y no hay donde recolocarlo.

Es un problema  que en la economía en general se cree demasiada riqueza, y de tan productivos que somos vaya escaseando el espacio donde una persona con ahorros y ganas quiera hacer algo en la economía real, no financiera. El espacio para hacer cosas  se ha estrechado cada vez más. Esto se puede aplicar a todos los sectores de la economía. Hace cien años, alguien con ahorros ponía una ferretería. Hoy, si quieres poner una ferretería, es imposible si alguna de las grandes cadenas está a menos de cincuenta kilómetros. Nadie puede competir con quien tiene unos márgenes comerciales del uno por ciento o menos. ¿Qué hace la clase media, que ha conseguido ahorrar antes de la crisis? Buscará dónde hacer crecer el dinero, y esto hoy, para ricos y menos ricos, se hace en el sector financiero, en la bolsa, o especulando con pisos. Ha sido la clase media la que ha labrado su propio fin.

David Harvey, en una entrevista a la bbc -no pongo el enlace porque no la han colgado-, decía que el problema son estos billones de euros buscando dónde encontrar rentabilidad. Krugman hablaba de la necesidad de que la banca volviera a ser aburrida, diciendo que las finanzas se han convertido en un monstruo que ha devorado la economía mundial. Para que la inversión vuelva a la economía real, es necesario que haya espacio para invertir en cosas reales, también pequeñas, no sólo grandes. Esto puede significar repensar si los antiguos sectores de inversión -la industria, la distribución comercial- deben limitar su tamaño o su productividad. Todo esto iría contra -o frenaría un poco-  la destrucción creativa de la que hablaba Schumpeter, y que sirve para avanzar técnicamente eliminando a los que quedan anticuados.

Algo habrá que hacer. Una de las soluciones, más sencilla que limitar la productividad, es la que proponía Tobin,  poner arena en los engranajes financieros, y que es lo que pide la campaña Robin Hood.

Bueno, sólo pensaba en voz alta.

Dibujo de Juan Salvador

Disculpen este artículo porque lleva jerga. Lo siento,  pero hay cosas que ya no sé escribir si no están en jerga.

En estas dos semanas he estado en dos encuentros muy distintos para hablar de los mismos problemas. Uno, un seminario en Barcelona para hablar de variabilidad de precios, organizado por el IPC y el ICTSD. Otro, en Bruselas organizado por el CSA (belga) y el IATP (gringo) y Oxfam Bélgica.

El tema de los dos encuentros estaba relacionado con la crisis alimentaria de 2008. En el primero (IPC), se habló de la volatilidad de precios. En el segundo, si las reservas de grano pueden contribuir a evitar la volatilidad y a garantizar la seguridad alimentaria. En ambos casos había gente de la academia, responsables del Banco Mundial y la OMC (en el IPC) y del Comité de Seguridad Alimentaria de la FAO (en el segundo), además de mucha otra gente de postín en ambos.

En algunos casos, lo que se decía en uno y otro sitio sonaba parecido:

  • Las reservas nacionales y regionales es más probable que funcionen que las internacionales.
  • La competición entre comida y biocombustibles será un problema debido a que ambas usan recursos, y éstos son limitados. Incluso cuando se desarrollen biocombustibles de segunda generación.
  • La inelasticidad de la demanda es el problema que se debe enfrentar (explico más de esto otro día, es largo. Si alguien tiene prisa, aquí en la wikipedia lo explican mucho mejor de lo que yo podré.).

Pero en otros casos, sonaba muy diferente:

  • El IPC, el WTO y BM defendieron en Barcelona el libre comercio (con matices, pero ufanos al fin de que existiera tal cosa, y mejor tocarlo lo menos posible). En Bruselas todo el mundo defendió la necesidad de protección frente al dúmping, y el hincapié en que los países pudieran usar las medidas que consideraran necesario era mucho mayor.
  • En el IPC se defendió la necesidad de una cierta volatilidad, porque da señales a los mercados. Les dice cuándo hay que producir más, vía precios altos. Carl Haussman (de Bunge) dijo que culpar a los futuros de la especulación era matar al mensajero (Bunge  es una gran multinacional que se ha forrado durante la crisis). En Bruselas se hablo de mantener la volatilidad mínima (sólo lo necesario para incentivar comercio y el almacenaje).
  • En el IPC se tenía gran confianza en el sector privado ( las PPP, Public Private Partnership). En Bruselas, escasa confianza en que el sector privado no quisiera más que ganar dinero con la volatilidad, que al final es lo que suele pasar.

