La mayoría de los que nos dedicamos a la cooperación somos de origen urbano. Cada año, en cursos de desarrollo rural, he preguntado a quienes asisten cuántos vienen del campo. Casi siempre, nadie. Es algo paradójico que quienes tienen vocación de trabajar en desarrollo rural sean urbanitas, lo que implica que hay que invertir mucho tiempo en conocer y entender la vida rural. Muchas veces caemos como paracaidistas sobre poblaciones que no entendemos, con unas instrucciones someras sobre cómo actuar.

Ilustración de Juan Salvador Aguilar

Ilustración de Juan Salvador Aguilar

Hay varias maneras de aprender sobre desarrollo rural. Una es trabajar sobre el terreno durante muchos años. Uno aprende directamente sobre la realidad, con la ventaja de la observación de primera mano, hablando y viviendo con quienes tienen que ganarse la vida cada día con su trabajo en el campo. Tiene la desventaja de ofrecer la realidad de sólo un pedacito de mundo, si uno no viaja mucho, que no tiene por qué ser igual a otros. Esto se puede completar con el conocimiento académico, que utiliza la ciencia para estudiar qué pasa en otros sitios y de ahí deducir o no leyes generales. Pero nos falta una fuente, que une lo útil a lo agradable: leer literatura o historia sobre campesinos. Para esto, inauguramos nueva sección. Animo a mis esporádicos lectores a sugerir títulos para ampliar la lista. Para empezar, mi lectura actual, Chevengur:

ChevengurCuenta cómo los campesinos y campesinas rusos acogen la revolución de 1917, que les tiene que liberar de siglos de opresión construyendo una nueva sociedad que nadie sabe bien qué aspecto tendrá. Pobres, analfabetos y sin guía, construyen el comunismo de oídas, con más buena voluntad que acierto. Literatura sobre campesinos, pero también sobre utopías y, algo que nos afecta mucho a quienes trabajamos en desarrollo rural, sobre cómo construir algo nuevo partiendo de condiciones miserables. Una advertencia: el lenguaje de Andrei Platónov es extraño (me recuerda a Paradiso, de Lezama Lima), y parece que se ríe de la miseria y la ignorancia, pero creo que no es así: en su humor negro sobre cómo se interpreta la revolución y qué poco saben aprovecharla, hay mucho amor y compasión por quienes merecerían un destino mejor. Por cierto, la estoy leyendo en catalán (magnífica traducción de Miquel Cabal):

Txevengur