Literatura e historia sobre campesinos


En España nos vamos de vacaciones entre julio y agosto. Es tiempo ya de empezar a acumular libros para aprovechar el verano boreal. Dos recomendaciones:

Este salió hace un par de años: Todo fluye, de Vassili Grossman (ya recomendé del mismo autor Vida y Destino). Es una crónica de los crímenes del estalinismo, pero por lo que nos interesa aquí -este es un espacio que trata del campesinado- es por la narración de la hambruna de Ucrania de los años 30: el estalinismo, aparte de su crueldad intrínseca, no entendió a los campesinos ni supo tratar con ellos, y creó uno de los desastres humanos más grandes de la historia.Los ucranianos lo llaman Holomodor, y supuso la muerte de millones de personas.

El otro que recomiendo ya es un clásico: Gran Sertón: veredas, de João Guimarães Rosa.

Riobaldo, un yagunzo ya anciano, cuenta su historia a un médico en un monólogo de más 500 páginas. Los  yagunzos eran tropas irregulares al servicio de los caciques locales del noreste brasileño. El libro no es de lenguaje fácil, quien lo intente que espere encontrar un estilo -que es extraordinario- más parecido al de Joyce en el Ulysses que a Dan Brown. Leerlo es toda una experiencia: muchas aventuras y un final que conmueve.

Ayer vi Manderlay, de Lars von Trier. Es una película sobre el racismo en los EEUU en los años 30. Muchos de los temas que trata se pueden aplicar a la cooperación: los efectos no deseados de las buenas intenciones, entender cómo la gente responderá a una ayuda no solicitada, cómo pueden cambiarse las instituciones y quién tiene el derecho a intentarlo o a proponerlo.

Hay una polémica considerable en internet sobre si la película es buena o es mala. A mi me gustó, y algo que me ha confirmado esta idea ha llegado esta mañana del blog de Chris Blatman, quien pasa este enlace de la revista Harvard. Habla de un simposio que ha tenido lugar este mes en los EEUU sobre los grandes problemas en ciencias sociales. Cuatro de estos problemones son parte esencial de la película, y han sido tratados por estas autoras, menos Zeckhauser, que es autor (los videos se encuentran aquí):

  • ¿Podemos crear instituciones nuevas o arreglar las existentes? (Swidler: how societies create institutions, and how they restore missing or damaged ones). Algunos críticos han visto en Manderlay una alegoría de la guerra de Irak.
  • Tenemos las soluciones técnicas (o políticas o legislativas, en el caso de Manderlay), pero, ¿responderá la gente a ellas tal como lo esperamos? El comportamiento está por encima de la idoneidad de las soluciones. (Oster: how, in general, to jump from breakthroughs on small problems to progress on big problems; (…) in Sub-Saharan Africa, when an improved water source is available, but slightly farther away from a person’s home than an unimproved water source, people are unlikely to walk the extra distance to get clean water). En Manderlay, cuando los esclavos fueron propietarios de sus campos, dejaron de cultivarlos. Esto ha ocurrido en las reformas agrarias de medio mundo.
  • ¿Cómo cambian las ideas de la gente cuando cambia el conocimiento? (Carey: how does humankind update its collective understanding of a concept when new knowledge is added?). Es decir, ¿cómo se actualiza el conocimiento de la gente? La persistencia de ideas equivocadas muestra esta dificultad. Ya decía Keynes que lo difícil no es introducir ideas nuevas, sino cambiar las viejas.
  • Zeckhauser propone dos temas: La dificultad de la democracia en conseguir equilibrios sobre preferencias muy diversas de sus miembros y cómo conseguir que las decisiones sean las mejores para la gente (how to square the realization that people don’t always behave rationally with the need to avoid paternalism and let people make their own decisions even when they choose an outcome that isn’t good for them).

Por eso me ha gustado esta película: quien la escribió, Lars von Trier, sabía qué cuestiones no entendemos suficientemente. No es un panfleto, como algunos críticos han dicho, sino una reflexión sobre lo que no sabemos. Por eso el final deja un regusto amargo.