En el fondo, subyace una creencia. En el encuentro del IPC, las safety nets fueron las palabras mágicas. Targeting (que las medidas vayan sólo a quienes las necesitan) fueron las otras. Pero eran medidas ex-post, es decir, arreglar el desastre cuando ya se ha producido. Salvar a los supervivientes del naufragio, pero dejar libre el tráfico de barcos aunque choquen entre ellos.

En Bruselas, la idea era otra. Que es posible que los pequeños productores puedan ser autosuficientes, si se ponen las medidas necesarias, la mayoría públicas.

¿Dónde está la cuestión? Los de Barcelona no se acababan de creer que esto de la promoción de los pequeños agricultores funcione. Esto se puede deber a que durante los setenta y ochenta ya se probaron muchas de las soluciones de las que hablamos hoy, y muchas fracasaron. Nuestro reto (de quienes trabajamos en cooperación)  es demostrar (y así lo intentamos con nuestros programas) que las soluciones que proponemos son viables en las condiciones actuales. Pero de ahí a convencer a los políticos de los países pobres de que hay que intentarlo, y que es posible conseguirlo, hay un trecho.  Si no convencemos a los políticos de esto, las safety nets continuarán siendo la solución más financiada. Parches.

Si alguien quiere profundizar en el tema, que visite los enlaces de arriba. Hay presentaciones interesantes en ambos encuentros.

Turgot

Junto con Engel y King (de los que hablé en otros artículos), Turgot forma la tríada de razones por las que la agricultura es distinta de los demás sectores.
Turgot fue un economista francés de la escuela de los
fisiócratas, aquellos que decían que la riqueza de un país se basa en la producción de bienes, especialmente de la agricultura. Los fisiócratas se encontrarían bastante perdidos en el mundo económico actual, de capitalismo financiero virtual, donde los bienes reales apenas tienen importancia relativa. Pobres, si levantaran la cabeza. Pero no dejarían de decir que la crisis actual es producto de no haberles hecho caso a ellos, que defendían la economía real (con esto no quiero decir que haya que volver a la agricultura como sector principal, por supuesto, pero sí que la riqueza tiene que ser real y no virtual).

Una gran aportación de Turgot fue la ley de rendimientos decrecientes (aunque luego otros como Malthus y Ricardo también hablaron de eso).

La ley de Turgot o de los rendimientos decrecientes expresa que, dados los factores de producción tierra, capital y trabajo (todo lo que necesitamos para la agricultura), al mantenerse fijo el factor tierra, el aumento de los otros capital y trabajo producirá un incremento de rendimiento limitado, llegando a un punto en que, de aplicarse en mayor cantidad, el rendimiento decrecerá en lugar de aumentar.

Veamos un ejemplo: si tenemos una hectárea de cultivo de maíz y aplicamos 200 kg de fertilizante y la mano de obra de dos personas, obtendremos un rendimiento determinado. Si a esta misma superficie le aplicamos 2.000 kg de fertilizante y el trabajo de veinte personas, el rendimiento no aumentará proporcionalmente, y lo más probable es que disminuya y económicamente será desastroso.

La forma que tendría una curva que relacione la inversión con el producto obtenido tendría más o menos esta forma:

Obsérvese como la producción (en el trazo grueso) disminuye aunque aumenten los insumos (capital y trabajo).

La tecnología tiene mucha importancia en esta ley: es el factor que nos permitirá que el uso de los dos variables, capital y trabajo, sea óptimo. Si las semillas rinden 3.000 kg por hectárea no es lo mismo que si rinden sólo 500.  Es por eso que la tecnología tiene tan extremados defensores en la agricultura (los que defienden los transgénicos a muerte, y los que se les oponen igual): porque de ella depende obtener la mejor combinación de capital y trabajo. Aún así, la tecnología tendrá un máximo. Nunca se obtendrán 100 Tm de trigo por hectárea, por mucho capital, trabajo (hoy en día, poco por la mecanización) y tecnología que metamos.

