En el último artículo, en diciembre de 2014, hablaba de cómo piensan los creyentes. Están dominando el debate en todos los foros sobre agricultura, y el desánimo me había dominado. ¿Qué puede hacer que las danaides vuelvan por sus fueros? Una conferencia, Contested Agronomy, y cómo la ha presentado un cuarteto de bravos luchadores (del IDS, la Universidad de Wageningen y el CIMMYT) por una agricultura sin dogmatismos que funcione y sea capaz de alimentar al mundo además de a las ilusiones de algunos.

La razón para organizar el debate es que piensan que el mundo de la agricultura está dedicando sus esfuerzos a discutir pocos temas. ¿Adivinan cuáles? Estos:

Y mientras tanto, no estamos preparados para responder a la pregunta de si la agricultura está preparada para alimentar a la población creciente de una forma sostenible. Las discusiones están perdiendo calidad técnica, y en cambio ganan en intensidad emocional. Es este gráfico el que llamó la atención de una danaide:

Enconadas discusiones sobre los valores que nos mueven y casi nada sobre la técnica que debería sostener estos valores. Esto es lo que hay que cambiar.

 

Shakespeare & Co

Shakespeare & Co

Aviso: este artículo contiene niveles altos de postureo en el primer párrafo. Recomiendo a los alérgicos pasar directamente al segundo.

Paseando por París este otoño con Guida nos detuvimos como solemos hacer en la librería Shakespeare and Co., donde encontré un libro que me llamó la atención, gracias a aquello que antes se llamaba potra, y ahora serendipity. Era una primera edición de un libro de Artur Koestler, The Yogi and the Comissar. De Koestler me sonaba el nombre, pero no había leído nada. Después de repasar la wikipedia y perdonarle sus delirios paranormales de los últimos años, achacables a la vejez, vi que tuvo una trayectoria periodística muy interesante.

En el libro encontré razones escritas en 1944 contra el estalinismo, pero que son aplicables a una de mis grandes preocupaciones: por qué un sector de la izquierda, muy presente en el sector de la cooperación, es tan incapaz de revisar sus fundamentos, cuando siendo heredera de la ilustración (una de las frases memorables del general Franco fue que la suya era una lucha contra «La Enciclopedia»), debería tener bien desarrollada esta capacidad. ¿Dónde se ve esta falta de autocrítica?  Hablando en plata, de tener demasiada seguridad en lo que se cree.

Koestler le llama el Creyente (the true Believer) o el Fanático (addict). En su caso, explica por qué una parte de la izquierda (digamos Sartre, no Camus) se negaba a ver los crímenes del estalinismo. Ahora hagamos el ejercicio de pensar en aquellos que defienden otras posturas maximalistas (que pueden considerarse de izquierdas o no, no es este el punto), es decir, aquellos que ven el mundo en blanco y negro: los que no pueden pensar que un transgénico puede ser bueno porque existe Monsanto, que todos los medicamentos son malos porque las farmacéuticas nos quieren envenenar, que el Banco Mundial y la OCDE no pueden hacer informes buenos e interesantes porque promueven malas políticas (¿todas son malas?).

He aquí algunas frases interesantes:

«the true Believer (…) is, as a rule, happier and more balanced than the Atheist (…). «Deep-rooted, archetypal beliefs lead only to a neurosis when doubt provokes a conflict»

Es decir, el creyente es más feliz. Si tiene estas creencias profundas, basadas en arquetipos (el que me preocupa es el de la Arcadia), sólo se producen problemas si hay dudas. La solución para evitar la neurosis es evitar la duda. Existen los mecanismos, que consisten en no hablar con los que tienen opiniones contrarias, o al menos no escucharles. También se desarrolla un pseudo-razonamiento capaz de retorcer los argumentos para negar hechos evidentes.

Y uno de los párrafos más interesantes:

«The opponent [el que discute con el fanático]  has still other difficulties to contend with. He is embarrased by undesirable allies, by approval of the reactionary camp». Es decir, lo peor que te puede pasar es coincidir en algo con los malvados: si el banco mundial dice algo bueno, y tú estás de acuerdo, esto te descalifica por completo, porque pasas a ser uno de ellos.

Y entonces, Koestler dice esto que me ha tocado sentir muchas veces: «They [los reaccionarios] were proved rigth with all their wrong reasons, and in his heart he is with the addict who is wrong for the right reasons«. La diferencia, que el fanático no ve, es que nuestra simpatía continuará en el bando, no que tiene los mejores argumentos, porque no los tiene, sino que tiene la buena voluntad. Aunque sea con los argumentos equivocados. Por eso seguimos discutiendo cómo hacer mejor las cosas, algunas veces con santa paciencia.

 

 

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Acabo de descubrir horrorizado que durante años he podido estar pasando información a la CIA, mucho antes de que nuestros teléfonos y correos electrónicos estuvieran conectados con Obama. Ha ocurrido durante años, en muchos países de América y África, y también en España. Este documento desclasificado de la CIA lo prueba.
Se trata de un manual de sabotaje de la segunda guerra mundial, destinado a provocar el caos en Alemania para facilitar la invasión. He aquí alguna de las instrucciones que daban, en la página 28:

¿Cómo sabotear reuniones?

1) Insiste en hacerlo todo a través de «canales». No permitas que se utilicen atajos que permitan decisiones expeditas.

2) Haz discursos. Habla tanto como puedas y durante mucho tiempo. Ilustra tus argumentos con largas anécdotas y relatos personales.

3) Cuando sea posible, deriva todos los temas hacia comités «para un mejor estudio y consideración».

4) Menciona temas irrelevantes tanto como te sea posible.

5) Discute el significado de cada palabra en las actas y comunicaciones.

6) Pide continuamente tener precaución, actuar sin prisa y no precipitarse en cosas que después pueden causarnos problemas.

7) Reabre temas cerrados en reuniones anteriores y pide que se revisen.

8) Preocúpate sobre la legitimidad de cada decisión. Pregunta cada vez si es este grupo el que está legitimado para decidir o si está en conflicto con la política de algún otro grupo.

