Aunque este blog es para hablar de cooperación, a veces hay que mirar hacia el norte para intentar entender qué pasará en los países pobres y de ingresos medios dentro de veinte años. O simplemente nos miramos el ombligo quienes escribimos desde el norte por lo preocupante que es todo lo que está pasando. Es sabido que el capitalismo aprovecha las crisis para apretar las tuercas a lo que queda de la clase trabajadora, y hoy en día así sigue ocurriendo. El problema es que no nos damos cuenta de que este cambio es estructural y el mundo que viene va a ser muy distinto del precedente, sobre todo por una razón: quién se queda con el aumento de la productividad y dónde van los puestos de trabajo perdidos.
He leído el librito The Race Against the Machine, How the Digital Revolution is Accelerating Innovation, Driving Productivity, and Irreversibly Transforming Employment and the Economy, de Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee. Este trabajo lo ha pagado el MIT, por lo que el diagnóstico es muy preocupante, pero el pronóstico es optimista (el MIT no puede ser tecnoescéptico).
Para Brynjolfsson y McAffee, estamos ante un cambio estructural en el que los puestos de trabajo que se destruyen por el aumento de la productividad (el avance tecnológico) ya no se reponen suficientemente rápido en otras áreas de la economía. Jeremy Rifkin ya llamó esto en 1995 «el fin del trabajo» (quizá algo exagerado como es él, pero los dos del MIT tienen más argumentos veinte años después para confirmarlo. B. y M. argumentan que la duplicación de la capacidad de los ordenadores -y más aún el software- conseguirá que las máquinas hagan cosas hasta ahora impensables, destruyendo cada vez más puestos de trabajo. Cada vez más, las ganancias en productividad se las ha quedado el capital y no el trabajo (es decir, los ricos dueños de las fábricas, no la clase obrera).
Las conclusiones son: los puestos de trabajo que la automatización ha destruido ya no se están recuperando y el paro estructural es más difícil de combatir. Las soluciones que proponen no son soluciones, porque dependen de la buena voluntad de los dueños del capital. Las recetas son las habituales: más formación, más emprendedores, más innovación… pero eso no va a sustituir los puestos de cajera perdidos en los supermercados.
En este artículo de Robert Skidelsky la propuesta es reducir el tiempo de trabajo para repartir el poco que queda. Pero esto es lo mismo que decirles a los dueños del capital que tendrán que renunciar a parte de sus ganancias para mantener puestos de trabajo. No lo harán si no se sienten amenazados. Quizá la clave está en una frase cada vez más popular a medida que la crisis avanza: la crisis acabará cuando el miedo cambie de bando. ¿Llegará a ocurrir?