La diferencia con la industria es que en esta última el factor limitante no es la tierra, es el capital. Si una fábrica tiene pocas máquinas, poner más trabajadores sólo servirá para que hagan cola delante de las máquinas para usarlas. Pero con poner más capital, los rendimientos aumentan mucho más de lo que lo harían en la agricultura.

Este es Dani Rodrik en su página de Project Syndicate, sobre la relación entre economía y democracia:

En el sentido más profundo, la crisis es otra manifestación de lo que yo llamo “el trilema de la economía mundial”; la mundialización económica, la democracia política y el Estado-nación son mutuamente irreconciliables. Podemos tener, como máximo, dos a la vez. La democracia es compatible con la soberanía nacional sólo si limitamos la mundialización. Si intensificamos la mundialización, al tiempo que conservamos el Estado-nación, debemos abandonar la democracia y, si queremos democracia junto con la mundialización, debemos dejar de lado el Estado-nación y luchar por un mayor gobierno internacional.

Quizá ya lo intuíamos, pero está magníficamente resumido en un párrafo.

Ayer vi Manderlay, de Lars von Trier. Es una película sobre el racismo en los EEUU en los años 30. Muchos de los temas que trata se pueden aplicar a la cooperación: los efectos no deseados de las buenas intenciones, entender cómo la gente responderá a una ayuda no solicitada, cómo pueden cambiarse las instituciones y quién tiene el derecho a intentarlo o a proponerlo.

Hay una polémica considerable en internet sobre si la película es buena o es mala. A mi me gustó, y algo que me ha confirmado esta idea ha llegado esta mañana del blog de Chris Blatman, quien pasa este enlace de la revista Harvard. Habla de un simposio que ha tenido lugar este mes en los EEUU sobre los grandes problemas en ciencias sociales. Cuatro de estos problemones son parte esencial de la película, y han sido tratados por estas autoras, menos Zeckhauser, que es autor (los videos se encuentran aquí):

  • ¿Podemos crear instituciones nuevas o arreglar las existentes? (Swidler: how societies create institutions, and how they restore missing or damaged ones). Algunos críticos han visto en Manderlay una alegoría de la guerra de Irak.
  • Tenemos las soluciones técnicas (o políticas o legislativas, en el caso de Manderlay), pero, ¿responderá la gente a ellas tal como lo esperamos? El comportamiento está por encima de la idoneidad de las soluciones. (Oster: how, in general, to jump from breakthroughs on small problems to progress on big problems; (…) in Sub-Saharan Africa, when an improved water source is available, but slightly farther away from a person’s home than an unimproved water source, people are unlikely to walk the extra distance to get clean water). En Manderlay, cuando los esclavos fueron propietarios de sus campos, dejaron de cultivarlos. Esto ha ocurrido en las reformas agrarias de medio mundo.
  • ¿Cómo cambian las ideas de la gente cuando cambia el conocimiento? (Carey: how does humankind update its collective understanding of a concept when new knowledge is added?). Es decir, ¿cómo se actualiza el conocimiento de la gente? La persistencia de ideas equivocadas muestra esta dificultad. Ya decía Keynes que lo difícil no es introducir ideas nuevas, sino cambiar las viejas.
  • Zeckhauser propone dos temas: La dificultad de la democracia en conseguir equilibrios sobre preferencias muy diversas de sus miembros y cómo conseguir que las decisiones sean las mejores para la gente (how to square the realization that people don’t always behave rationally with the need to avoid paternalism and let people make their own decisions even when they choose an outcome that isn’t good for them).

Por eso me ha gustado esta película: quien la escribió, Lars von Trier, sabía qué cuestiones no entendemos suficientemente. No es un panfleto, como algunos críticos han dicho, sino una reflexión sobre lo que no sabemos. Por eso el final deja un regusto amargo.

¿Alimentarán los campesinos al mundo? (dibujo J.S. Aguilar)

En mi trabajo surge muchas veces esta discusión: para alimentar a 9000 millones de personas en 2050, ¿qué papel tendrán los pequeños productores, pobres, en zonas rurales y muchas veces marginales? Hay dos visiones opuestas, y una matizada, que como siempre es la que tiene menos predicamento, pero creo que la más acertada.

Una es que, si les dejan y apoyan, podrán hacerlo. Cuidan mejor el medio ambiente que la agricultura industrial (aunque no siempre), son más productivos en el uso de la mano de obra, y obtienen mejores rendimientos en superficies pequeñas. La otra visión es que sólo la agricultura industrial, que es mucho más eficiente (más productiva si se tiene en cuenta el uso de todos los factores, sobre todo por la economía de escala) podrá producir alimentos suficientes. Vía campesina contra Monsanto.