¿Cuántos de ustedes piensan ahora que la mitad de los asistentes de aquella reunión que recuerdan eran de la CIA, o al menos habían sido entrenados por esta? Todavía puede ser peor. Vean ahora lo que dice de sus jefes (¡y los míos!):

Instrucciones para directores y supervisores para sabotear el trabajo:

2) Malinterpreta las órdenes o haz preguntas interminables o mantén una larga correspondencia sobre estas órdenes.

6) Al asignar trabajo, asigna el trabajo poco importante primero. Asigna el trabajo importante a los más ineficientes.

7) Exige un trabajo perfecto en aquellos que no sean importantes.

9) Al formar nuevos trabajadores, da instrucciones incomprensibles.

10) Para bajar la moral, elogia a los trabajadores ineficientes y promociónalos de forma inmerecida. Discrimina a los buenos trabajadores y quéjate de su trabajo.

Y mi preferido, el 11): Mantén reuniones cuando haya trabajos más importantes que hacer.

Ahora, mis escasos lectores, ¿quién sigue pensando que no ha estado trabajando para la CIA?

(via Chris Blattman).

 

 

El Eclesiastés (1.9) ya era pesimista al responder a esta pregunta: nada. Sin embargo, podemos ser más optimistas con respecto a la cooperación. Sí hay cosas nuevas: la protección social («cash transfers», especialmente mediante móviles), el desarrollo de los seguros indexados para la agricultura, los sistemas de alerta temprana y de información de mercados, las bolsas de negociación de cereales.  Pero muchas de las cosas que se venden como nuevas no lo son. Son material caducado al que se le cambia el envase para alargarle la vida útil.

Se les cambia el nombre porque los académicos tienen necesidad de presentar algo «nuevo» para justificar sus salarios, pero también como una manera perversa de combatir la fatiga de la cooperación: cambiar los nombres de lo que hacemos cada cuatro años para dar la esperanza de que esta vez sí, vamos a resolver la pobreza. La hipertrofia de convocatorias de investigación en la que el requisito principal es la innovación asusta, porque lo que pretende mostrar es que no conocemos la solución para la pobreza o bien que es posible buscar atajos rápidos, en vez de pensar (lo que para mí es más cierto) que sabemos qué hacer, pero lo que se necesita es el capital humano y económico para llevarlo a cabo.

Muchos de los cambios de envoltorio sólo representan leves matices en la forma de medir las cosas, en qué fijarse. Pero lo que hacemos es básicamente lo mismo. ¿Cómo distinguir lo que es nuevo? ¿Cómo saber qué futuro tiene una nueva herramienta? ¿Cómo prevenir el entusiasmo excesivo que conduce a decepciones posteriores?

David Algoso, al que podéis encontrar en algoso.org, ha adaptado para la cooperación una idea originalmente utilizada para valorar tecnología: el ciclo de Gartner (que no es un ciclo). Las innovaciones pasan por una fase de entusiasmo que las sobrevalora, una fase de decepción que las infravalora, y una meseta en la que finalmente encuentran su valor real. Lo mejor es ir a leer el post original (clica en la imagen). ¿Dónde colocarías las novedades de los últimos años?

El ciclo de Gartner aplicado a la cooperación. Adaptado por David Algoso

Les invito, si tienen una tarde libre, a ver la película sobre Vicente Ferrer. No voy a entrar en la discusión sobre las cualidades artísticas de la película, ni en lo que tiene de ditirambo. Me interesa más cómo presenta (aunque de una forma muy parcial y creo que mal resuelta) el dilema sobre quién tiene que hacer las cosas dado el estado de las instituciones locales. En el artículo anterior mostraba una tabla según la cual la mayoría de países retroceden en la capacidad de gobierno. La pregunta que se nos plantea es qué hacer. Vicente Ferrer tenía su respuesta: hacerlo él. Con un éxito indudable desde el punto de vista de la eficacia.

Hace más de 10 años, en El Naufragio, intentaba explicar que las ONG se comportaban como «second best solutions» (sin usar estas palabras), sustituyendo a los gobiernos que no quieren o no son capaces de hacer su trabajo. «Second best» es una expresión que se utiliza en economía que viene a significar que a falta de pan buenas son tortas.

Hoy matizo mucho más aquellas ideas. No tengo ninguna duda de que es mejor trabajar para conseguir crear capacidades de gestión local. Pero he conocido muchos casos, la mayoría llevados a cabo por curas, en los que el empuje y perseverancia de una sola persona han creado una gran empresa (social) u ofrecido servicios de educación o salud.

Cuando empecé a trabajar en esto de  la cooperación-hace ya más de veinte años- los curas y las monjas que se dedicaban a ella tenían mala fama:  los «profesionales» los veíamos con condescendencia pensando que hacían un pobre trabajo. Luego cambié de opinión, por dos motivos, porque, en general son muy buenos en dos cosas:

Lo concreto: hay dos maneras de enfocar la solución de la pobreza: desde muy arriba o desde muy abajo. Desde muy arriba se piensa en los Grandes Problemas y en quiénes tienen que solucionarlos: la gobernanza, el empoderamiento, los derechos. Es el punto de vista de muchas de las organizaciones grandes y modernas, y es la consecuencia de analizar la pobreza pensando en cómo habría que resolverla para siempre: que alguien haga lo que tenga que hacer (normalmente los gobiernos).

Los que trabajan sólo en el primer enfoque piensan que los segundos salvarán a unos pocos pero no al mundo. Los segundos piensan que los que están en las alturas pierden el tiempo porque no conseguirán mucho, y mejor harían en salvar a algunos para mientras. Lo mejor sería compatibilizar ambas visiones. Esto es lo que hacen teóricamente algunas organizaciones, pero entonces viene el segundo problema, en el que curas y monjas también tienen ventaja.

