Durante siglos, después del Renacimento en Europa, se pensó que dominar la naturaleza era cuestión conseguir hacer cosas técnicamente difíciles. Hasta la invención de la ecología como ciencia (hay controversia en las fechas, pero como muy pronto fue en el siglo XIX) no se empezó a entender que esto de las relaciones entre seres vivos es una cosa complicada.
Ahí está la clave, en la diferencia entre lo difícil y lo complicado (hoy en día se llama complejo, queda mejor). Fabricar un transgénico es difícil, aunque cada vez menos. Entender cómo un transgénico se relacionará con su medio es comprender la complejidad, y en esto todavía estamos muy atrasados. Las transnacionales que juegan a aprendices de brujo nos venden soluciones técnicamente difíciles, pero simples, a problemas complejos. Difícilmente funcionará. La agricultura sostenible (en este caso, a través del manejo integrado de plagas), busca soluciones técnicamente más fáciles teniendo en cuenta la complejidad. Es posible que los resultados de esta última no sean espectaculares desde el comienzo, pero es probable que a medio plazo funcione mejor.
Una prueba nos llega ahora desde China: Yanhui Lu y su equipo muestran cómo el uso de algodón Bt ha producido un aumento de otra plaga, un insecto heteróptero (el Apolygus lucorum). La causa es que se usan menos insecticidas (el objetivo del algodón bt es ese, para eso lo lleva incorporado), pero el escarabajito es resistente a la toxina del Bt. Para controlarlo habría que usar otros insecticidas, pero entonces para qué queremos que el algodón sea Bt… Lo único seguro es que no hay soluciones mágicas, ni transgénicas ni de ningún tipo. La ecología nos enseña que la naturaleza está formada de muchas piezas y que se reordenan constantemente. Cuanto más amplia sea la visión que tengamos, mejor.