Esta tribu vive sobre todo en países fríos y ricos, aunque han logrado extender su influencia a muchos países tropicales. Están emparentados con los mopongo y los luditas, con los que tienen en común su visión romántica de la agricultura y sus aficiones estéticas (les gusta el campo, pero no suelen vivir de él). Entre sus costumbres destaca su querencia por los alimentos locales y de temporada. Se agrupan en movimientos como «buy local» (compra local).
Estos son sus argumentos, y hay que reconocer que son potentes: la comida sabe mejor, conserva mejor sus nutrientes, preserva la diversidad genética, está libre de OGM, apoya a las familias locales, ayuda a construir comunidad, preserva los espacios abiertos cerca de las ciudades, ahorra gasto público (porque las granjas requieren menos servicios que las ciudades -esto les encanta a los anglosajones-), mejora el medio ambiente, y asegura comida para el futuro (la alusión a la seguridad que no falte entre los estadounidenses). ¿Quién tendría algo que decir a virtudes tan razonables?
Los argumentos son morales, y tienen que ver con quién produce qué, y a qué otra cosa podrían dedicarse. Desde que empezó la era industrial, el mundo se ha organizado como un norte rico con una gran parte de la mano de obra dedicada a industria y servicios, y una pequeña parte en la agricultura, y el sur pobre, dedicado sobre todo a la agricultura. Williams, en su libro El campo y la ciudad, lo describe así:
“…a mediados del siglo XIX la economía inglesa había alcanzado un punto tal que la producción nacional ya no alcanzaba para alimentar a la población del país. De modo que se instauró, pero esta vez a escala internacional, la tradicional relación entre ciudad y campo. Las tierras distantes se convirtieron en las zonas rurales de la Gran Bretaña industrial. (…) en las tierras distantes, fuera del alcance de la vista, se había estado formando un enorme proletariado. Como escribió Orwell en 1939 después de haber visitado algunas de esas regiones: Lo que siempre olvidamos es que la abrumadora mayoría del proletariado británico no vive en Gran Bretaña, sino que está en Asia y África.”
El problema es que este proletariado que mencionaba Orwell vive en gran parte de los productos que venden a mercados distantes. En este magnífico informe sobre Food miles, Oxfam y el IIED desmontan muchos mitos sobre la influencia que tiene en el efecto invernadero el transporte de comida, y plantea un problema ético: más de un millón de agricultores africanos venden sus productos a la Gran Bretaña. ¿Vamos a dejar de comprarles por comprar local? No hay muchas ocupaciones alternativas a la agricultura en sus países.
Hay quien podría argumentar que si dejan de vender al norte, que lo hagan en el sur, entre ellos. Sería la aplicación del «compra local» dentro de los países pobres. Pero también tiene sus inconvenientes, en este caso la poca demanda local de comida considerando la proporción de población rural/urbana. La mayoría de la población pobre de las zonas rurales se dedica a la agricultura. Normalmente producen lo mismo que sus vecinos: es decir, en Centroamérica todo el mundo produce maíz y frijoles, plátanos, yuca, etc. Es difícil venderle al vecino, porque normalmente ya tiene, y los mercados locales tienen una capacidad limitada de absorción. ¿Por qué?
La gente tiene una capacidad limitada de comer, con lo cual, si hay más de un 50% de la población en la agricultura, y en las ciudades la gente come un plátano por persona y día, cada persona que se dedique a la agricultura podrá vender un plátano por día sólo a una persona. No más. La única manera de vender más es acudir a mercados más lejanos, a veces muy distantes, donde la concentración de población urbana supere en mucho a la rural. Esto implica transportar comida.
En resumen, que no sean los agricultores de los países pobres quienes paguen el pato (criado localmente o no), y que en las cuestiones sobre agricultura y mercados son siempre muy complicadas.
enero 15, 2010 at 2:27 pm
Lo que Williams describía en su libro es simplemente la estructura de la «colonización». Pueblos que «necesitan» más recursos de los que su tierra les puede dar (por encima de su capacidad de acogida) y buscan esos recursos fuera, para alimentar las industrias y servicios que en su propio país cada vez crecen más (y por tanto además han de buscar mercados para sacar sus productos).
Ahondando aun más en los argumentos morales, podemos llegar a tratar del modelo territorial buscado, simplificando en dos opuestos: ¿mejor más equilibrado o mejor más especializado según territorios?
En el primer caso, no veo un excesivo problema moral si en europa-japón-USA se quiere desarrollar más industria y/o servicios, porque es más fácil ya que tienen casi todo el trabajo hecho (o, como suelo decir, salen de la pole-position), y
dejar que sea Africa o America la despensa del mundo a nivel territorial, siempre y cuando se deje libertad de paso a los
trabajadores que deseen puestos de trabajo en esos sectores…(y facilitarles el venir de sus países, donde será más difícil que accedan a ellos ya que poca industria habrá…). Si no se hace esto, creo que no podríamos usar el argumento moral de que si promovemos el consumo local estamos dañando el medio de vida de muchos millones de personas que no tienen otra cosa a la que dedicarse porque caemos en la falacia del «mal menor», como no tienen otra cosa dejémosles eso. Así que la lucha en mi opinión sería más profunda…
Eso sin entrar en que el consumo local bien planteado (sin extremismos ni «mopongos», ya que como un compañero de ISF comentaba, él quiere seguir comiendo naranjas todo el año) realmente aprovecha el entorno mucho más racionalmente (equilibrio de usos del suelo y diversificación de actividades, productos de temporada, reducción en embalajes, posibilidad de reducir monocultivos especializados hiperintensivos que en el primer modelo se usan más, etc., aparte del costo en gases de efecto invernadero del transporte, que aunque comparado con otras actividades sea poco, existe, y se podría minimizar…). Se me ve «un poco» el plumero, ¿no? ;-DDD
enero 16, 2010 at 7:20 am
Sergio, estoy muy de acuerdo con los argumentos con los que empiezas, pero no tanto con lo del mal menor. El problema es, que como dices, los industrializados salen de la pole position. Los pilotos que van en la cola ya no les van a alcanzar. Entonces, que los países pobres se dediquen mientras puedan a la agricultura (es poco probable que Burkina Faso pase a producir ordenadores a corto plazo) es lo que pueden hacer, para mientras. También son ciertas las virtudes de las que hablas. ¿Será que la decisión está en equilibrar la cesta de la compra, un poco a cada quién?