Conocía el campo y supo contarlo como nadie, con su lenguaje, sus costumbres y sus miserias. Leer Las Ratas o Los Santos Inocentes no sirve sólo para disfrutar de la buena escritura, sino para entender un mundo en el que muchos no hemos nacido pero al que nos sentimos vinculados. Suele ocurrir que cuando muere un escritor su obra vuelve a ponerse de moda. Al menos que esta noticia triste sirva para eso, y así recordar que no era un escritor para jóvenes, sino el mejor cronista de un mundo que casi ha desaparecido.

Columela

“… Pero sin agricultores es evidente que los hombres no pueden subsistir, ni
comer. Por ello me parece monstruoso lo que viene sucediendo, que una ocupa-
ción de la máxima importancia para la salud de nuestros cuerpos y el provecho
de nuestra vida, como es la agricultura, haya ido teniendo hasta nuestro tiem-
po un perfeccionamiento mínimo, a la vez que se ha venido despreciando esta
forma de ampliar y legar capital que carece de toda maldad.”

“De los trabajos del campo”
(L. J. M. Columela)

Columela escribió esto hace dos mil años. Era un tribuno nacido en Cádiz que dedicó gran parte de su vida a la agricultura. Su gran preocupación era la mejora técnica, y escribió mas de una docena de libros. En la biografía que se puede encontrar en wikipedia dice:

De su obra escrita nos han llegado De re rustica (Los trabajos del campo) y Liber de arboribus (Libro de los árboles). En la primera de estas obras, dividida en doce libros, e inspirándose en obras anteriores de Catón el Viejo, Varrón y otros autores latinos, griegos e incluso cartagineses, trata sobre todos los trabajos del campo en el más amplio sentido de la palabra: desde la práctica de la agricultura, la ganadería y la apicultura, hasta la cura de animales, pasando por la elaboración de distintos productos y conservas. En el libro de arboribus trata de cultivos arbustivos como la vid, hasta árboles como el olivo o los frutales, e incluso flores como la violeta o la rosa. La obra de Columela es considerada el repertorio más amplio y documentado sobre agricultura romana.

En google libros se puede consultar una traducción de 1824. Se puede bajar gratis aquí (son 23 megas, pero bajan rápido) y se puede disfrutar leyendo en pdf las mejoras que proponía.

John Berger

John Berger

Este es el título de una trilogía de John Berger escrita en los años setenta, que cuenta historias de campesinos. El primero es Puerca Tierra, que describe la forma de vivir de los campesinos en la Europa de la postguerra y los decenios posteriores. Son los años de la mecanización, de la prosperidad en las ciudades, de la modernización del campo, que a la vez coexisten con formas de vida tradicionales. El segundo es Una vez en Europa, que muestra cómo va desapareciendo este mundo. El tercero es Lila y Flag, y ya encontramos a los campesinos en las ciudades, intentando adaptarse a los barrios marginales,  en busca de trabajo para sobrevivir.

Lo notable de esta trilogía es cómo coexisten el valor literario con una descripción casi sociológica  de los cambios que se van produciendo. Es una joya literaria pagada por… el Trans National Institute de Amsterdam, a través de una beca. Entre los cuentos y los poemas, incluye un epílogo en Puerca Tierra que explica con la precisión de quien lo ha meditado mucho por qué los campesinos piensan de forma distinta al resto. Soy muy respetuoso con los derechos de autor, pero dado que quien los infringe es otro, me permito decirles que este epílogo lo pueden encontrar aquí. Y aquí tienen un extracto de párrafos de Puerca Tierra . Merece la pena comprar la trilogía entera.

El cuento de la lechera del artículo anterior me ha recordado el cuento de La vaca, de Platónov. Les hablabla de Platónov a propósito de Chevengur en este otro artículo. Ahora les recomiendo este video, una joya de la animación, de Petrov:

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A principios de los sesenta, en este pueblo castellano que todavía vive de la agricultura, un terrateniente (don Antero el Poderoso) y dos ricas de medio pelo controlan la riqueza. Los agricultores viven mirando al cielo, temiendo las sequías, el granizo o las heladas. Sólo don Antero tiene la cosecha asegurada. En una cueva en las afueras vive El Nini, un niño a quien todos consultan porque conoce, parece que por ciencia infusa, todos los secretos de la naturaleza. Sabe cuándo lloverá, cuándo conviene cosechar el trigo o matar el cerdo. La vida es dura para la mayoría, y muchos piensan en emigrar a la ciudad. Este es el retrato que hizo Delibes de un pueblo pobre de hace cincuenta años. Ésta sigue siendo la situación en la mitad del mundo.

