Proyectos de cooperación


El Eclesiastés (1.9) ya era pesimista al responder a esta pregunta: nada. Sin embargo, podemos ser más optimistas con respecto a la cooperación. Sí hay cosas nuevas: la protección social («cash transfers», especialmente mediante móviles), el desarrollo de los seguros indexados para la agricultura, los sistemas de alerta temprana y de información de mercados, las bolsas de negociación de cereales.  Pero muchas de las cosas que se venden como nuevas no lo son. Son material caducado al que se le cambia el envase para alargarle la vida útil.

Se les cambia el nombre porque los académicos tienen necesidad de presentar algo «nuevo» para justificar sus salarios, pero también como una manera perversa de combatir la fatiga de la cooperación: cambiar los nombres de lo que hacemos cada cuatro años para dar la esperanza de que esta vez sí, vamos a resolver la pobreza. La hipertrofia de convocatorias de investigación en la que el requisito principal es la innovación asusta, porque lo que pretende mostrar es que no conocemos la solución para la pobreza o bien que es posible buscar atajos rápidos, en vez de pensar (lo que para mí es más cierto) que sabemos qué hacer, pero lo que se necesita es el capital humano y económico para llevarlo a cabo.

Muchos de los cambios de envoltorio sólo representan leves matices en la forma de medir las cosas, en qué fijarse. Pero lo que hacemos es básicamente lo mismo. ¿Cómo distinguir lo que es nuevo? ¿Cómo saber qué futuro tiene una nueva herramienta? ¿Cómo prevenir el entusiasmo excesivo que conduce a decepciones posteriores?

David Algoso, al que podéis encontrar en algoso.org, ha adaptado para la cooperación una idea originalmente utilizada para valorar tecnología: el ciclo de Gartner (que no es un ciclo). Las innovaciones pasan por una fase de entusiasmo que las sobrevalora, una fase de decepción que las infravalora, y una meseta en la que finalmente encuentran su valor real. Lo mejor es ir a leer el post original (clica en la imagen). ¿Dónde colocarías las novedades de los últimos años?

El ciclo de Gartner aplicado a la cooperación. Adaptado por David Algoso

Les invito, si tienen una tarde libre, a ver la película sobre Vicente Ferrer. No voy a entrar en la discusión sobre las cualidades artísticas de la película, ni en lo que tiene de ditirambo. Me interesa más cómo presenta (aunque de una forma muy parcial y creo que mal resuelta) el dilema sobre quién tiene que hacer las cosas dado el estado de las instituciones locales. En el artículo anterior mostraba una tabla según la cual la mayoría de países retroceden en la capacidad de gobierno. La pregunta que se nos plantea es qué hacer. Vicente Ferrer tenía su respuesta: hacerlo él. Con un éxito indudable desde el punto de vista de la eficacia.

Hace más de 10 años, en El Naufragio, intentaba explicar que las ONG se comportaban como «second best solutions» (sin usar estas palabras), sustituyendo a los gobiernos que no quieren o no son capaces de hacer su trabajo. «Second best» es una expresión que se utiliza en economía que viene a significar que a falta de pan buenas son tortas.

Hoy matizo mucho más aquellas ideas. No tengo ninguna duda de que es mejor trabajar para conseguir crear capacidades de gestión local. Pero he conocido muchos casos, la mayoría llevados a cabo por curas, en los que el empuje y perseverancia de una sola persona han creado una gran empresa (social) u ofrecido servicios de educación o salud.

Cuando empecé a trabajar en esto de  la cooperación-hace ya más de veinte años- los curas y las monjas que se dedicaban a ella tenían mala fama:  los «profesionales» los veíamos con condescendencia pensando que hacían un pobre trabajo. Luego cambié de opinión, por dos motivos, porque, en general son muy buenos en dos cosas:

Lo concreto: hay dos maneras de enfocar la solución de la pobreza: desde muy arriba o desde muy abajo. Desde muy arriba se piensa en los Grandes Problemas y en quiénes tienen que solucionarlos: la gobernanza, el empoderamiento, los derechos. Es el punto de vista de muchas de las organizaciones grandes y modernas, y es la consecuencia de analizar la pobreza pensando en cómo habría que resolverla para siempre: que alguien haga lo que tenga que hacer (normalmente los gobiernos).

Los que trabajan sólo en el primer enfoque piensan que los segundos salvarán a unos pocos pero no al mundo. Los segundos piensan que los que están en las alturas pierden el tiempo porque no conseguirán mucho, y mejor harían en salvar a algunos para mientras. Lo mejor sería compatibilizar ambas visiones. Esto es lo que hacen teóricamente algunas organizaciones, pero entonces viene el segundo problema, en el que curas y monjas también tienen ventaja.

Lo cercano: la calidad del trabajo para erradicar la pobreza depende de la preparación que tiene la última -o la primera, según se vea- persona que está en contacto con la gente pobre. Es decir, grandes oficinas con gente brillante con muchos másteres distribuida por el mundo sirven sólo en la medida que la extensionista agraria o la promotora de salud que llegue a la comunidad sea buena y sepa lo que tenga que hacer. Lo mismo ocurre si es el gobierno el que tiene que hacerlo: es la calidad del último funcionario que está en contacto con la gente. Ya hablé de esto aquí y aquí.

Entonces, ¿en qué son buenos curas y monjas, incluidos ex-? En que están allí y están durante mucho tiempo. Hacen planes a largo plazo. En la horrible jerga anglosajona se dice que están orientados a la solución de problemas. En lenguaje llano, que se arremangan.  La cadena de gestión en las grandes ONG es demasiado larga. La capacidad profesional no tiene por qué estar repartida de una forma homogénea y hay mucho riesgo de tener eslabones débiles: es decir, incompetencia distribuida en algunos puntos, con unos costes de supervisión del personal enormes. Cuando hay una figura del tipo de Ferrer (que he encontrado en muchos otros sitios, en Ecuador, en Chad, en El Salvador), los problemas se resuelven mediante la intervención directa de esta persona que está en todo.  Si una máquina se estropea, la arreglan o la hacen arreglar. Quizá no es sostenible, ni replicable. Pero mientras tanto, van consiguiendo cosas.