Lo cercano: la calidad del trabajo para erradicar la pobreza depende de la preparación que tiene la última -o la primera, según se vea- persona que está en contacto con la gente pobre. Es decir, grandes oficinas con gente brillante con muchos másteres distribuida por el mundo sirven sólo en la medida que la extensionista agraria o la promotora de salud que llegue a la comunidad sea buena y sepa lo que tenga que hacer. Lo mismo ocurre si es el gobierno el que tiene que hacerlo: es la calidad del último funcionario que está en contacto con la gente. Ya hablé de esto aquí y aquí.

Entonces, ¿en qué son buenos curas y monjas, incluidos ex-? En que están allí y están durante mucho tiempo. Hacen planes a largo plazo. En la horrible jerga anglosajona se dice que están orientados a la solución de problemas. En lenguaje llano, que se arremangan.  La cadena de gestión en las grandes ONG es demasiado larga. La capacidad profesional no tiene por qué estar repartida de una forma homogénea y hay mucho riesgo de tener eslabones débiles: es decir, incompetencia distribuida en algunos puntos, con unos costes de supervisión del personal enormes. Cuando hay una figura del tipo de Ferrer (que he encontrado en muchos otros sitios, en Ecuador, en Chad, en El Salvador), los problemas se resuelven mediante la intervención directa de esta persona que está en todo.  Si una máquina se estropea, la arreglan o la hacen arreglar. Quizá no es sostenible, ni replicable. Pero mientras tanto, van consiguiendo cosas.

Anteayer asistí vía web a un seminario del ODI sobre la ciencia del delivery. Los anglosajones son tan buenos para crear nuevas palabras o significados como para reconocer justo después que son una estupidez (el manual de estilo del gobierno británico dice que se use delivery solo para pizzas). Con delivery, en cooperación o en política pública, quieren decir conseguir que las cosas se hagan y los servicios se entreguen a la ciudadanía.

El presidente del Banco Mundial, Jim King, sacó el tema en una conferencia en octubre de 2012. Hay que centrarse más en el cómo se hacen las cosas, en vez de tanto en el qué cosas se hacen. Enseguida contestaron Kevin Watkins y Owen Barder, para criticarlo, el primero para decir que le falta componente político a la propuesta y el segundo para decir que todo es muy complejo. Sin embargo, el diagnóstico es legítimo: en el seminario de ayer se dijo que la mayoría de los países retroceden en calidad institucional, en vez de mejorar. Los gobiernos lo hacen cada vez peor:

Countries going backwards

Si uno piensa en la definición de políticas públicas de James Wilson, esto no deja mucho lugar al optimismo: Wilson dice que la gestión pública es el uso de instituciones  que han sido diseñadas para permitir que personas imperfectas utilicen procedimientos equivocados para resolver problemas que no tienen solución.

Hubo algunas frases que me gustaron en el seminario: hoy en día el diseño o la evaluación de programas son «cool». Pongamos otra vez de moda la ejecución de proyectos o políticas, porque es lo que necesitamos.

Estamos inundados por miles de documentos muy bien elaborados sobre lo que hay que hacer. Pasa en las ONG y en los gobiernos.  Sobran Guardiolas (que suelen ser consultores contratados para la ocasión). Lo que necesitamos son jugadores, volver poner la prioridad en  hacer las cosas y qué capacidad tiene aquella persona que al final es la que entrega el producto o servicio directamente. El que mete el gol, en términos futboleros (y disculpas por la metáfora).

En el siguiente post hablaré de si esta «ciencia» y otros inventos recientes de la cooperación funcionan como el mundo de la moda, volviendo a sacar el fondo de armario de los ochenta con otros nombres. ¿No hay nada nuevo bajo el sol?

Uno de los tópicos en los blogs de cooperación es que a quienes trabajamos en ella nos cabe la vida en una maleta, o en cajas, debido a nuestros hábitos nómadas tan fáciles de comprender. Pero sólo son eso, tópicos. Hay otra vida en cajas de la que hablamos menos, y es sobre el tiempo que pasamos en las ONG clasificando dónde cae nuestro trabajo.

Pasamos incontables horas en reuniones para decidir qué cae en gestión de riesgos, en agricultura sostenible, en la frontera gris entre acción humanitaria y desarrollo. Cambiamos un plan estratégico para mover esto aquí y esto allá y cambiar después la estructura de la organización para adaptarla a la nueva distribución, o para meter nuevas palabras como la resiliencia, que sirve para reordenar lo que ya existía, una vez más. Perdemos mucho tiempo. Pero el trabajo de la persona que está sobre el terreno y trabaja directamente con eso que llamamos la población beneficiaria a falta de una expresión mejor, ese trabajo cambia poco. Su trabajo está formado por los mismos ladrillos básicos de siempre (extensión agraria, gestión de riesgos, crédito, organización), y seguramente no es consciente de que el organigrama sobre su cabeza cambia continuamente, según en qué caja caen sus actividades, que en realidad son las mismas de siempre.

Diálogo de sordos (tomado de innpulsos.com)

Como saben si han leído este blog en algún momento, el tema del modelo agropecuario es un asunto recurrente.

Las discusiones suelen tener el tono que sale en la ilustración. Como ejemplo, aunque con un año de antigüedad (lo cual no importa dado que nada cambia) está el discurso de Graziano, el director de la FAO, en el encuentro sobre inversión privada en la agricultura, y la respuesta de la Vía Campesina y otras organizaciones, que no se andan con chiquitas.

El tema es viejo: el papel del agronegocio en la agricultura y la inversión en el sector privado. La importancia que tiene el tamaño de la explotación y la productividad en la alimentación del mundo.

Esta vez adjunto este gráfico que creo que ayuda mucho a hacerse una idea de en qué espacio nos movemos cuando hablamos de los distintos modelos. Es de un artículo del IFPRI titulado Patterns of Growth and Structural Transformation in Africa, Trends and Lessons for Future Development Strategies (muy recomendable):

Transformación estructural

Si queremos que la agricultura sirva de verdad para reducir la pobreza, todos estaremos de acuerdo en que no puede quedarse, en los países pobres, en su estado actual. Es decir, de acuerdo con el gráfico, ahí donde he colocado los circulitos rojos: con  porcentajes altos de población activa y porcentaje alto del PIB, y una producción por trabajador y un valor total del PIB agrícola bajos.