En mi opinión, poner sobre los productores pobres la responsabilidad de alimentar el mundo no es correcto. No es cierto que sean más eficientes: cuando se empezaron a contabilizar los costes de transacción (todos aquellos costes no físicos, de negociación, búsqueda de información sobre mercados y cumplimiento de contratos) se vio que las granjas mayores tienen más ventajas.

Hazell lo resume muy bien en este documento, The Future of small farms for poverty reduction and growth : las granjas pequeñas tienen ventaja en el conocimiento del medio local, la productividad y motivación de la mano de obra, y en asegurar la subsistencia. Las grandes tienen ventaja en mano de obra cualificada, conocimiento del mercado y técnico en general, compra de insumos, financiación, trazabilidad y aseguramiento de la calidad, y manejo del riesgo.

Dado que es bastante improbable que podamos defender que los pequeños productores alimentarán mejor al mundo, cambiemos de argumento: pueden contribuir (no hacerlo solos), pueden cuidar mejor el medio ambiente (si se les paga por ello), y debemos hacerlo no porque vayan a producir más, sino porque así vamos a reducir la pobreza, lo cual no es un objetivo desdeñable. No seamos utilitaristas diciendo que el futuro de nuestra comida está en sus manos.

Alain de Janvry lo dice en este recomendable artículo: Agriculture for development: new paradigm and options for success:

Small farms may be preferred over (or in association with) large farms not only on efficiency grounds (if an inverse relation exists between total factor productivity and farm size), but also because they allow autonomous income generation by the rural poor, even if at the cost of a growth trade-off.

Es decir, pueden que ofrezcan menos crecimiento que las grandes. Pero puede ser necesario para favorecer la inclusión social porque los pobres rurales no tienen otra opción más que dedicarse a la agricultura, dado que el mercado laboral no los absorberá.

Para que exista desarrollo tienen que estar todas las piezas

Un artículo de David Brooks, liberal de la tradición escocesa y columnista del NYT, escribe sobre el desastre de Haití.  El artículo habla de por qué Haití es tan pobre. Sólo trata parcialmente algunos aspectos, pero los que trata son muy políticamente incorrectos entre la parroquia izquierdista. Olvidemos las cosas que no menciona como causas de la pobreza. La cuestión no es si tiene razón o no, sino cuánta razón tiene, y en qué partes. Los comentarios al artículo son tan interesantes como el artículo en sí.

Este es mi comentario: el desarrollo es como un reloj, con todas sus piezas (ya puse el ejemplo antes, aquí). Cada país necesita su propio reloj ajustado y con todas las piezas que encajen. No es relativismo, es complejidad. Sachs tiene razón cuando dice que es la geografía, que pone en desventaja a los países mal comunicados o que por estar en zonas tropicales padecen más enfermedades. Pero también la tuvo Gardner, hace sesenta años, cuando dijo que el desarrollo es un estado de la mente («la gente tiene que desarrollarse a sí misma antes de que pueda cambiar su medio físico, y eso es un proceso lento (…) los hábitos de pensamiento y conducta de la gente son el obstáculo más terco hacia el desarrollo»). Chayanov dijo hace ochenta que los pobres evitan trabajar duro (lo cual es cierto unas veces sí y otras no). De Soto dice que el problema es que las instituciones garanticen el cumplimiento de la ley (y especialmente la seguridad de la propiedad).

La izquierda tiende a evitar estos argumentos, porque piensa que deslegitiman los suyos: es la justicia, es el poder. La derecha abomina de los de la izquierda porque piensa que le quitan la responsabilidad a la gente ¿Importan los factores culturales, o sólo los políticos, o sólo los económicos? ¿Todas las culturas son buenas? ¿Todas son emprendedoras?  Es la educación y la cultura, pero también es la democracia y el poder. Unos y otros deberíamos reconocerlo.