Anteayer asistí vía web a un seminario del ODI sobre la ciencia del delivery. Los anglosajones son tan buenos para crear nuevas palabras o significados como para reconocer justo después que son una estupidez (el manual de estilo del gobierno británico dice que se use delivery solo para pizzas). Con delivery, en cooperación o en política pública, quieren decir conseguir que las cosas se hagan y los servicios se entreguen a la ciudadanía.

El presidente del Banco Mundial, Jim King, sacó el tema en una conferencia en octubre de 2012. Hay que centrarse más en el cómo se hacen las cosas, en vez de tanto en el qué cosas se hacen. Enseguida contestaron Kevin Watkins y Owen Barder, para criticarlo, el primero para decir que le falta componente político a la propuesta y el segundo para decir que todo es muy complejo. Sin embargo, el diagnóstico es legítimo: en el seminario de ayer se dijo que la mayoría de los países retroceden en calidad institucional, en vez de mejorar. Los gobiernos lo hacen cada vez peor:

Countries going backwards

Si uno piensa en la definición de políticas públicas de James Wilson, esto no deja mucho lugar al optimismo: Wilson dice que la gestión pública es el uso de instituciones  que han sido diseñadas para permitir que personas imperfectas utilicen procedimientos equivocados para resolver problemas que no tienen solución.

Hubo algunas frases que me gustaron en el seminario: hoy en día el diseño o la evaluación de programas son «cool». Pongamos otra vez de moda la ejecución de proyectos o políticas, porque es lo que necesitamos.

Estamos inundados por miles de documentos muy bien elaborados sobre lo que hay que hacer. Pasa en las ONG y en los gobiernos.  Sobran Guardiolas (que suelen ser consultores contratados para la ocasión). Lo que necesitamos son jugadores, volver poner la prioridad en  hacer las cosas y qué capacidad tiene aquella persona que al final es la que entrega el producto o servicio directamente. El que mete el gol, en términos futboleros (y disculpas por la metáfora).

En el siguiente post hablaré de si esta «ciencia» y otros inventos recientes de la cooperación funcionan como el mundo de la moda, volviendo a sacar el fondo de armario de los ochenta con otros nombres. ¿No hay nada nuevo bajo el sol?

Los días se acortan en el hemisferio norte, baja el tiempo dedicado al huerto y estoy algo más disponible para este blog, que resiste mal la competencia con el trabajo manual. Aunque aquí en España todo el mundo habla de la crisis y el ambiente es tan pesimista como en los últimos meses, no está de más recordar que algunas cosas buenas han pasado en algunos  más cercanos a lo que aquí hablamos: no ha ganado Romney, se ha avanzado hacia la tasa Tobin en once países e Europa, donde además se va a eliminar el requisito del 10% de biocombustibles (causante en parte de los precios exageradamente altos de la comida), África Occidental ha aprobado la reserva regional de grano y el Comité de Seguridad Alimentaria se reunió en Roma en octubre con algunos resultados interesantes (el informe aquí).

Los precios de la comida continúan altos. Las consecuencias pueden verse en el gráfico del IFPRI. La sequía en los EEUU y la prohibición de exportaciones en Ucrania se han añadido a los problemas crónicos de inventarios bajos y uso del maíz para etanol. Indonesia dice ahora que retomará los controles de precios para proteger a su población.

Las reservas siguen siendo poco populares entre la clase política. Las razones son políticas: no caen dentro de los proyectos de su interés: rápidos, fáciles, populares y baratos. En cambio caen dentro de los complicados, caros, largos y controvertidos (ver aquí un post anterior sobre qué les gusta a los políticos).

El Comité de Seguridad Alimentaria sigue también poco entusiasta sobre las reservas. Su único compromiso, que todavía no ha cumplido, era elaborar un documento de evaluación del funcionamiento de las reservas nacionales que existen actualmente. En Roma se le volvió a recordar que estaba pendiente.

En cambio, la aprobación del proyecto regional de reservas para África Occidental este pasado septiembre anima el panorama. Estas reservas tenían el apoyo del G20, que destinaron 38 millones de euros para su aplicación. En una reunión en Abidjan el 28 de septiembre los ministros de la región aprobaron establecer la reserva.

El proyecto contempla tres niveles de reservas: el primer nivel es el local, formado por centros de acopio, graneros de seguridad alimentaria, y crédito prendario (o almacenes generales de depósito). El segundo son las reservas nacionales, sobre las que recae el grueso del esfuerzo en caso de crisis alimentaria y el tercero es el regional, que sirve de apoyo adicional a los países para enfrentar crisis que superan sus posibilidades.

Oxfam ha estado aportando a este proyecto con una investigación, First line of defence. Assessing the potential of local food reserves in the Sahel, sobre cómo estas reservas locales  pueden contribuir a mejorar la seguridad alimentaria,  qué riesgos enfrentan y cómo pueden beneficiarse de apoyos estatales para prosperar. Por ahora sólo está en inglés y francés.

Keynes: es más difícil erradicar ideas viejas que introducirlas nuevas

Decía Keynes que es más difícil deshacernos de las ideas viejas que introducir ideas nuevas. Tenía toda la razón. Hay una idea que ha llegado hace poco, pero que se ha enraizado tanto que hará falta maquinaria intelectual pesada para desarraigarla. La idea es que los mercados locales son lo máximo y que nos servirán para erradicar la pobreza.

En alguna ocasión ya he hablado de este tema (aquí). Hace unos días di una clase en una maestría en Madrid, y vi con desolación la casi unanimidad de la que gozaba la idea de la excelencia de los mercados locales, y lo difícil que me resultaba convencerles de que no era correcta. Mi argumento era, según mi punto de vista, claro, muy sencillo: si en las áreas rurales vive más gente en el campo que en los pueblos, hay más gente produciendo lo mismo que bocas comiendo. Y como la capacidad de comer tiene un límite, el mercado se satura enseguida. Esto se conoce como la ley de Engel, y es una de las tres básicas de la agricultura.