La agricultura en los países ricos es la de la derecha: se dedica poca gente, representa un porcentaje bajo del PIB, pero es muy productiva y el valor de la producción es más alto que en los países pobres, donde hay mucha más gente dedicada a la agricultura.

Evolucionar de un modelo como el de los círculos a los cuadrados dejando a la mayoría de pobres rurales por el camino no es una buena solución. Es el modelo latinoamericano de la soja y el maíz, muy mecanizado, pero que deja al margen a los pequeños productores. Este modelo económico no ha sido capaz de ni de incorporar a la mayoría de la población a la industria o los servicios, ni de dotar a los campesinos que no se mueven a las ciudades de medios de producción agrícola adecuados.

Está claro (y espero que en esto esté de acuerdo todo el mundo) que hay que moverse hacia la derecha del gráfico. Esto significa intensificar la producción y mecanizarla. Pero quizá habría que quedarse por la mitad del gráfico (donde están las XXX), con agricultores más productivos que antes, pero menos que en los países ricos, mientras otros sectores de la economía no tiren de la población hacia las ciudades ofreciéndoles trabajos de verdad. Y lo más importante y difícil: moviendo a todos los agricultores hacia las XXX a la vez, sin dejar a nadie rezagado.

David Hume, uno de los héroes de Haidt

Hace tiempo que este blog se fue por los cerros de Úbeda y todavía no ha vuelto. Mis lecturas de vacaciones tienen poco que ver con la cooperación, pero todavía es posible encontrar un vínculo: algunas son para explicar por qué somos como somos. Entre las frases brillantes pero que necesitan mucha explicación está «el desarrollo es un estado de la mente«, por eso me interesa entender cómo pensamos.
Mi última lectura ha resultado reveladora: The Righteous Mind (la mente recta, u honesta), de Jonathan Haidt.
En pocas palabras: Haidt intenta explicar por qué hay personas buenas con visiones opuestas de la política y la religión . Lo hace de una manera brillante y pedagógica. Sirve para entender cómo la evolución ha conducido al ser humano a través de miles de años de adaptación hasta modelar nuestro comportamiento, y proporcionándonos unas bases morales que son más amplias que lo que la izquierda cree. No es el único ni el primero que ha dicho esto, pero sí uno de los que ha investigado con método científico sobre este tema para poder respaldar sus afirmaciones.

Haidt dice que hay una matriz moral formada por seis sentimientos:

  1. El de protección de los débiles: es la favorita de la izquierda, con diferencia.
  2. El sentimiento de libertad contrapuesto a la opresión. Segundo favorito de la izquierda, y único favorito de los libertarios (especie política frecuente en los EEUU).
  3. El sentimiento de justicia, como opuesto del engaño. Es una adaptación evolutiva para evitar «free riders» (gorrones que se aprovechan del trabajo de otros).
  4. Lealtad como opuesto a traición: adaptación destinada a mantener la cohesión del grupo.
  5. Autoridad como opuesto a subversión: sirve para mantener jerarquías y mantener el orden en el grupo.
  6. Pureza (Sanctity en el original), como opuesto a la degradación. Aquí entra desde las ideas conservadoras de virginidad, el cuerpo como templo, la vida sagrada desde la concepción, hasta las predominantemente izquierdistas sobre pureza alimentaria (lo que como es sagrado).

Pues bien, la derecha reparte sus preferencias más o menos igual entre cada uno. La izquierda, los tres primeros, y los libertarios sólo el segundo. Esto proporciona un esquema muy fácil de entender sobre cómo piensan los votantes de todos los partidos.

Hay un par de cosas  mejorables:

  • Sus lecturas son muy anglosajonas (los alemanes estudiaron mucho este tema desde los años sesenta, y él básicamente los ignora).
  • Tiene cierta tendencia a confundir explicar el por qué de las cosas con su justificación: entender que hay bases morales más allá de la izquierda no implica darlas por válidas, ni dedica espacio a mencionar sus efectos perniciosos (disparar a niñas que quieren estudiar, u oponerse al aborto aún con riesgo de la vida de la madre).

¿Para qué sirve todo esto? Sobre todo para entender cómo piensa gente de otra cultura o ideología, pero también para desentrañar la propaganda política. La derecha entiende muy bien esto: sabe qué teclas tocar cuando llegan las elecciones, y tiene ventaja porque puede llamar al patriotismo, a la necesidad de autoridad para salir de la crisis o al  siempre socorrido tema del aborto. Somos muy primarios: los cerebros de la mayoría de la gente son muy receptivos a la llamada de la selva (o de las sabanas africanas, que es de donde salimos con este equipo de serie).

Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

La frase es de Arthur Clark, el escritor de ciencia ficción.Lo técnico se equipara muchas veces con lo mágico, lo cual no deja de ser paradójico, puesto que de lo que se trata es de abandonar el pensamiento mágico gracias a la ciencia (y a la técnica). Y lo mismo que ocurre con la técnica, ocurre con la economía.

Se acaba de descubrir que la crisis que vivimos se debe a un error en una fórmula de Excel (ver artículo de Krugman). Gran parte del problema estaba en la reverencia con que se trataba a los dos economistas que perpetraron el artículo original (Reinhart y Rogoff), de los cuales no se podía esperar un error tan tonto. Sólo cuando un par de economistas decidieron desconfiar se destapó la chapuza que ha dado la justificación ideológica a la crisis que pasamos en los países mediterráneos.