El mundo del desarrollo es un calco del de la política. La derecha piensa que cada quien es responsable de sus actos, y en consecuencia de su situación. La izquierda que la pobreza es culpa de los ricos o de la injusticia. González Faus, un jesuita español, lo puso en un artículo en El País en 2005:

La gran virtud de la derecha es que comprende y acepta la dificultad de las cosas y la necesidad del esfuerzo. Desde esta óptica se puede hablar del sentido de responsabilidad como propio de la derecha. Pero se trata de una responsabilidad profundamente egoísta: insolidaria unas veces y dominadora otras. La izquierda, en cambio, quiere ser integradora e igualitaria: la solidaridad sería su virtud preferida. Pero su gran defecto es la tendencia al espontaneísmo y a la comodidad. Rehúye la dificultad y el esfuerzo paciente; y su solidaridad pasa mal de las palabras a los hechos.

Cada quien se encuentra cómodo en su campo, y piensa que arreglando sus engranajes, el reloj funcionará. Pero nadie entiende el funcionamiento del reloj entero, que por supuesto se negará a funcionar si no tiene todas sus piezas en su sitio.

El pensamiento sobre el desarrollo está formado por capillitas, y las que se consagran a un solo engranaje del reloj están llenas de fieles, que recelan de las demás capillitas dedicadas a engranajes totalmente equivocados, (según cada capillita). O no tan equivocados. Pero entonces, ¿qué hacemos?

PS: Me han comentado que la imagen del reloj no es muy afortunada porque parece mecanicista (2. m. Fil. Doctrina según la cual toda realidad natural tiene una estructura semejante a la de una máquina y puede explicarse mecánicamente.). Cierto. No nos quedemos pues con la idea de que el funcionamiento de la sociedad y la economía será automático (no lo será, de ahí la complejidad). La idea que quería que quedara es que todas las piezas tienen que estar, como las que he escrito en la leyenda del grabado, funcionando en grados distintos y cambiantes, pero tienen que estar.

La agencia IPS, en su sección «Voces», habla de estas reflexiones llevadas a cabo por la cátedra Antonio Gramsci:

“¿Quién cree en una Revolución bucólica? ¿Quién cree en un Socialismo de perezosos? Sin embargo, la pereza no es la vagancia o al menos no tiene que serla”, asegura un texto que, desde un sector de la sociedad civil en Cuba, reivindica el “derecho a la pereza”.
“Debemos conocer el valor del trabajo para decirnos revolucionarios y más aún para llamarnos marxistas, pero también es cierto que debemos reverenciar la pereza, al menos la roja pereza, sería un estado del alma y del cuerpo que se podría mantener en todo momento, hasta mientras se trabaje”, asegura el documento.
Publicado como una sección fija en un sitio web de la Cátedra de Estudios Antonio Gramsci, el texto considera que “el trabajo o cualquier actividad revolucionaria que se realice fuera de este principio estaría muy cerca de la esclavitud de los sentidos y de la enajenación de la imaginación”
La propuesta del sitio web “Revolución bolchevique. Historia de la URSS y Cuba”, que propone un análisis crítico socialista desde el siglo XXI, añade que no “debe pensarse en el socialismo si no pensamos en la felicidad y en el disfrute, que no en la destrucción de la naturaleza y en el despilfarro inhumano”.
Así, resalta, “el derecho a la pereza es el derecho al amor y a tener muchos lugares donde hacer y dar amor. Es el derecho a comer y beber, a reír, a hablar, a bailar, pintar, cantar o a ver bailar, ver pintar y oír cantar”.
La cátedra, del Instituto Cubano de Investigaciones Culturales Juan Marinello, impulsa un trabajo sistemático de análisis del sistema socialista y su desarrollo en la isla. (2009)

Mi comentario: quien ha estado en Cuba puede pensar que reivindicar el derecho a la pereza es innecesario, y que éste está suficientemente interiorizado por el pueblo cubano. Quizá este argumento podría ser necesario en China o Vietnam, donde la pereza tiene fama de no existir, pero en Cuba…(donde creo que se inventó la frase «ellos hacen como que nos pagan, y nosotros hacemos como que trabajamos»).
Uno de los grandes problemas de Cuba es la falta de utilización real de su mano de obra para levantar la economía. Hay gente capacitada, hay necesidades, pero la iniciativa está ahogada por el miedo a que surjan desigualdades. Económicamente no es razonable, y las cifras de su crecimiento económico (o más bien de su carencia) lo demuestran.

Serra de Tramuntana 2

Sierra de Tramuntana, Mallorca. Va a llover.