En los proyectos de cooperación nos ocurre a veces que tenemos una visión limitada de a quién le están yendo bien las cosas. Si construimos un mercado local y una minoría de gente que trabaja con el proyecto tiene acceso a vender, no pensamos en la proporción de gente que queda fuera. De ahí que nuestra forma de pensar debería ser algo Kantiana: actuemos como si las soluciones que propusiéramos fueran de uso universal. Si lo que proponemos no puede funcionar para todo el mundo, entonces reconozcamos que es una solución parcial y que necesitamos pensar en otra cosa para quienes quedan fuera.

El otro aspecto sobre los mercados que padece el mismo problema es la venta directa. Igualmente, la venta directa producción-consumo tiene una capacidad muy limitada por razones logísticas elementales: no es posible que cada productor venda a cada consumidor porque no se puede organizar así un mercado de millones de habitantes: no hay sitio ni programación posible. ¿Cuál es nuestro problema? Que no sabemos -y yo el primero- cómo se puede convertir en justo el intercambio de productos agrarios, que está sujeto a variación de precios y cantidades, y diferencias de productividad muy grandes entre unos productores y otros. Quizá por esto también decía Keynes que hay dos clases de economistas: los que no tienen ni idea, y los que no saben ni eso. Pero esto no nos tiene que dejar tranquilos pensando que tenemos soluciones que realmente son estéticas, pero incompletas.

Leo en El País en un artículo de Bloomberg que hay problemas graves en un proyecto de comercio justo en Burkina Faso. El artículo está bastante mal escrito (pero puede ser cosa de la edición). Para empezar, la entradilla dice «los programas de comercio justo no logran controlar a los agricultores que explotan a niños». Primer error: de lo que habla el artículo es de una parte de un programa, no de los miles que existen en el mundo. Del resto de proyectos de comercio justo, nada dice, ninguna estadística, ningún estudio. Dos títulos más abajo habla de «Perversión del comercio justo» como si el sistema entero fuera perverso.

Tengo la sensación de que la cooperación en general está bajo sospecha. El libro de Gustavo Nerín (Blanco bueno busca negro pobre) va en esa línea. Gonzalo Fanjul lo comentó con acierto como hombre blanco escribe libro tonto, sobre todo por no dar tampoco ninguna cifra, basarse en anécdotas y tomar por norma general los fracasos o malos manejos que se dan en cualquier sector.

Claro que hay problemas y cosas mal hechas en la cooperación. Los he expuesto muchas veces en este blog. No dudo que lo que se menciona en Bloomberg es verdad para ese caso concreto. Pero la cooperación es el sector que más recortes -cuando no supresión completa- está sufriendo por la crisis. Cuando algo no funciona en educación, o en sanidad, en la prensa no se pone en cuestión su existencia. A veces incluso se propone -entrevistando a alguien que entienda de la materia- alguna alternativa para mejorar. Esto no sucede en este tipo de artículos o el libro mencionado: ¿se propone no hacer nada ante la pobreza que no cesa de aumentar? ¿Qué hará Victoria’s Secret, dejar de comprar algodón justo, incluso cuando lo sea de verdad?  Si el objetivo fuera mejorar el funcionamiento del sector, la manera de escribir sería otra.

Marx, un muerto que goza de buena salud (ilustración de El Roto)

Ha habido mucho debate en el campo del microcrédito sobre la crisis en la India, especialmente en Andrha Pradesh (donde han acuñado la expresión «microcrédito subprime»). Allí hay una epidemia de suicidios porque la gente no puede pagar las deudas contraídas con microfinancieras (y no tan micro). Hay casos de hasta seis créditos encadenados por prestatario, cada uno que se usa para pagar el anterior. ¿Les suena esto? También ocurrió en los EEUU con las hipotecas basura. Y hay otro paralelismo: en Andra Pradesh hubo una política deliberada de ofrecer crédito a campesinos que no lo habían pedido.

Desde que Mohamed Yunus subió a los altares del desarrollo como santo económico, el mundo quedó subyugado por el microcrédito como la panacea que iba a sacar a los pobres de la miseria. Como muchas otras promesas, esto no ha ocurrido (mi explicación del por qué, aquí). No hay que hacer leña de un sector que pasa un mal trago , pero sí es necesario precisar algunas cosas sobre la entrada del sector privado en él.

El sector del microcrédito se ha llenado de organizaciones con ánimo de lucro: en buen romance, usureros, sin que se haya cuestionado mucho esta entrada del «sector privado» (los ricos) en el negocio. En muchos casos los bancos que vieron cómo había grandes ganancias en los pobres: si los costes de transacción eran altos (muchos pobres muy dispersos pidiendo poco dinero cada uno), esto se recuperaba con intereses estratosféricos.

La ideología lo empapa todo en el sector de la cooperación, por eso hay creyentes y descreídos sobre el papel del sector privado. En algunas organizaciones se defiende como la panacea que lo curará todo siguiendo ideas similares al carnicero de Adam Smith, aquél que siguiendo su propio interés beneficiaba a la sociedad (“It is not from the benevolence of the butcher, the brewer, or the baker, that we can expect our dinner, but from their regard to their own interest”).

Para mi, hay una conclusión de esta lamentable situación en la India, aplicable a otras posibles acciones del sector privado en el desarrollo, que de tan obvia no la tenemos en cuenta: el sector privado tendrá un efecto beneficioso sobre los pobres en aquellos casos en los que decida  pagar más a un agricultor pobre de lo que el mercado establecería o pagar un salario decente por un trabajo industrial o de servicios. Es una decisión de beneficiar al más pobre porque sí (o porque piensen que será mejor para la sociedad). Si esperamos que los beneficios lleguen de la mano del precio que determina el mercado por los bienes y servicios que ofrecen los pobres, tengamos poca esperanza: si son pobres es en gran parte porque el mercado no retribuye sus productos de forma adecuada, a no ser que tengan un poder de negociación que casi siempre falta o un gobierno que limite la avaricia (nunca es fácil hacerlo).