Lo contrario de la reverencia que produce esta magia es la desconfianza que te hace dudar de  datos y  conclusiones de cualquier ciencia. Nos falta mucha sana desconfianza en los datos que nos llegan cada día, y que usamos para tomar decisiones. Pero nuestra pereza para analizar datos o artículos es excesiva, y más lo es la de los políticos. Lo técnico se deja a los técnicos, y ¿por qué va uno a desconfiar, con lo mucho que saben? La economista Joan Robinson dijo que la mejor razón para saber economía es para que no te engañen los economistas. Pero no sólo ellos. Hay que desconfiar de la biología, la agronomía y la medicina (especialmente de la «natural»). Pero no de la forma «esto será falso o verdadero porque viene de X, Y o Z», lo cual puede ser cierto, o no serlo. Hay que revisar los artículos, cotejarlos, pedir opinión, y no aceptar trucos de prestidigitador que, si uno se fija bien, se deben tanto a la  incompetencia como a intereses ocultos.

Démosles a los pobres nuestras sobras. Dibujo J.S. Aguilar

Démosles a los pobres nuestras sobras. Dibujo J.S. Aguilar

Tanta tontería con el desperdicio de comida (food waste) sólo podía terminar así. En este artículo ya me quejaba de que quienes hablan tanto de que el desperdicio de comida sea un problema transmiten varias ideas equivocadas. La principal de ellas es que el problema es de distribución (ojo, de comida, no de ingresos). Es decir, que si sobra comida en el norte entonces en el sur pasan hambre. Quien piensa esto es que no entiende el funcionamiento de la agricultura (cuya principal característica es la variabilidad de la producción estacional) y entiende todavía menos la pobreza, cuya solución no pasa por enviar comida (fuera de las emergencias, y aún así con cuidado). En la idea del desperdicio como problema hay aciertos: que evitarlo ahorra insumos agrícolas. Esto es cierto. Pero no es lo que la mayoría de la gente capta cuando se expone el problema.

Como consecuencia, lo que tenía que pasar ha acabado pasando. Owen Barder, del excelente Centre for Global Development, denuncia que el Reino Unido va a empezar un programa piloto para llevar las sobras británicas a África. Que lástima, uno que creía que la profesionalidad del DFID era a  prueba de políticos, y que entendían algo básico en cooperación: que el hambre no se debe (generalmente, aunque a veces sí) a la falta de comida sino a no poder comprarla.

Actualización: sólo un mes después (y gracias a Josep Ferrer, que me avisa), me doy cuenta de que el 1 de abril es el día de los inocentes, y ese es el día en que Owen Barder escribió esto. Pero como sigo pensando lo mismo sobre el desperdicio, ahí lo dejo, para solaz y esparcimiento de los raros lectores de este blog. (Gracias, Josep).

LEGER-Constructeurs

Leger, Les constructeurs

Aunque este blog es para hablar de cooperación, a veces hay que mirar hacia el norte para intentar entender qué pasará en los países pobres y de ingresos medios dentro de veinte años. O simplemente nos miramos el ombligo quienes escribimos desde el norte por lo preocupante que es todo lo que está pasando. Es sabido que el capitalismo aprovecha las crisis para apretar las tuercas a lo que queda de la clase trabajadora, y hoy en día así sigue ocurriendo. El problema es que no nos damos cuenta de que este cambio es estructural y el mundo que viene va a ser muy distinto del precedente, sobre todo por una razón: quién se queda con el aumento de la productividad y dónde van los puestos de trabajo perdidos.
He leído  el librito The Race Against the Machine, How the Digital Revolution is Accelerating Innovation, Driving Productivity, and Irreversibly Transforming Employment and the Economy, de Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee. Este trabajo lo ha pagado el MIT, por lo que el diagnóstico es muy preocupante, pero el pronóstico es optimista (el MIT no puede ser tecnoescéptico).

Para Brynjolfsson y McAffee, estamos ante un cambio estructural en el que los puestos de trabajo que se destruyen por el aumento de la productividad (el avance tecnológico) ya no se reponen suficientemente rápido en otras áreas de la economía. Jeremy Rifkin ya llamó esto en 1995 «el fin del trabajo» (quizá algo exagerado como es él, pero los dos del MIT tienen más argumentos veinte años después para confirmarlo. B. y M. argumentan que la duplicación de la capacidad de los ordenadores -y más aún el software- conseguirá que las máquinas hagan cosas hasta ahora impensables, destruyendo cada vez más puestos de trabajo. Cada vez más, las ganancias en productividad se las ha quedado el capital y no el trabajo (es decir, los ricos dueños de las fábricas, no la clase obrera).

Las conclusiones son: los puestos de trabajo que la automatización ha destruido ya no se están recuperando y el paro estructural es más difícil de combatir. Las soluciones que proponen no son soluciones, porque dependen de la buena voluntad de los dueños del capital. Las recetas son las habituales: más formación, más emprendedores, más innovación… pero eso no va a sustituir los puestos de cajera perdidos en los supermercados.

En este artículo de Robert Skidelsky la propuesta es reducir el tiempo de trabajo para repartir el poco que queda. Pero esto es lo mismo que decirles a los dueños del capital que tendrán que renunciar a parte de sus ganancias para mantener puestos de trabajo. No lo harán si no se sienten amenazados. Quizá la clave está en una frase cada vez más popular a medida que la crisis avanza: la crisis acabará cuando el miedo cambie de bando. ¿Llegará a ocurrir?

Europa anda escandalizada, especialmente los británicos, aunque no formen parte de Europa, porque hay carne de caballo en la lasaña Findus. Parece que les extraña que un chipriota compre carne de caballo rumana para exportarla a Holanda y procesarla en Luxemburgo. Discernir de dónde viene lo que comemos es cada vez más difícil, cuando debería ser más fácil, pero lo que hemos ganado en tecnología de la información lo hemos perdido con la globalización. Gran parte del sistema alimentario se parece a una caja negra. Puedes comprar mangos y saber quién los ha producido, pero no puedes saber de dónde viene el aceite de palma que lleva una galleta.

