Ha habido mucho debate en el campo del microcrédito sobre la crisis en la India, especialmente en Andrha Pradesh (donde han acuñado la expresión «microcrédito subprime»). Allí hay una epidemia de suicidios porque la gente no puede pagar las deudas contraídas con microfinancieras (y no tan micro). Hay casos de hasta seis créditos encadenados por prestatario, cada uno que se usa para pagar el anterior. ¿Les suena esto? También ocurrió en los EEUU con las hipotecas basura. Y hay otro paralelismo: en Andra Pradesh hubo una política deliberada de ofrecer crédito a campesinos que no lo habían pedido.
Desde que Mohamed Yunus subió a los altares del desarrollo como santo económico, el mundo quedó subyugado por el microcrédito como la panacea que iba a sacar a los pobres de la miseria. Como muchas otras promesas, esto no ha ocurrido (mi explicación del por qué, aquí). No hay que hacer leña de un sector que pasa un mal trago , pero sí es necesario precisar algunas cosas sobre la entrada del sector privado en él.
El sector del microcrédito se ha llenado de organizaciones con ánimo de lucro: en buen romance, usureros, sin que se haya cuestionado mucho esta entrada del «sector privado» (los ricos) en el negocio. En muchos casos los bancos que vieron cómo había grandes ganancias en los pobres: si los costes de transacción eran altos (muchos pobres muy dispersos pidiendo poco dinero cada uno), esto se recuperaba con intereses estratosféricos.
La ideología lo empapa todo en el sector de la cooperación, por eso hay creyentes y descreídos sobre el papel del sector privado. En algunas organizaciones se defiende como la panacea que lo curará todo siguiendo ideas similares al carnicero de Adam Smith, aquél que siguiendo su propio interés beneficiaba a la sociedad (“It is not from the benevolence of the butcher, the brewer, or the baker, that we can expect our dinner, but from their regard to their own interest”).
Para mi, hay una conclusión de esta lamentable situación en la India, aplicable a otras posibles acciones del sector privado en el desarrollo, que de tan obvia no la tenemos en cuenta: el sector privado tendrá un efecto beneficioso sobre los pobres en aquellos casos en los que decida pagar más a un agricultor pobre de lo que el mercado establecería o pagar un salario decente por un trabajo industrial o de servicios. Es una decisión de beneficiar al más pobre porque sí (o porque piensen que será mejor para la sociedad). Si esperamos que los beneficios lleguen de la mano del precio que determina el mercado por los bienes y servicios que ofrecen los pobres, tengamos poca esperanza: si son pobres es en gran parte porque el mercado no retribuye sus productos de forma adecuada, a no ser que tengan un poder de negociación que casi siempre falta o un gobierno que limite la avaricia (nunca es fácil hacerlo).
Entonces, tengamos sano escepticismo sobre el sector privado, sea en el microcrédito, la agroindustria o los precios de la comida (intentarán ganar el máximo, no que la gente coma mejor). Las organizaciones microfinancieras sin ánimo de lucro siguen siendo preferibles a los bancos y las cooperativas son mejores que confiar en que la fábrica te pagará más.
Por cierto, a Yunus le han echado del Grameen, que es una empresa social, es decir, con un interés en beneficiar a los pobres más que en ganar dinero. Pero parece que ha sido porque hace unos años intentó meterse en política, y ahora se lo cobra el no muy democrático gobierno de Bangladesh.