Entonces, tengamos sano escepticismo sobre el sector privado, sea en el microcrédito, la agroindustria o los precios de la comida (intentarán ganar el máximo, no que la gente coma mejor). Las organizaciones microfinancieras sin ánimo de lucro siguen siendo preferibles a los bancos y las cooperativas son mejores que confiar en que la fábrica te pagará más.

Por cierto, a Yunus le han echado del Grameen, que es una empresa social, es decir, con un interés en beneficiar a los pobres más que en ganar dinero. Pero parece que ha sido porque hace unos años intentó meterse en política, y ahora se lo cobra el no muy democrático gobierno de Bangladesh.

Me encuentro con esta frase final en un artículo sobre Jeffrey Sachs  (para hablar mal de él) en el blog The Coming Prosperity:

If solutions are known, need $$. If solutions are knowable, need evaluations. If solutions are evolving, need entrepreneurs.

El párrafo es resultón, y por eso ha sido ya citado varias veces en el twitter. Pero tal como está planteado parece que se trata de elecciones alternativas. Yo más bien pienso que las tres son requisitos. No puedes trabajar en soluciones conocidas sin evaluar si lo haces bien (en este caso, el autor se refiere a un tipo de evaluación, el «randomized trial», en el que economistas del desarrollo tienen puestas muchas esperanzas para saber si es mejor una política que otra. Y aunque la solución sea conocida, no puedes llevarla a cabo sin capacidad de gestión, y eso es otra forma de iniciativa empresarial. Cualquier solución deberá ser administrada, y para eso necesitas gente capaz al mando, sea de una fábrica, un ministerio o un ayuntamiento. Entonces, la frase que yo propongo es: si sabes lo que hay que hacer, asegúrate de que estás en el camino correcto, y pon al mando a gente capaz. No queda ni la mitad de bien, es poco probable que la twiteen.

Dibujo de Juan Salvador

 

La piedra filosofal agropecuaria que convierte el trigo en oro es la comercialización. Su mantra, que hay que añadir valor al producto. Cadena de valor son las palabras mágicas, aunque en realidad solo es una herramienta de análisis de los eslabones desde la producción hasta la venta al consumidor. El objetivo es conseguir que una mayor parte del valor recaiga en la producción a costa de la distribución.

Un artículo de Vidal Maté en El País cuenta que Bruselas ha formado un grupo de expertos de la leche para averiguar qué pueden hacer con la caída de precios de los productos lácteos. ¿Qué propone Bruselas para los ganaderos, y por extensión al resto de los agricultores? Que sean  eficientes, competitivos e innovadores.

El reglamento todavía está por desarrollar, y esto será lo que pruebe si realmente son unos expertos de la leche o no. Porque estos expertos aparentemente son mejores predicando que dando trigo -o comprándolo, que es lo que esperan los agricultores de la UE. Porque aquellos cuyos rendimientos sean menores, ¿qué van a hacer? Y la gran mayoría que produce cualquier materia prima indiferenciada -un huevo se parece a otro huevo-, ¿va a poder transformarla en un producto terminado? ¿Saben estos expertos de la leche la inversión que se necesita para introducir un producto terminado en la estantería de un súper? Para ser innovadores, ¿saben cuántos cientos de miles de euros lleva desarrollar un yogurt realmente nuevo?

Hasta ahora, es poco lo que los agricultores se han beneficiado de las subidas de precio. Los expertos hablan de la posibilidad de concertar precios. Este problema no es europeo: afecta a todo el mundo.Las organizaciones interprofesionales serían las encargadas de hacerlo. En África francófona, existen desde hace años, y se llaman interprofessions. Su éxito, de acuerdo con este estudio de inter-reseaux, varía según los casos. Pero, ¿es realista pensar en que es posible?

Seguramente soy cansino de tanto insistir en que conozcamos los fundamentos de la agricultura: que el precio varía con la cantidad de oferta, que la demanda varía menos en relación con el precio, que por eso se producen excedentes cuando la demanda no alcanza a comerse la oferta, que el producto está poco diferenciado, y por eso se compra el que sea más barato esté donde esté, y que quien determina los precios es quien tiene los rendimientos más altos. Que la falacia de la composición nos dice que lo que es posible para algunos no lo es necesariamente para todos.

Si se acuerdan precios, ¿Cómo van a resolver el problema de los excedentes? Si la empresa acuerda con el productor «te pago por tu producto 10 euros,  y me entregas 100 Kg», ¿Qué van a hacer con los excedentes si se producen 120 Kg? La contrapartida son las cuotas: produce sólo 100, no 120. Pero manejar esto es caro: o dejas agricultores fuera, o dejas productos fuera, que hay que manejar (y no mandar a los países pobres para que se arruinen otros). Si se acuerdan precios, hace falta negociación colectiva. ¿Se podrá dar el mismo precio a quienes tienen rendimientos y ubicaciones distintos? En África el «pan-territorial pricing» fracasó hace tiempo.

Resume Vidal Maté: Las salidas para mejorar las rentas pasan por esa nueva política de contratos y pactos, por una mayor vertebración en origen y un mayor peso de las organizaciones interprofesionales, como defiende Bruselas. Pero, igualmente, requieren salidas desde la propia producción agraria con más eficiencia, más innovación, mayor especialización, una calidad diferenciada para sus productos, junto a un etiquetado correcto y un mayor control por parte de las autoridades frente a productos importados más baratos.

Lo primero son los tópicos: pactos, vertebración, organización… seguidos de más tópicos: eficiencia, innovación, especialización. Luego viene la única frase que puede convertir los tópicos en realidad, el corolario a las leyes agrícolas eternas, que no se había mencionado hasta ahora: el control de las autoridades frente a productos importados más baratos.

Temblad, pobres agricultores del tercer mundo, el proteccionismo, y la amenaza del dúmping, siguen aquí.