Discernir ha sido siempre el gran problema de la humanidad. De hecho, es el primer conflicto que se plantea en la Biblia: en el episodio del árbol de la ciencia del bien y del mal, la serpiente le dice a Eva: tus ojos se abrirán y seréis como dioses, distinguiendo el bien y el mal. Si pudiéramos distinguir el bien del mal, la mayor parte de la ideología desaparecería: ya no habría apenas diferencias entre derecha e izquierda, porque la mayoría de las que hay consisten en hipótesis sobre el comportamiento humano y social: la izquierda que cree que el hombre tiende a la bondad (se puede construir el hombre nuevo), mientras que la derecha piensa que el interés propio es lo que mueve al mundo. George Steiner, en un magnífico librito titulado Diez Posibles Razones Para La Tristeza Del Pensamiento, lamenta qué cosas no podemos alcanzar a pensar. Una de  ellas es discernir qué piensa el otro. Si esto fuera posible, no habría razones ocultas sobre las acciones humanas.

La trazabilidad sería el discernimiento aplicado a la comida. Si ésta fuera posible al cien por cien, se acabarían los debates que afectan a la agricultura: no diríamos que los biocombustibles son malos: sabríamos cuáles lo son y cuáles no. Distinguiríamos la carne que proviene de la deforestación de la Amazonía de las vacas criadas ecológicamente, que las hay, y podríamos elegir. Sabríamos qué transgénicos enriquecen a Monsanto y cuáles han introducido un gen contra la sequía que beneficia a los agricultores del Sahel. Tendríamos menos dilemas morales. Quién sabe si algún día se conseguirá, quizá la tecnología algún día proveerá de un DNI universal para cada producto y los británicos podrán mantener su pureza evitando comer carne de caballo.

Feliz año. Me he propuesto  para 2013 prodigarme un poco más en este blog.

Una de mis citas favoritas es de Gandhi, pero no he sido capaz de localizarla desde que la leí hace años. Al parecer, cito de memoria, Gandhi dijo que nos esforzamos inútilmente en encontrar un sistema político que no necesite que la gente sea buena. Fin de la cita. El socialismo no construyó al hombre nuevo, sino algo bastante peor, si uno se fija en Rusia. El capitalismo tampoco se ha esmerado mucho, en los EEUU ha logrado producir un número alarmante de pistoleros y en todo el mundo han prosperado los banqueros ladrones.

El drama actual de la humanidad, mientras busca respuestas a problemas económicos, ecológicos y sociales, es que se ve obligada a descartar muchas posibles soluciones económicas por falta de fe en el buen comportamiento de las personas que sería necesario para que esta política funcionara. Es decir, la política pública X funcionaría, si no fuera porque no pagamos nuestros impuestos, o tratamos de engañar a la seguridad social, o nos escaqueamos del trabajo o contaminamos la tierra y el agua si nadie mira, etc. Por todo eso, tiene poco sentido pensar en soluciones socioeconómicas sin saber cómo crear buena gente. Parece que algunas sociedades, como las protestantes, han funcionado mejor en estos aspectos, pero no vamos a entrar en detalle (algo dije sobre esto aquí).

Es difícil encontrar discursos inteligentes sobre cómo contribuir a que haya más buena gente porque  cuesta distinguir el grano de la paja, por estar mezclados con los artículos new age y libros de autoayuda. Este video, de Roman Krznaric ilustrado por RSA (ilustradores ilustrados), propone la extraspección (traducción de «outrospection») como método para mejorar el mundo. La extraspección es lo contrario de la introspección: es mirar hacia el otro intentando ver las cosas desde su punto de vista. Es decir, empatía. 

La empatía puede servir, por un lado, como parte del arte de vivir. Por el otro, como herramienta para el cambio social (tan peligrosa que puede engendrar revoluciones).

Una aportación interesante es que moderniza el concepto de bondad, que se queda corto en aspectos como el espacio (ser buenos con los que están lejos) y el tiempo (ser considerados con los no nacidos para no dejarles un mundo en ruinas). La sucesora moderna de la bondad, la solidaridad, de tan usada ha perdido el significado (igual que le pasa a la sostenibilidad).

Es la falta de empatía la que no permite ver que dejamos en herencia el cambio climático a nuestros nietos. Hay gente excelente que no se da cuenta de su contribución al cambio climático porque sus efectos son demasiado abstractos. No se ve a quienes afecta ni cómo les afecta. Krznaric propone que la buena gente aprenda a tener en cuenta a los que están lejos y a los que todavía no han nacido.

El siguiente artículo llegará uno de estos días. Intenta responder a otra pregunta que debería preocuparnos: ¿Por que gente  buena vota a la derecha? Y mucha de esta gente es pobre: vota en contra de sus propios intereses.Disfruten el video de RSA.

 

Arthur Cecil Pigou

Con esa especial habilidad que tienen los economistas para nombrar lo obvio y hacerse famosos, Pigou y Dalton enunciaron el principio según el cual cualquier transferencia de dinero de un rico a un pobre disminuye la desigualdad. De tan evidente, resulta sorprendente que en nuestras decisiones diarias tengamos a estos señores tan poco presentes.

La crisis económica que sufren los países del norte del Mediterráneo es el primer paso de una serie de consecuencias naturales que nos llevan a lo que Hans-Peter Martin definió como la sociedad 20/80, en la que un 20% de la población retendría los buenos salarios, mientras que el 80% restante malviviría con trabajos de mierda entretenidos con fútbol y televisión basura. Algo bastante parecido al camino que llevamos en algunos países ex-ricos, como España, Grecia y Portugal.

La globalización que nos lleva a esto en algunos países es la misma que está reduciendo la pobreza en países como China o Vietnam. Es, simplemente, una transmisión de puestos de trabajo y consumo. Es una nivelación por debajo de los salarios, pero la desigualdad aumenta tanto aquí como allá. Los ricos son más ricos en todo el mundo, mientras que los salarios industriales de los pobres van convergiendo. ¿Se puede hacer algo?

Ahí entran los tanques: el lema de Pepe Esquinas, tu carro de la compra es tu carro de combate. El consumo es una de las mejores armas con las que contamos, aunque no la única. Usémosla bien.