En el google académico podemos leer la cita de Bernard de Chartres «sobre las espaldas de gigantes«. Se refiere a que nuestro conocimiento está basado  en otro anterior,  lo que  nos permite aprender sin partir de cero cada vez. Para esto es útil saber un poco de historia, y en el caso de la cooperación para el desarrollo, se trata de conocer qué escribieron quienes empezaron a preocuparse por la pobreza rural, hace ya tiempo.

En este artículo me quejaba de lo poco que dedicamos en nuestro sector a aprender. La historia es uno de los sectores más abandonados. Cuando se intenta enseñar cooperación en maestrías o postgrados parece que se empezó a pensar en este tema a finales del siglo pasado. Pero hay mucho pensamiento anterior, muy útil.

Chayanov fue uno de los más importantes economistas agrícolas. Su obra más importante es de 1925, Organización de la granja campesina (se puede encontrar en inglés). En ella estudió cómo funciona la economía de la familia campesina, y entendió por qué ésta no pueden ser considerada como una empresa capitalista, pero tampoco feudal. Dadas ciertas condiciones, ausencia de mercado de trabajo, disponibilidad de tierra y posibilidad de vender excedentes, la familia no utiliza todo su potencial de trabajo, sino que hace lo mínimo para cubrir sus necesidades según unos mínimos socialmente aceptados. Algo que desconcierta hoy en día a muchos de quienes trabajamos en cooperación (aunque no se habla mucho del tema, por no ser políticamente correcto). Hablar de las implicaciones de este hecho alargaría demasiado este artículo, lo dejamos para más adelante, pero antes recomiendo el libro de Frank Ellis, Peasants Economics, que actualiza las tesis de Chayanov y les añade todas las novedades que ha introducido la economía del desarrollo desde 1925. Este sí es imprescindible.

Chayanov

Alexander Chayanov

La mayoría de los que nos dedicamos a la cooperación somos de origen urbano. Cada año, en cursos de desarrollo rural, he preguntado a quienes asisten cuántos vienen del campo. Casi siempre, nadie. Es algo paradójico que quienes tienen vocación de trabajar en desarrollo rural sean urbanitas, lo que implica que hay que invertir mucho tiempo en conocer y entender la vida rural. Muchas veces caemos como paracaidistas sobre poblaciones que no entendemos, con unas instrucciones someras sobre cómo actuar.

Ilustración de Juan Salvador Aguilar

Ilustración de Juan Salvador Aguilar

Hay varias maneras de aprender sobre desarrollo rural. Una es trabajar sobre el terreno durante muchos años. Uno aprende directamente sobre la realidad, con la ventaja de la observación de primera mano, hablando y viviendo con quienes tienen que ganarse la vida cada día con su trabajo en el campo. Tiene la desventaja de ofrecer la realidad de sólo un pedacito de mundo, si uno no viaja mucho, que no tiene por qué ser igual a otros. Esto se puede completar con el conocimiento académico, que utiliza la ciencia para estudiar qué pasa en otros sitios y de ahí deducir o no leyes generales. Pero nos falta una fuente, que une lo útil a lo agradable: leer literatura o historia sobre campesinos. Para esto, inauguramos nueva sección. Animo a mis esporádicos lectores a sugerir títulos para ampliar la lista. Para empezar, mi lectura actual, Chevengur:

ChevengurCuenta cómo los campesinos y campesinas rusos acogen la revolución de 1917, que les tiene que liberar de siglos de opresión construyendo una nueva sociedad que nadie sabe bien qué aspecto tendrá. Pobres, analfabetos y sin guía, construyen el comunismo de oídas, con más buena voluntad que acierto. Literatura sobre campesinos, pero también sobre utopías y, algo que nos afecta mucho a quienes trabajamos en desarrollo rural, sobre cómo construir algo nuevo partiendo de condiciones miserables. Una advertencia: el lenguaje de Andrei Platónov es extraño (me recuerda a Paradiso, de Lezama Lima), y parece que se ríe de la miseria y la ignorancia, pero creo que no es así: en su humor negro sobre cómo se interpreta la revolución y qué poco saben aprovecharla, hay mucho amor y compasión por quienes merecerían un destino mejor. Por cierto, la estoy leyendo en catalán (magnífica traducción de Miquel Cabal):

Txevengur