Una de las obsesiones de las fundaciones norteamericanas (la Gates, por ejemplo), es la innovación. Quieren financiar nuevas soluciones contra la pobreza, porque creen que lo nuevo tiene más posibilidades de funcionar que lo que siempre se ha hecho, que con frecuencia no ha ido demasiado bien. Hay donantes  que exigen innovación: si un proyecto no la tiene, no lo financian. Los países con tradición investigadora (EEUU, el Reino Unido) buscan panaceas (que ellos llaman «magic bullets»). Esto está bien, cuando no significa renunciar  a intentar hacer bien lo que antes se hacía mal, en vez de cambiarlo por otras soluciones.  Aunque hay novedades que tienen bastante futuro (el uso de teléfonos móviles para servicios bancarios, 0 los seguros indexados), éstas sólo pueden representar una pequeña parte de lo que hace falta hacer.

La mayor parte de lo que tendríamos que hacer no pasa por nuevos inventos, sino por hacer bien lo que hasta ahora hemos hecho mal. Pero un proyecto bien escrito, bien pensado y bien discutido con quien va a participar en él, tiene menos posibilidades de ser financiado cada día que pasa por aquellos donantes que exigen algo nuevo.

Esto todavía no ocurre en España: nuestra capacidad de innovar es tan escasa como la exigencia de ésta por parte de los financiadores. La AECID no acaba de arrancar la financiación de proyectos de investigación en cooperación, necesarios cuando se quiere hacer algo nuevo, o hacer bien algo que antes se hacía mal. La capacidad de investigar en cooperación en España es casi nula, y las perspectivas ahora que baja el presupuesto no son esperanzadoras.

Dibujo de Juan Salvador

Disculpen este artículo porque lleva jerga. Lo siento,  pero hay cosas que ya no sé escribir si no están en jerga.

En estas dos semanas he estado en dos encuentros muy distintos para hablar de los mismos problemas. Uno, un seminario en Barcelona para hablar de variabilidad de precios, organizado por el IPC y el ICTSD. Otro, en Bruselas organizado por el CSA (belga) y el IATP (gringo) y Oxfam Bélgica.

El tema de los dos encuentros estaba relacionado con la crisis alimentaria de 2008. En el primero (IPC), se habló de la volatilidad de precios. En el segundo, si las reservas de grano pueden contribuir a evitar la volatilidad y a garantizar la seguridad alimentaria. En ambos casos había gente de la academia, responsables del Banco Mundial y la OMC (en el IPC) y del Comité de Seguridad Alimentaria de la FAO (en el segundo), además de mucha otra gente de postín en ambos.

En algunos casos, lo que se decía en uno y otro sitio sonaba parecido:

  • Las reservas nacionales y regionales es más probable que funcionen que las internacionales.
  • La competición entre comida y biocombustibles será un problema debido a que ambas usan recursos, y éstos son limitados. Incluso cuando se desarrollen biocombustibles de segunda generación.
  • La inelasticidad de la demanda es el problema que se debe enfrentar (explico más de esto otro día, es largo. Si alguien tiene prisa, aquí en la wikipedia lo explican mucho mejor de lo que yo podré.).

Pero en otros casos, sonaba muy diferente:

  • El IPC, el WTO y BM defendieron en Barcelona el libre comercio (con matices, pero ufanos al fin de que existiera tal cosa, y mejor tocarlo lo menos posible). En Bruselas todo el mundo defendió la necesidad de protección frente al dúmping, y el hincapié en que los países pudieran usar las medidas que consideraran necesario era mucho mayor.
  • En el IPC se defendió la necesidad de una cierta volatilidad, porque da señales a los mercados. Les dice cuándo hay que producir más, vía precios altos. Carl Haussman (de Bunge) dijo que culpar a los futuros de la especulación era matar al mensajero (Bunge  es una gran multinacional que se ha forrado durante la crisis). En Bruselas se hablo de mantener la volatilidad mínima (sólo lo necesario para incentivar comercio y el almacenaje).
  • En el IPC se tenía gran confianza en el sector privado ( las PPP, Public Private Partnership). En Bruselas, escasa confianza en que el sector privado no quisiera más que ganar dinero con la volatilidad, que al final es lo que suele pasar.

En el fondo, subyace una creencia. En el encuentro del IPC, las safety nets fueron las palabras mágicas. Targeting (que las medidas vayan sólo a quienes las necesitan) fueron las otras. Pero eran medidas ex-post, es decir, arreglar el desastre cuando ya se ha producido. Salvar a los supervivientes del naufragio, pero dejar libre el tráfico de barcos aunque choquen entre ellos.

En Bruselas, la idea era otra. Que es posible que los pequeños productores puedan ser autosuficientes, si se ponen las medidas necesarias, la mayoría públicas.

¿Dónde está la cuestión? Los de Barcelona no se acababan de creer que esto de la promoción de los pequeños agricultores funcione. Esto se puede deber a que durante los setenta y ochenta ya se probaron muchas de las soluciones de las que hablamos hoy, y muchas fracasaron. Nuestro reto (de quienes trabajamos en cooperación)  es demostrar (y así lo intentamos con nuestros programas) que las soluciones que proponemos son viables en las condiciones actuales. Pero de ahí a convencer a los políticos de los países pobres de que hay que intentarlo, y que es posible conseguirlo, hay un trecho.  Si no convencemos a los políticos de esto, las safety nets continuarán siendo la solución más financiada. Parches.

Si alguien quiere profundizar en el tema, que visite los enlaces de arriba. Hay presentaciones interesantes en ambos encuentros.