Reparte tu gasto. No compres todos los productos made in China, pero no dejes de comprar todo lo hecho en China. La nivelación es inevitable: los países pobres tienen derecho a prosperar, pero el hundimiento de las clases medias de aquí no será bueno para la democracia: el fascismo espera agazapado y ya triunfa en Grecia y Hungría.

Esto implica que algunas de las cosas que comprarás serán más caras. No importa: E.F. Schumacher dijo una vez que eligiéramos si queríamos morir económicamente o preferíamos vivir costándonos algo más.

Compra productos de comercio justo. Gasta menos en teléfonía móvil y en gasolina, y más en servicios que los autónomos proveen. ¿No tenías pendiente hacer reformas en casa? Si tu puesto de trabajo no peligra -poca gente puede decirlo- es el momento de hacerlas. Pon parte de tu dinero, si tu hipoteca no te permite ponerlo todo, en una cooperativa de crédito.  Todo esto no es mucho, pero es algo. Seguramente se te ocurre algo más para evitar que tu dinero vaya a los que ya son muy ricos.Pigou y Dalton hubieran estado orgullosos de ti.

Los días se acortan en el hemisferio norte, baja el tiempo dedicado al huerto y estoy algo más disponible para este blog, que resiste mal la competencia con el trabajo manual. Aunque aquí en España todo el mundo habla de la crisis y el ambiente es tan pesimista como en los últimos meses, no está de más recordar que algunas cosas buenas han pasado en algunos  más cercanos a lo que aquí hablamos: no ha ganado Romney, se ha avanzado hacia la tasa Tobin en once países e Europa, donde además se va a eliminar el requisito del 10% de biocombustibles (causante en parte de los precios exageradamente altos de la comida), África Occidental ha aprobado la reserva regional de grano y el Comité de Seguridad Alimentaria se reunió en Roma en octubre con algunos resultados interesantes (el informe aquí).

Los precios de la comida continúan altos. Las consecuencias pueden verse en el gráfico del IFPRI. La sequía en los EEUU y la prohibición de exportaciones en Ucrania se han añadido a los problemas crónicos de inventarios bajos y uso del maíz para etanol. Indonesia dice ahora que retomará los controles de precios para proteger a su población.

Las reservas siguen siendo poco populares entre la clase política. Las razones son políticas: no caen dentro de los proyectos de su interés: rápidos, fáciles, populares y baratos. En cambio caen dentro de los complicados, caros, largos y controvertidos (ver aquí un post anterior sobre qué les gusta a los políticos).

El Comité de Seguridad Alimentaria sigue también poco entusiasta sobre las reservas. Su único compromiso, que todavía no ha cumplido, era elaborar un documento de evaluación del funcionamiento de las reservas nacionales que existen actualmente. En Roma se le volvió a recordar que estaba pendiente.

En cambio, la aprobación del proyecto regional de reservas para África Occidental este pasado septiembre anima el panorama. Estas reservas tenían el apoyo del G20, que destinaron 38 millones de euros para su aplicación. En una reunión en Abidjan el 28 de septiembre los ministros de la región aprobaron establecer la reserva.

El proyecto contempla tres niveles de reservas: el primer nivel es el local, formado por centros de acopio, graneros de seguridad alimentaria, y crédito prendario (o almacenes generales de depósito). El segundo son las reservas nacionales, sobre las que recae el grueso del esfuerzo en caso de crisis alimentaria y el tercero es el regional, que sirve de apoyo adicional a los países para enfrentar crisis que superan sus posibilidades.

Oxfam ha estado aportando a este proyecto con una investigación, First line of defence. Assessing the potential of local food reserves in the Sahel, sobre cómo estas reservas locales  pueden contribuir a mejorar la seguridad alimentaria,  qué riesgos enfrentan y cómo pueden beneficiarse de apoyos estatales para prosperar. Por ahora sólo está en inglés y francés.

Significa en Swahili ir a desenterrar raíces medicinales. Los tanzanos son muy finos, y cuando quieren parar a mear después de horas de carretera, dicen eso: ¿podemos parar para que vaya a buscar unas hierbas? También tienen expresión para las mujeres: ellas «han visto una linda flor en el camino».

En otros países son también imaginativos: en Burkina Faso «tengo que hacer una llamada». En Etiopía son más prácticos: voy a revisar la presión de los neumáticos. En El Quijote ya hablaban de «voy a hacer lo que nadie puede hacer por mi» ¿Alguien conoce otros eufemismos que expresen tan generalizadas necesidades en otros países?

En la foto, buscando hierbas en Tanzania.

Aprovecho ahora que nadie estará escuchando para airear otro de los líos en que se ha metido la cooperación. Todo es culpa de una palabra: la resiliencia.

Esta palabra lleva en danza muchos años, empezó trabajando en el campo de la psicología, describiendo la capacidad humana de reponerse de traumas, luego encontró empleo en la ingeniería, en la resistencia de materiales, y luego pasó por la ecología y finalmente encontró un puesto fijo en la cooperación. En todos los campos, es la capacidad para reponerse de algo y volver al estado habitual.

En el mundo del desarrollo, ha sido muy útil para explicar cómo la gente se repone de los desastres y qué hace para que las cosas vuelvan más o menos a la normalidad. Se supone que si entendemos esto podemos saber mejor qué hacer. Hasta aquí, bien. Pero luego han venido los abusos, se ha sometido a la palabra a esfuerzos excesivos y ha terminado deformándose. En otras palabras, ha perdido la resiliencia.

Hay cientos de documentos, declaraciones de donantes y de ONG, llamadas al cambio, todos a una: hay que alcanzar al resiliencia. En inglés, hay que construir resiliencia. La mayoría no van más allá. Poner los detalles está resultando muy difícil.

¿Cuál ha sido el problema? Confundir el objetivo con el medio para alcanzarlo. La resiliencia, la capacidad de que la gente se recupere de los desastres, es el objetivo deseado por todo el mundo que trabaja en cooperación en ambientes donde hay riesgo de desastre, especialmente después de casos como el Sahel o el cuerno de África, donde las crisis alimentarias se repiten año sí año no. Los donantes son los primeros en hartarse: para no tener que apoquinar cada año (siempre tarde y a regañadientes), piden una solución: hay que alcanzar la resiliencia.