Paul Krugman escribió este artículo, The fall and rise of developments economics,  una historia interesante sobre las metáforas y los modelos en la economía. Algunos economistas, ya casi extinguidos, intentaban explicar la realidad mediante metáforas. Otros, los modernos, y que ahora dominan la academia, lo hacen mediante modelos, que significan una simplificación de la realidad (y que los profanos no entendemos porque están escritos en griego), pero que tienen una base matemática que refuerza su argumentación.

Krugman cree que unos y otros deben convivir, y  pone un ejemplo clarificador:  la sabiduría popular siempre ha dicho que se puede predecir el tiempo observando el cielo. La meteorología, cuando se desarrollaba como ciencia a finales del siglo XIX y XX, dejó de prestar atención al aspecto del cielo para basarse sólo en modelos. Lo que el populacho sabía por intuición y experiencia, se abandonó. No fue hasta 1919 cuando un grupo de científicos noruegos se dio cuenta de que las observaciones populares tenían razón y era posible predecir el desarrollo de una tormenta por la altura y forma de las nubes.

Krugman critica así la simplificación que la economía hacía de la realidad, a la que se pretendía representar con modelos sencillos, mientras ignoraba la realidad misma, mucho más compleja, y que a veces es difícil de representar mediante modelos.

Paul Streeten escribe, en este otro artículo, que la economía antes la escribían escoceses en inglés, y que ahora la escriben húngaros en matemático. Habla, entre otras cosas, sobre la necesidad de que los economistas sean capaces de explicarse en prosa y hacerse entendibles:

In educating economists, we should sacrifice some of the more technical aspects of economics (which can be learned later), in favour of the compulsory inclusion of philosophy, political science, and economic history. Three reasons for these interdisciplinary studies are given here. In the discussion of the place of mathematics in economics, fuzziness enters when symbols a, b, c are identified with individuals, firms, or farms. The identification of the clear cut symbol with the often ambiguous and fuzzy reality invites lack of precision and blurs the concepts. If the social sciences, including economics, are regarded as a «soft» technology compared with the «hard» technology of the natural sciences, development studies have come to be regarded as the soft underbelly of «economic science». In development economics, the important question is: what are the springs of development? We must confess that we cannot answer this question, that we do not know what causes successful development.

Dani Rodrik, por su parte, explica en su blog que eligió estudiar economía y no ciencias políticas porque así podía entender las revistas de la primera, que estaban escritas en griego (alusión a cómo se escriben las ecuaciones):

I remember well what settled it for me. One day in the library, I picked up copies of the flagship publications of the two disciplines–the American Political Science Review and the American Economic Review–and put them side by side.  One was written in English, the other in Greek. I thought that if I did a PhD in economics, I would be able to read both journals, but that if I did a PhD in political science, it would be goodbye economics.  That was my epiphany. (I should add that many political science programs now provide solid technical training that no longer leaves the AER beyond reach–but that was not true at the time.)

Yo no estudié economía, y siempre he lamentado no tener suficiente base matemática como para entender los artículos en griego (digresión: a la anciana tía de una amiga le llamaba la atención la popularidad de esta lengua, junto con el tailandés, en los anuncios clasificados. No podía imaginar que tanta gente quisiera aprenderlas, ni por qué aparecían en la sección de contactos).

La mayor parte de los que nos dedicamos a la cooperación en el mundo latinoamericano hablamos el lenguaje de las nubes, a diferencia del mundo anglosajón, donde hay abundancia de economistas del desarrollo y se comunican entre ellos en griego. No significa, como decía Krugman, que nuestra visión, la de las nubes, esté equivocada, pero una mayor profundidad en nuestros análisis es deseable. Sería útil hacer un esfuerzo de aproximación entre la Universidad, donde se estudia la economía del desarrollo, y el resto del mundo de la cooperación hispanoamericano para aportar, unos rigor, y otros la intuición basada en la experiencia. En la Universidad faltan grandes maestrías en español sobre desarrollo. Hay pequeñas maestrías, esfuerzos locales, encomiables todos, la mayoría de universidades pequeñas; pero qué bien estaría contar con algún gran instituto como pueden ser el Imperial College de Wye o el IDS de Sussex, ambos en la Gran Bretaña, o el MIT en Harvard, y tantos otros, donde se habla griego y también el lenguaje de las nubes.