Sí, Ministro

En nuestro trabajo recibimos muchas veces documentos que no nos gustan. Unos con razón, otros sin ella. Aunque reconocer críticas justas no es una costumbre demasiado extendida, recomendamos asumirlas tal como vienen y hacer los cambios pertinentes.
Pero en caso de que no estemos dispuestos y tengamos buenas razones, (la primera intención de este artículo es humorística, por si no lo han notado) ofrecemos, siempre buscando el servicio público, estos argumentos para desacreditar informes que no nos gustan sin necesidad incluso de leerlos. Las recomendaciones también vienen de la serie Sí Ministro, como en el artículo anterior. La estrategia la explica Sir Humphrey en el episodio  The Greasy Pole. ¿No le gusta un informe y quiere suprimirlo?
  • Primero, haga referencia al interés público: los resultados podrían ser malinterpretados, o bien es mejor esperar a un estudio más amplio y más detallado que abarque un período de tiempo más largo.
  • Segundo, desacredite las pruebas sobre las que se basa el informe: diga que muchas de las pruebas son poco concluyentes, que los gráficos y tablas están sujetas a varias interpretaciones, argumente que ciertos hallazgos son contradictorios y que algunas de las conclusiones han sido cuestionadas (si no lo han sido, entonces cuestiónelas y así ya lo están), y termine con que las pruebas dejan algunas preguntas importantes sin respuesta (seguramente las preguntas que no se hicieron).
  • Tercero, ataque las recomendaciones: que no sirven como base para decisiones, no hay información suficiente sobre la que basar una evaluación válida, no implica la necesidad de repensar lo que estamos haciendo, y que, hablando en un sentido amplio, aprueba nuestras prácticas actuales.
  • El último paso es todavía más innoble. Atacar al autor: que tiene manía a nuestra organización, busca publicidad o  una recompensa por este trabajo…

Seguro que nunca han oído estas frases de un informe que hayan hecho, o lo han dicho de alguno que hayan recibido… ¿A que es fácil desacreditar un documento?

Sí, ministro es una serie británica de principios de los ochenta que es toda una maestría en ciencias políticas. Se puede encontrar en ella todo un arsenal de armas utilizadas en política, pero que sirven también para otros campos. Como a los funcionarios también les aprueban o deniegan proyectos, igual que a los que trabajamos en cooperación, podemos aprender de ellos cuando consiguen manejar a los políticos (sus superiores teóricos) para que aprueben o denieguen a su voluntad (de los funcionarios, no de los políticos). Es el poder de los técnicos frente a los políticos.

Recomiendan en esta serie que si quieres que te aprueben (tus superiores) un proyecto, debes decir que es rápido, simple,  barato y popular. Si por el contrario quieres que no te lo aprueben, di que será complicado, largo, caro y controvertido.

Esta es la transcripción en inglés sobre las cuatro palabras necesarias para conseguir una u otra cosa. Se lo explican sir Humphrey, el secretario del ministro, y Sir Frank, a Bernard, el subsecretario:

  • Sir Humphrey: There are four words you have to work into a proposal if you want a Minister to accept it.
  • Sir Frank: Quick, simple, popular, cheap. And equally there are four words to be included in a proposal if you want it thrown out.
  • Sir Humphrey: Complicated, lengthy, expensive, controversial. And if you want to be really sure that the Minister doesn’t accept it you must say the decision is courageous.
  • Bernard: And that’s worse than controversial?
  • Sir Humphrey: (laughs) Controversial only means this will lose you votes, courageous means this will lose you the election.

El video, cortesía de Pepe.

Peñones, El Salvador, 1994

Una colega me contaba que le decía un amigo que estaba triste de ver tanta mediocridad en el mundo de la cooperación. Su amigo es evaluador. Son muchas cosas hechas a medias, o mal, o sin cariño hacia el trabajo bien hecho. Ocurre entonces que surgen dos tentanciones: dejar la cooperación, y que cada palo aguante su vela, o dejar los proyectos de desarrollo, y que sea a través del cambio de las estructuras políticas -eso que se llama incidencia política- como se consiga que los Estados de los países pobres se encarguen de sus pobres. Pero quien haya conocido cómo funciona un ministerio o un ayuntamiento en aquellos países -o en el nuestro- , entenderá que queda mucho por hacer y que, como cualquier solución deberá ser administrada por alguien, esperar que de repente quienes son responsables de aplicar estas soluciones lo hagan y lo hagan bien es iluso. Vayamos haciendo lo mejor que podamos con nuestros proyectitos, que a veces sirven de ejemplo, mientras trabajamos también en el cambio de estructuras. A las instituciones rogando y con el mazo dando.

La saturación de necesidades produce excedentes. Dibujo J.S. Aguilar

No es una llamada a las barricadas. No se trata de Engels, el revolucionario, sino de Engel, el estadístico. En el artículo sobre la Ley de King-Davenant empezábamos a hablar de por qué la agricultura es distinta de la industria y los servicios. La ley de Engel es el segundo paso para explicarlo (esto lo escribí hace algunos años aquí. Me cito por la pereza de escribirlo de nuevo):

A medida que la renta per cápita se eleva, desciende el porcentaje de gasto total que se destina al consumo de productos alimenticios. En términos económicos se formula diciendo que la elasticidad de la demanda es menor que la unidad. La rigidez de la demanda, que viene dada por la temprana saturación de las necesidades, tiende a producir excedentes de producción y por consiguiente bajadas bruscas de precio.

En un lenguaje un poco más llano, significa que cuando tenemos más dinero no lo gastamos en comida, sino en ipods, coches y pisos. Entre otras cosas, porque nuestra capacidad de comer tiene un límite, y si somos más ricos, comemos cosas más caras, pero tres veces al día, no seis. Esto significa que la agricultura ocupará cada vez un porcentaje menor de la riqueza nacional. Donde ha sido posible reducir el tamaño del sector (al tres o al cinco por ciento), se ha podido mantener la renta. Pero en los países que no han podido reducir la cantidad de gente que vive del campo (algo con lo que muchos localistas y luditas no suelen estar de acuerdo), los campesinos han tenido que repartirse un pastel cada vez más pequeño (porque el pastel que crecía era el de industria y servicios).

Esto, en los cincuenta, tuvo una consecuencia relacionada con la política económica: la teoría de la dependencia y la sustitución de importaciones, que se originó a partir de la hipótesis de Prebisch-Singer. Pero esta historia, muy interesante, ya será para otro día.

El cambista y su mujer, de Quentin Massys

El diablo está en los detalles. Dado que ya hay muchos blogs que se dedican a los Grandes Problemas de la Cooperación, en este nos fijamos en el cúmulo de pequeñas cosas que hacen falta para que ocurra el milagro -o casi- del desarrollo. Uno de estos milagros es lograr crear una empresa de comercialización, una agroindustria, o un centro de acopio, que funcione.