El único debate tiene que ser qué hay que hacer para alcanzarla. La multiplicación de artículos diciendo que hay que alcanzarla es inútil y un ejercicio de pereza intelectual.En un documento se haría bien en mencionarla una sola vez, al principio, y dedicar el resto a discutir qué vamos a hacer para conseguirlo. Lo que no hay que hacer es invocar una palabra como si eso fuera la solución  (para que no se me acuse de incumplir mi propia recomendación con este artículo, informo que estamos trabajando un documento sobre reservas alimentarias que saldrá en su debido momento: hacia la resiliencia, por medio de los detalles).

Últimamente no escribía porque pensaba que dada la algarabía reinante, con la prima de riesgo como tema principal de conversación después del fútbol, tenía poco sentido soltar unos graznidos desde aquí que van a terminar diluidos en el escándalo de la bandada. Pero en fin, ahí vamos.

Proliferan en facebook unos rectangulitos a veces muy elaborados con mensajes políticos. Como corresponde a mis congéneres de facebook, son sobre todo de izquierdas. La mayoría de estos rectangulitos son manifiestamente falsos, algunos sólo llegan a sesgados y simplistas. Además, acabo de leer un documento de trabajo con una serie de mensajes que podría calificar como mínimo de imprecisos.

De todos es sabido que los políticos mienten en la mayoría de sus declaraciones, y que ellos consideran su deber hacerlo. El dilema es el siguiente: ¿tenemos que hacerlo también nosotros? ¿es bueno que se difunda un mensaje jaleando a Hollande, lleno de falsedades aunque suenen bien? ¿que comparemos peras con manzanas al decir que a unos les va bien porque hacen a y a otros mal porque hacen b? ¿que no tengamos en cuenta de dónde venimos y cómo hemos llegado hasta aquí?

Una vez me encontré con un dirigente de Vía Campesina (quizá lo he contado ya, envejezco y me repito) al que pregunté si se creía lo que decía. Me dijo que obviamente no, pero, ¿hubiéramos llegado donde estamos diciendo sólo la verdad? Ese es el dilema. ¿Tiene sentido mandar mensajes sensatos, precisos y bien fundamentados, o con la zarabanda actual de carteles de medias verdades nos sirve para deshacernos de los inútiles que nos gobiernan?

Un amigo me comentaba que hacía demasiadas preguntas y daba pocas respuestas. Será la última vez. Pero en este caso, de verdad que no sé qué es correcto. Sólo que me siento incómodo viendo cartelitos supuestamente de tu bando que a veces dan vergüenza ajena…

Como la mayoría de lectores de este blog viene de América, les cuento que hay una conocidísima estación de metro en Madrid que se llamaba Sol. Ahora se llama Sol más el nombre de un teléfono coreano que me niego a pronunciar. En muchos países se vive ahora una pasión por vender el alma a las multinacionales equivalente a la ola de privatizaciones de los años ochenta, y España está en esa línea. Pero sobre todo la Gran Bretaña, con ese corifeo de la adoración a las multinacionales que es Cameron. Lean este artículo de George Monbiot para saber qué pasa allí.

¿Qué tiene que ver esto con el mundo de la cooperación? Hace un par de meses estuve en un encuentro en el que se habló del papel del sector privado en los proyectos de desarrollo económico, especialmente esos llamados de comercialización y agroindustria, y que otros más a la moda llaman de cadena de valor.

Hubo un debate considerable entre dos sectores: aquellos que confiaban en que se podía llegar a acuerdos con las empresas privadas  -compradoras de materias primas, sobre todo- para que trataran con justicia a los productores, y aquellos que pensaban no sólo que eso es imposible, sino que además todo lo que tuviera que ver con colaboración con empresas olía a azufre o a cosas peores.

Los primeros pensaban que es posible influir en las empresas para que cambien sus prácticas. Los segundos que las empresas sólo quieren un lavado de cara y que de eso trata la Responsabilidad Social Corporativa. ¿Existe la buena voluntad?

Aquellos que confían en las empresas no es casualidad que vengan de la tradición anglosajona: la búsqueda de lucro  es visto por el protestantismo como algo querido por Dios, por lo que no hay que desconfiar de las intenciones empresariales. Quien tiene éxito es que ha sido bendecido por Dios, por lo que merece admiración y no rencor. Weber lo explicó en su ética protestante y el espíritu del capitalismo. Esta postura es ingenua, salta a la vista.

En cambio, los que las detestan vienen del mundo católico sección de izquierdas (en ambos casos me refiero a cultura, no a religión: esta última está mucho más incorporada en nuestra manera de ser de lo que pensamos). Tomás de Aquino dijo que aprovecharse de la escasez o de la necesidad del comprador es un robo (eso es lo que este sector piensa que hacen las empresas en su mayoría). El maestro de Tomás,  Alberto Magno, fue más allá y dijo que todo rico es injusto o heredero de lo injusto. Marx vino muchos años después, pero esta rama del catolicismo ya había expresado su desagrado por los empresarios. Pero esta postura también es ingenua: pensar que es posible desconectarse del mundo económico real y aspirar a subir el nivel de vida de los pobres sin que estos se relacionen de una forma u otra con el empresariado.

¿Qué postura deberíamos tomar? Como de costumbre, una intermedia. En el artículo que les decía de Monbiot este recomienda la desconfianza como norma: el control democrático se basa en ella. Desconfiar es pedir cuentas. Para los más alérgicos a tratar con empresas, les recomiendo una actitud que es una variación de la frase de un fascista que estuvo al servicio del dictador Franco, Agustín de Foxá. A este le afeaban que criticara a los estadounidenses a la vez que les pedía ayuda económica. Foxá contestó: “También nos gusta el jamón y no nos tratamos con los cerdos”. Mejor sentémonos a la mesa con los cerdos (metafóricamente hablando), pero eso sí, con una profunda desconfianza.