Uno de los problemas más frecuentes en estos proyectos  es la falta de contabilidad, o su poca calidad. Las empresas que se forman a partir de los proyectos y que son incapaces de llevar contabilidad no pueden tomar decisiones porque no conocen su estado financiero. No saben si venden mucho o poco, ni si están cerca o lejos de alcanzar el punto de equilibrio.

En ocasiones es sólo cuestión de desorden, y a veces es por falta de conocimientos de contabilidad. Entonces, ¡presupuestamos un taller! A la cooperación le gustan los talleres, está enferma de tallerismo. ¿Quién recuerda el contenido de un taller al mes de asistir? Aún así, los seguimos presupuestando y los financiadores los siguen pagando, pero rara vez se evalúa qué se ha aprendido en ellos.

Enseñar contabilidad (o planes de negocio) en talleres es como esos programas de cocina en los que todo parece tan fácil, pero llegado el momento la comida se pega, la carne se queda cruda por dentro y el relleno se escapa.

Sería mucho más caro, pero más eficaz, presupuestar la formación continua, durante un año, una vez por semana. La persona que se va a encargar de la contabilidad, sentada toda una tarde con la que se la va a enseñar, haciendo ejercicios con la contabilidad real, de cada día. Para este gran problema de la contabilidad, habría que crear una organización internacional que se llamara Contables sin Fronteras. Google, que casi todo lo sabe, me informa de que hay una. Son franceses, y esta es su página (en francés). Se lo subcontratemos a ellos o no, estaría bien que en vez de presupuestar un taller, presupuestemos a una persona experta que se dedique a trabajar una tarde por semana con nuestra aspirante a contable del proyecto. Aunque salga caro, el resultado valdrá la pena.

El mago Merlín, de Gustavo Doré

Este es un trozo de la novela Camelot (en inglés, The Once and Future King), de T.H. White . Lo pongo aquí porque me gusta, y para motivar a los infrecuentes lectores, en el caso de que lo necesiten:

«Lo mejor para la tristeza –contestó Merlín– es aprender algo. Es lo único que no falla nunca. Puedes envejecer y sentir toda tu anatomía temblorosa; puedes permanecer durante horas por la noche escuchando el desorden de tus venas; puedes echar de menos a tu único amor; puedes ver el mundo a tu alrededor devastado por locos perversos; o saber que tu honor es pisoteado por las cloacas de inteligencias inferiores. Entonces solo hay una cosa posible: aprender. Aprender por qué se mueve el mundo y lo que le hace moverse. Es lo único que la inteligencia no puede agotar, ni alienar; que nunca la torturará, que nunca le inspirará miedo ni desconfianza y que nunca lamentará, de lo que nunca se arrepentirá. Aprender es lo que te conviene. Mira la cantidad de cosas que puedes aprender: la ciencia pura, la única pureza que existe. Aprender astronomía en el espacio de una vida, historia natural en tres, literatura en seis. Y entonces, después de haber agotado un millón de vidas en biología y medicina y teología y geografía e historia y economía, entonces puedes empezar a hacer una rueda de carreta con la madera apropiada, o pasar cincuenta años aprendiendo a vencer a tu contrincante en esgrima. Y después de eso, puedes volver con las matemáticas hasta que sea tiempo de aprender a arar la tierra».

Esto viene a cuento porque, de estar dispuestos a aprender nuevas cosas, vamos a tener que elegir qué. En el mundo de la cooperación hay dos tendencias, que no deberían ir separadas: el método y el contenido. Tengo la sensación, que no se basa en datos probados, de que abunda más la pericia en el método que en el contenido. Viendo el resultado de muchas evaluaciones, se ve que quien evalúa sabe evaluar, pero que no entiende de lo evaluado (sea un proyecto de comercialización, un banco ganadero o el fomento de microempresas). También ocurre lo contrario, pero lo he visto menos veces. Y así ocurre cada vez más que en las organizaciones (del norte, no del sur) falta gente que sepa de cabras, motobombas o semillas, y hay cada vez más gente que sabe de marco lógico, Grandes Líneas de La Cooperación Bilateral, o métodos de evaluación. Ambas facetas son necesarias, pero una, la de los contenidos, está más descuidada que la otra.

Las maestrías de cooperación no ayudan. Echando un vistazo rápido a un puñado de temarios, se ve que están centrados en las generalidades y tienen poca especialización en los detalles. Algunas excepciones hay, pero esas las comentaré en otro artículo.

La mayor parte de la gente pobre del mundo vive de la agricultura, o sea que si entendiéramos de economía agrícola, entenderíamos mucho de la economía de los pobres.

Theodore W. Schultz, premio Nobel de Economía.

Siguiendo con los proyectos de comercialización, decíamos en este artículo que hay tres leyes que convierten a la agricultura en un sector muy distinto de la industria o los servicios: las leyes de Turgot, Engel y King. Hoy les cuento la ley de King (o ley de King-Davenant), la más antigua de ellas.

En 1699, Charles Davenant escribía en An Essay on the probable methods of making a people gainers in the ballance of trade:

«Estimamos que un déficit en la cosecha de trigo hará subir los precios por encima del precio normal, en la proporción aquí establecida: cuando la cosecha de trigo tenga un déficit de 1/10, 2/10, 3/10, 4/10 y 5/10, el precio del trigo subirá respectivamente 3/10, 8/10, 28/10 y 45/10».

Es decir, el precio del trigo, cuando hay déficit,  sube mucho más que el porcentaje de escasez. Charles Davenant atribuía esta ley a un predecesor suyo, Gregory King, que le proporcionó los datos. .

Jevon, su libro Theory of Political Economy, de 1871,  hace un comentario de esta ley y el siguiente esquema:

Cantidad de maíz 1.0 .9 .8 .7 .6 .5
Precio 1.0 1.3 1.8 2.6 3.8 5.5

En el siglo XVIII se daban crisis de precios de la comida bastante parecidas a la que ocurrió en 2007, que contribuyó a aumentar el número de hambrientos hasta llegar a más de mil millones . La explicación tiene que ver con el concepto que se elaborá años más tarde,  la elasticidad de los precios: la demanda de trigo es inelástica, porque un aumento de su precio no hace que se consuma menos, ni una disminución hace que se consuma más. Por eso, de la misma forma que los precios suben cuando hay escasez, también bajan desproporcionadamente cuando hay excedentes. Esta es la base de la variación de precios tan brutal que enfrentan los productos agrícolas, que dejan hambrientos cuando suben, y arruinan agricultores cuando bajan. Controlarlos ha sido una preocupación de los Estados, y un pozo sin fondo para sus ministerios de hacienda. Aunque hay gastos que son tan necesarios como comer.

Dibujo de Juan Salvador Aguilar

En este documento, Proyectos de Comercialización desde las ONG, Luís Domingo revisaba ya en 1995 cómo eran y cómo deberían ser los proyectos de comercialización promovidos por  las ONG. Desde entonces, todavía no he visto un documento que explique mejor las dificultades y características de estos proyectos, ni tampoco que la mayor parte de las ONG que los promueve haga uso de los aprendizajes de este estudio.

Los proyectos de comercialización enfrentan con mucha frecuencia dificultades que tienen su origen en visiones simplistas de cómo resolver la venta de la producción, cómo dirigir las empresas o qué objetivos tienen. En muchas ocasiones faltan estudios de viabilidad, aunque sean algunos números básicos, y en muchas otras la elección de los productos que promocionaremos se basa en apreciaciones superficiales.

El que sea un documento de 1995, entonces, no importa mucho, dado que lo que hemos avanzado desde entonces es poco (con honrosas excepciones). Cuando mejoremos gran parte de los problemas que se detectaban entonces, podremos pasar a escalas y niveles de complejidad mayores. Entre los puntos que trata, están:

  • Las razones por las que empezar un proyecto de comercialización.
  • La contradicción entre objetivos sociales y económicos que tiene una empresa de comercialización.
  • La dirección y la propiedad de la empresa.
  • La forma de gestionarlas y financiarlas.

Merece la pena dedicarle tiempo a leerlo, en el caso de que vayamos a empezar un proyecto de comercialización o queramos mejorar lo que ya está en marcha.

Esta tribu vive sobre todo en países fríos y ricos, aunque han logrado extender su influencia a muchos países tropicales. Están emparentados con los mopongo y los luditas, con los que tienen en común su visión romántica de la agricultura y sus aficiones estéticas (les gusta el campo, pero no suelen vivir de él). Entre sus costumbres destaca su querencia por los alimentos locales y de temporada. Se agrupan en movimientos como «buy local» (compra local).

Estos son sus argumentos, y hay que reconocer que son potentes:  la comida sabe mejor, conserva mejor sus nutrientes, preserva la diversidad genética, está libre de OGM, apoya a las familias locales, ayuda a construir comunidad, preserva los espacios abiertos cerca de las ciudades, ahorra gasto público (porque las granjas requieren menos servicios que las ciudades -esto les encanta a los anglosajones-), mejora el medio ambiente, y asegura comida para el futuro (la alusión a la seguridad que no falte entre los estadounidenses). ¿Quién tendría algo que decir a virtudes tan razonables?

Los argumentos son morales, y tienen que ver con quién produce qué, y a qué otra cosa podrían dedicarse. Desde que empezó la era industrial, el mundo se ha organizado como un norte rico con una gran parte de la mano de obra dedicada a industria y servicios, y una pequeña parte en la agricultura, y el sur pobre, dedicado sobre todo a la agricultura. Williams, en su libro El campo y la ciudad,  lo describe así:

“…a mediados del siglo XIX la economía inglesa había alcanzado un punto tal que la producción nacional ya no alcanzaba para alimentar a la población del país. De modo que se instauró, pero esta vez a escala internacional, la tradicional relación entre ciudad y campo. Las tierras distantes se convirtieron en las zonas rurales de la Gran Bretaña industrial. (…) en las tierras distantes, fuera del alcance de la vista, se había estado formando un enorme proletariado. Como escribió Orwell en 1939 después de haber visitado algunas de esas regiones: Lo que siempre olvidamos es que la abrumadora mayoría del proletariado británico no vive en Gran Bretaña, sino que está en Asia y África.”

El problema es que este proletariado que mencionaba Orwell vive en gran parte de los productos que venden a mercados distantes. En este magnífico informe sobre Food miles, Oxfam y el IIED desmontan muchos mitos sobre la influencia que tiene en el efecto invernadero el transporte de comida, y plantea un problema ético: más de un millón de agricultores africanos venden sus productos a la Gran Bretaña. ¿Vamos a dejar de comprarles por comprar local? No hay muchas ocupaciones alternativas a la agricultura en sus países.

Hay quien podría argumentar que si dejan de vender al norte, que lo hagan en el sur, entre ellos. Sería  la aplicación del «compra local» dentro de los países pobres. Pero también tiene sus inconvenientes, en este caso  la poca demanda local de comida considerando la proporción de población rural/urbana. La mayoría de la población pobre  de las zonas rurales se dedica a la agricultura. Normalmente producen lo mismo que sus vecinos: es decir, en Centroamérica todo el mundo produce maíz y frijoles, plátanos, yuca, etc. Es difícil venderle al vecino, porque normalmente ya tiene, y los mercados locales tienen una capacidad limitada de absorción. ¿Por qué?

La gente tiene una capacidad limitada de comer, con lo cual, si hay más de un 50% de la población en la agricultura, y en las ciudades la gente come un plátano por persona y día, cada persona que se dedique a la agricultura podrá vender un plátano por día sólo a una persona. No más. La única manera de vender más es acudir a mercados más lejanos, a veces muy distantes, donde la concentración de población urbana supere en mucho a la rural. Esto implica transportar comida.

En resumen, que no sean los agricultores de los países pobres quienes paguen el pato (criado localmente o no), y que en las cuestiones sobre agricultura y mercados son siempre muy complicadas.

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